El verano es sinónimo de música, y son muchos los festivales que compiten por despuntar en los albores de esta época del año. Por eso, con un abanico tan amplio a lo largo de estos meses, el verdadero mérito no es comenzar julio arrasando, sino llegar a septiembre despidiendo el verano como Dios manda. O como el Cala Mijas manda. Y mandó.
El Canelita sonó en el Cala Mijas 2023. Sí, has leído bien. Sonó, y a lo grande. Puede que no lo hiciera personificado en el Sunrise, escenario principal del recinto, de eso se encargó El Nitro (Luis Abril) de La Plazuela cuando —vaso en mano y sin perder sus gafas de sol— comenzó a pinchar Mi Canastera Rmx, pero sí que lo hizo en esencia, solapando con la voz rota de El Indio (Manuel Hidalgo) y el bajo de José Luis Mesa Yoglle, para despedir el primer gran concierto de la jornada del sábado, que ya venía calentito después de La Primerica Helá, Tangos de Copera, Realejo Beach y El Lao De La Pena. “Que esto parezca una feria, familia”, animaba El Nitro. Que así sea.
De esta guisa, entre sintetizadores, flamenco y merchan ochentero por todas partes, el público decía adiós un poco a regañadientes al tiempo que cogía sitio para ver y oír muy de cerca a Judeline, la niña del sur que se ha convertido en muy poco tiempo en toda una promesa dentro de la industria. Con un incómodo vestido de tubo vaquero, que ella misma nos confesó en directo de amiga a amiga, la gaditana fue recitando su breve pero ya evangelizado repertorio de canciones. Tánger, Zahara, Canijo y alguna que otra versión que poco o nada tiene que envidiarle a Chencho y Maldy. Y es que nunca antes habíamos escuchado cantarle a la droga, al narcotráfico y a Fanática de lo sensual de una manera tan dulce y poco obscena. Si alguien puede es solo ella. Su padre tampoco quiso faltar a la puesta de largo de Lara en el Cala Mijas. “Que suba Javier Blanco, el profesor”. Sonriente y dispuesto a tocar con su hija, subió al escenario del Sunset. “¿Quieres decirle algo a la juventud, papá?”. “Sí. Que no se porten bien y que se cuiden”.
Todos lo tomamos al pie de la letra, y tratando de cuidarnos —y curarnos también en salud—, no quisimos perdernos ni un minuto de las actuaciones que se avecinaban de nuevo en el Sunrise. Toda la tarde del sábado 2 de septiembre corriendo de un lado para otro, algo muy común de los festivales: los malabarismos con el cashless, el dolor de pies, la afonía y el don de la omnipresencia. En el caso de esta segunda edición del Cala Mijas no fue así. Todo estuvo perfectamente orquestado para que los asistentes pudieran disfrutar de los platos fuertes del último día.
Duki fue uno de ellos, por supuesto. El argentino aterrizó en Málaga comiéndose el escenario, y le bastó un micrófono que no se le caía de las manos y cuatro llamaradas que salían con espectacularidad de los laterales para cumplir muchas de las fantasías de los presentes cantado a grito pelao’ She Don't Give a FO. El Duko la partió.
Al rapero le sucedió también en el escenario una Florence emocionada y completamente entregada a su público, que ya venían preparados y mentalizados de casa. Sus particulares feligreses coreaban a viva voz algunos de sus clásicos: Dog Days Are Over, Shake It Out o Never Let Me Go, que sonaban en el recinto del Cala Mijas envueltos en un ambiente casi clerical.
Como es ya costumbre en sus conciertos, que son como un ritual, algo que casi llega a alejarse de lo corpóreo y lo terrenal, la figura de la cantante, seguida muy de cerca por cientos de luces, focos y fans con coronas de flores y lágrimas negras, se iba iluminando de manera hechizante a medida que recorría cada uno de los rincones de su escenario. Porque sí, lo hizo suyo. Y Florence + The Machine una vez más despuntaron.
Está claro que fue uno de los ingredientes clave que ha conseguido encumbrar esta segunda edición del festival. Aunque, sin duda, del cierre apoteósico y broche final del último día tuvieron la culpa La Élite y Arca. Las antípodas del género, una frente a otra, implosionando en la madrugada del 2 de septiembre. Mientras tanto, a punto de cerrar el chiringuito, Arca se columpiaba —literalmente— y brillaba, y pinchaba y cantaba y bailaba, y el diluvio (que llevaba amenazando desde el viernes) cayó al fin. Y lo dijo la Plazuela: amanece un nuevo día. Así da gusto volver a la rutina.