Ante el que prometía ser el concierto de su vida, Belén Aguilera cumplió la expectativa ofreciendo un espectáculo donde aunó derroche vocal, mitología griega, la intimidad de un piano y sororidad femenina. Desde sus bailarinas y coristas convertidas en ninfas hasta invitadas de primera línea como Samurai o Metrika. Así fue su concierto en el Movistar Arena de Madrid, y aquí te lo contamos.
Sorprende la capacidad de la catalana de transportarnos del beat más bailable al lamento más puro en cuestión de segundos, siendo esta cualidad uno de sus elementos más representativos. Desde el primer momento nos sumergió en sus sueños mediante la armonía de su voz junto a unas cuerdas que llegaron al drop para tirar el telón y presentarnos a una Belén descalza vestida como Julieta, la trágica amante de Romeo, que reinterpretó un tema tan vulnerable como Ático, que rompió en el puente para poner al público en movimiento desde la primera canción.
Frente a una niña con un violín, Belén continuó el concierto con una fan favourite que bien podría haberse quedado fuera del setlist. En poco más de hora y media de concierto no solo interpretó de forma casi íntegra su último álbum, Anela, sino que también repasó Superpop, Metanoia, sus primeros singles y algunos de los más recientes como Como en un drama italiano. Girando sobre sí misma para sentir la euforia de más de diez mil fans, terminó la interpretación quitándose el vestido para quedarse en un conjunto de pedrería blanco.
Desnuda en cuerpo y alma, Belén se sentó por primera vez al piano para interpretar Eclipse. Rodeada de sus cinco ninfas, que entraron por primera vez en escena, y con dos cellos al fondo, la cantante se fue empoderando a través de letras como “me olvidé del poder que tengo” o “la vida después de amar existe”, que llevaron al siguiente tema, Lucero, a tener la fuerza necesaria como para que sus ninfas acabaran convirtiéndose en amazonas. El primer bloque del concierto acabó con el himno Copiloto, donde junto a sus bailarinas se adueñó de la pasarela ofreciendo un desfile de moda y carisma. Nadie se pudo resistir al magnetismo de la canción ni de la intérprete, ni tampoco al de las dos mujeres que la acompañaron en el escenario en los temas sucesivos.
Samurai fue la primera en entrar en escena para compartir juntas De charco en charco, a la que siguió Julieta para cantar Thelma y Louise. Ver a ambas junto a Belén cogidas de la mano, saltando sobre el escenario y empastando voces tan poderosas se sintió una celebración de quienes llevan años luchando por ocupar espacios de peso en la industria y una demostración de por qué están en el lugar que les corresponde. Aunque también hubo una gran ausencia: Lola Índigo. Sonó La tirita, que terminó ante una constante expectación de que Mimi se subiese al escenario que nunca sucedió. Algo sorprendente teniendo en cuenta que en el setlist oficial figuraba el nombre de la cantante entre paréntesis, al igual que el del resto de artistas que sí se subieron al escenario.
Anela, su último trabajo, “es una forma de convertir el dolor en algo precioso”, clamó Belén antes de interpretar Salvamento, el tema donde alcanza una mayor distorsión del tratamiento de su voz. La cantante convirtió la esquina derecha del escenario en la de su habitación. Con una presentación tremendamente vulnerable, cantó arrodillada su necesidad de sanar a una bailarina de contemporáneo que se encontraba bajo un foco. Una musa que no es más que una dualidad de las luces y sombras que la artista lleva dentro. En Dramático, Belén volvió al piano y también volvieron sus ninfas, que posaron como estatuas humanas. La interpretación fue un ejercicio de solemnidad que nos preparó para el desgarre que se guardaba con Cristal, donde un grito limpio entre truenos sacudió sus demonios y en extensión los nuestros. La artista quiso vaciarnos de todo dolor para entrar purificados al bloque más bailable del concierto.
