El Sónar 2025 ya ha pasado a la historia como la edición más volátil del festival. Mientras Tel Aviv sufría sus primeros bombardeos del año debido a la situación de extremo apartheid que vive Palestina y por atacar, otra vez, Irán, KKR se mantuvo como protagonista del conflicto en España.
El fondo de inversión al que pertenecen no solo el Sónar, sino también otros grandes festivales del país como el Arenal Sound, Brava, o el también celebrado este fin de semana O Son do Camiño en Galicia, ha emborronado una escena político-artística donde el festival barcelonés siempre encontró sus espacios para reivindicar los derechos humanos. Incluso en una edición donde ha condenado el genocidio palestino y ha estado en contacto continuo con diversas asociaciones locales propalestinas, sus esfuerzos no han sido suficientes para llevar a cabo la edición con normalidad, suponiendo la retirada de nombres del cartel como Arca, Ouineta o Samantha Hudson.
El sentimiento que se vivió en las Firas de Barcelona y Gran Vía fue necesariamente político. Y ojalá no hubiese tenido que serlo y poder ser, simplemente, como todos los años, el espacio donde el arte toma la mano de las últimas vanguardias. Pero tanto artistas como asistentes estuvieron de acuerdo en algo: si el arte es capaz de transformar el mundo, debemos expresarnos a través de él para parar esta masacre. Así se vio reflejado en mensajes de artistas sobre el escenario como Alizzz o María Arnal, entre las enormes banderas del país árabe que portaba el público y sus maquillajes hechos a base de los colores de la sandía.
Aunque no todo fueron sombras. Que mi primer set fuera el de Alva Noto & Fennesz presentando Continuum me recordó que el Sónar tiene una capacidad de producir experiencias inmersivas que resuenan desde dentro, y que tú mismo irás encontrando si te dejas perder en la hilera de naves industriales al son de tu cuerpo para descubrir un beat que no sabías, pero seguramente llevabas dentro.
Y no me refiero a los de artistas electrónicos a los que todos íbamos a ver, como Armin van Buuren, Indira Paganotto, Peggy Gou, Four Tet o Andrés Campo, sino a sorpresas que te inducen a algo que nunca habías vivido y que quizá acaben convirtiéndose en parte de un nuevo imaginario propio más diverso, más experimental. Hablo de propuestas como Tarta Relena, Daito Manabe, Paranoid London o Noia.
El talento urbano volvió a encontrar en el festival un hogar para los artistas del futuro y los que estaban condenados a serlo. Prueba de ello fue la apertura el jueves por la tarde por parte de la experimental, popera y muy performática Nina Emocional, y el R&B melancólico de Tristán!, que estuvo acompañado de The Jazz Air Band para calentar motores.
Luego venía la actuación de uno de los músicos locales que ha redefinido el panorama contemporáneo español como colaborador y productor de C. Tangana, Rosalía, Aitana, Lola Índigo e infinidad de nombres más. Alizzz sorprendió con un show que empezó con rock&roll por todo lo alto para después introducirnos en su sonido más habitual, con el que presentó una de sus canciones más legendarias y normalmente excluida de sus sets al no ser intérprete oficial, la redefinitoria Antes de morirme.
Dos reinas del panorama español triunfaron en un viernes marcado por el talento femenino de artistas como Jayda G, Sicaria o Peggy Gou. Como estrellas con proyección de supernova, María Arnal y Lua de Santana demostraron que voz, baile y talento les sobraban. La catalana fue la encargada de cerrar el SonarHall con su mezcla de pop, folklore y electrónica orgánica embadurnada por la luz que desprenden la intérprete y sus cinco bailarinas de contemporáneo. El highlight de la actuación fue la aparición de Yerai Cortés a la guitarra y la Tania a la voz para elevar Xiqueta meua, una canción de nana valenciana, al poderío flamenco propio de los artistas.
Por su parte, Lua de Santana transmitió la herencia colectiva de un funk brasileño, duro y no apto para las más tiesas. La artista gallega hizo sudar tanto al público como a las decenas de personas que la acompañaban en el escenario a modo de reina del club como ningún otro el pasado viernes. Y eso que Dengue Dengue Dengue o Richie Hawtin se lo pusieron muy complicado.
Las encargadas de abrir la última jornada del Sónar fueron un tiro certero y seguro para movilizar a fanáticos que bien les daría igual que el concierto de sus ídolas fuese a las dos de la mañana que a las dos de la tarde. Me refiero a Mushka y Nathy Peluso, encargadas de abrir el Sónar Día y Noche respectivamente, con permiso de dirtilarita, que cedió el testigo a la argentina con un set explosivo de bass music latina, tribal y ardiente, entre bajos profundos y grooves contagiosos.
La pequeña de las Farelo presentó su Nova Bossa para acabar con grandes éxitos como Bona vida, en la que estuvo acompañada de Flashy Ice Cream y 31 Fam, reivindicado la escena local y demostrando que el urbano puede y debe ocupar espacios en la música catalana más allá de la rumba.
El set de La Sandunguera, como la conocimos muchos en su debut en 2017, estuvo exento de sus primeros éxitos para centrarse en una Nathy que conserva el carisma, la garra y la soltura de los primeros días, pero cuyo fuego está más vivo que nunca desde que usa la grasa como combustible. Fue difícil no escuchar a alguien encumbrando a la de Buenos Aires como uno de los mejores shows del festival, gratitud que devolvió a sus fans bailando bajo los afrobeats y el amapiano de su propio Club Grasa, servidos por los residentes del Zsongo Club, Chris Collins y Afri K.
La noche terminó entre los sets de unos delusionales Six Sex y Nusar 3000. La también argentina montó una rave experimental que nos hizo perrear con su mezcla de reggaetón alternativo y electrónica trance con una presentación que dejó descolocado al público más conservador y eufórico al más joven. Una sensación parecida produjo Nusar 3000, enmascarado como de costumbre, entre el drill mediterráneo y el funk brasileño, que llevó a la pista a un sentimiento de ritual donde el baile era la única forma posible de comunicación.










