“Como nunca digo ná, hoy lo digo tó”. Así se despedía emocionado entre aplausos el guitarrista Yerai Cortés (Alicante, 1995) tras una velada mágica e íntima en un domingo frío de otoño que recordará siempre. El Teatro Real de Madrid entero le despedía de pie a ritmo de palmas y olés. No cabía un alma ahí dentro: entradas agotadas desde hacía semanas y una platea llena de amigos y celebridades como C.Tangana o Pedro Almodóvar.
Cortés tenía un sueño cuando con solo dieciséis años cayó en Madrid enamorado: asaltar este gran templo de las músicas clásicas. Ahora, que parece que está tan de moda ir a misa de nuevo, el alicantino hizo que hasta el más ateo se fuera mirando al cielo buscando alguna estrella ahí arriba. La sala principal del Teatro Real le esperaba imponente. Mil setecientas personas de todos los tipos y edades. Flamencos, modernos, jóvenes, viejos, padres e hijos, pijos y pelos azules, chaquetas de cuero, zapatos, maquillaje, trajes y sudaderas. Todo cabía, todos cabían. Todos querían escuchar a este gitano incomprendido en busca del amor y la identidad en un mundo obsesionado con las etiquetas.
Una cuenta atrás espacial y el espectáculo despega. Pasan los minutos y el rasgueo de Cortés eleva a estas mil sentencias almas hacia la noche estrellada madrileña. El tiempo se detiene, se mece en unos versos y unas palmas que tocan frenéticamente Helena, María, Salomé, Marina, Macarena y Nerea. Seis mujeres que no solo acompañan con sus dulces voces y cuerpos a la guitarra, sino que la elevan y la hacen brillar todavía más.
La velada avanza rápida, fiesta, palmas, olé, olé, más palmas, Yeri, dale Yeri, vamo ahí. Un “guapo” desde el graderío rompe la solemnidad de la noche, le contesta un “guapas” y carcajadas. Ahora lento, íntimo, rompe la pena, “Por tu silencio lloro, lloro, lloro, lloro”. Yerai dirige su mirada al cielo, arriba del todo, a la última fila de la última grada, y atraviesa el techo y se escapa entre nosotros. “Si tengo una guitarra en las mano' / Y es solo pa tocarte a ti / Si tengo una palabra en los labio' / Y es solo para hablar de ti”. Casi al final, una figura se desliza entre las sombras del escenario y emerge entre el humo. La Tania, gran amor del guitarrista, se arranca con Los almendros, un tema compuesto por ambos junto a C.Tangana que les valió el Goya a mejor canción original en la última edición de los premios. 
Una hora y media de una guitarra que parece que está viva. Retumba la caja, se arañan las seis cuerdas con mimo y gracia, Maikel Nai, rompen las palmas en Sonar por bulerías con una escenografía mínima, unos focos de luz, un banco, una silla de mimbre, convirtiendo el gran escenario de este Teatro Real en un tablao flamenco, en el patio de recreo de una casa viva lleno de alegría. En la Plaza Argel, en el barrio de Virgen del Remedio.
Qué lejos queda ya el primer flamenco que enmudeció a este teatro en 1975 y abrió a las puertas a una larga lista de artistas que nada tenían que ver con la ópera clásica. Paco de Lucía dijo en su momento que antes de aquel concierto estaba muy asustado, no por los famosos o el público, sino por los dos o tres guitarristas flamencos que iban a ir a escucharle. El periodista de ABC, Israel Viana, le preguntaba a Yerai antes de esta noche sobre esto mismo, a lo que el flamenco respondía: “Por mucha celebrity que venga, con que haya dos que entienden de verdad, los nervios se disparan. No se trata de cuántos espectadores hay, sino de quiénes son”. 
Desde donde estamos sentados, adivinamos a ver y oír las bambalinas del escenario. La platea se vacía poco a poco. Yerai y sus compañeras se abrazan y saltan en círculos donde ya nadie les ve. Se escuchan palmas y cantes, pero eso ya queda para la intimidad del artista que despegó en este domingo hacia la noche estrellada.