Entró al escenario una mesa de mezclas con DJ Ruptura a los mandos, vestida con una cabeza de conejo furry para hacernos sudar. Empezó a sonar Thriller de Michael Jackson y, en lugar de convertirnos en zombies, acabamos bajo el aullido del licántropo. El clubbing empezó con la primera canción de Metanoia y no bajó, sino todo lo contrario, con una Belén subida en la mesa de Ruptura para interpretar Camaleón. No contenta con un frenesí ya desbordado entre los asistentes, nos animó a “saltar un poco más, ¿no?” con Ilusión óptica. La cantante mantuvo el ritmo hasta la interpretación de Mr Hyde, que terminó encogida en el suelo en posición fetal para volver a la intimidad interpretando Nadie me ha preguntado, entre visuales blancos y negros que recordaron a la estética del Folklore de Taylor Swift.
Soledad fue la canción que mayor expectación generó entre el público. Vestida de novia y ante un mar de linternas, fue el primer momento de la noche que consiguió emocionar a Belén lo suficiente como para soltar alguna lágrima. Todavía no sabíamos que nosotros crearíamos un mar de estas, inevitable ante una interpretación vocal impecable del clásico de Rocío Jurado Como una ola, que dedicó a su amigo fallecido Ricky. El escenario se transformó bajo luces rojas y violines chirriantes para dar paso a Mutantes, dando paso a uno de los momentos más oscuros. Los hombres protagonizan su dolor y es por eso que entra en escena el primero, un bailarín vestido de negro con el que reinterpreta el tango para acabar con la escena de la piedad bíblica a la inversa.
Ya fuera de los brazos de todo hombre, absuelta de lo terrenal, comienza a cantar sin nada ni nadie a su alrededor Nacer para morir a capella, opening track de Anela. Su magistralidad vocal lleva al público a dedicarle el “y guapa, y reina” que nos agradece con su segunda lágrima y dedicándonos Mía, un tema crucial en su trayectoria que marca el paso de la chica que hacía covers a piano de temas de reggaetón desde su habitación bajo el nombre The Girl and the Piano a la artista que es capaz de llenar arenas. Si para sus fans más clásicos Mía fue el momento crucial de la noche, para sus nuevos adeptos Dama en apuros fue el que dejó las mandíbulas descuadradas. Metrika se subió al escenario para cantar el tema más sensual de Anela. Nadie se esperaba a la de Cáceres en el escenario, y ahora todos esperamos que este remix salga YA.
En Lolita, la cantante se une a esas estatuas de sororidad realizadas por sus ninfas en temas como Dramático para ofrecer una interpretación tremendamente coral. Esa unión entre mujeres continúa con Bruja, donde antes de terminar abrazada de una de sus bailarinas ofrece alguno de sus agudos más desafiantes y una ‘pelografía’ digna de auténtica diva. Suenan trotares y aparece un caballo blanco en pantalla que anuncia Galgo, con menos beat del esperado pero no por ello menos saltos por parte del público. Si la versión animal de la catalana corresponde a esta raza, con la mezcla de Hijo de la luna de Mecano por Vértigo demostró que la humana es mesiánica, ante una luz blanca entre la que se fue abriendo paso como si hubiera sido tocada por Dios.
“Dejadme que os mire y aprecie esto un segundo”, dijo Belén antes de cantar las últimas canciones. Ahora que estoy bien fue una celebración de una experiencia compartida, desde su mejor amigo Alberto, con quien firma la dirección creativa del show, hasta todos los que la han ayudado a ser la reina que es, con los nombres de todo el que ha participado en el proceso de preparar su primer espectáculo de arenas en pantalla. Tampoco se olvidó de su público, bajándose del escenario para cantar con él mientras sus ninfas le tiraba flores desde el escenario.
Para los coros dejó Cómo puedo volver, ofreciendo un último derroche vocal acompañado de instrumentación orquestal antes de presenciar el rito de resurrección que dejó para el último tema y single del disco, Laberinto. Belén acabó su concierto como un fénix surgiendo entre las cenizas de un trabajo que ha supuesto su composición más vulnerable, con el que llora a cara descubierta para celebrar todo lo que ha sido y es, acompañada de quienes, como ella, son capaces de sacarte una sonrisa en los momentos de bajón.



