Como si de una misa se tratase y más de diez mil personas estuvieran preparadas para asistir a ella, Sen Senra se personificaba como único mesías de la noche ante el WiZink Center de Madrid. Sin embargo, lo que comenzó siendo una introducción épica acompañada de luces moradas que avecinaban la llegada del protagonista, el espectáculo no brilló tanto como quizás algunos esperaban. Pero empecemos por el principio.
A ojos de una oyente recurrente que ha tenido el placer de verle en una ocasión más, el cantante gallego siempre ha parecido una persona reservada, sin alardear de nada ni de nadie en los shows y agradecido con lo que tiene. Con aspiraciones, claro, pero sin venirse demasiado arriba ni dejar que le cieguen. Quizás el llevarlo todo al espectro lowkey fue lo que le llevó a dar un concierto íntimo y grande a la vez, pero que desde la segunda planta del sector 12 pareció haberse dejado algo por el camino.
Llamar a la puerta de sus fans a modo de gritos de nerviosismo y expectación en el recinto resultó en una bienvenida y apertura del concierto con Perfecto, de su EP Corazón cromado (2021). Poco tardó en iluminarse de color verde el suelo sobre el que Senra estaría presenciando probablemente el hito más importante de su carrera hasta la fecha para dar el turno a Tumbado en el jardín viendo atardecer sin, en ningún momento, dejar de tener a su público hipnotizado. Menos aún cuando entonó el corte que respecta a estos versos, Taba sucio, y una posterior Euforia que le hicieron arrancarse con sus primeras palabras de la noche: un saludo generalizado a Madrid y un sensual riff.
Además de escuchar en directo las recientes Meu amore, Mis amigos opinan lo mismo y otros de los tracks de su disco PO2054AZ (Vol. 1), del que esperamos una segunda parte pronto, otro de los momentos más especiales de la velada sucedía cuando dos canciones inéditas se sumaban al repertorio de la noche. Con estas y un total de cinco minutos de paz y serenidad transmitidas, el segundo acto del espectáculo animaría más aún si cabe una pista y unas gradas a reventar. Los culpables fueron 1000 canciones y Wu Wu, con la parte de Feid encargándosela a los asistentes: simplemente le bastaba con alzar el micrófono al aire. Junto a Uno de eses gatos y Familia, estos momentos movidos podrían haberlo sido más acompañados de visuales –de los que pareció carecer en la mayoría de las ocasiones– o unos bailarines que podrían haber interpretado a la perfección una coreografía brillante. Que se lo digan si no a Recycled J y a un Palacio Vistalegre con las entradas agotadas hace escasas semanas en Madrid.
Sin que esto sirva como crítica negativa sino constructiva (de nuevo, por una oyente habitual y crítica musical), quizás la importancia de la música de Sen Senra radica más en el contenido que en la forma de mostrarlo. Por eso, antes de proceder con Blue jeans y un crop top, y antes de dar la bienvenida a Juan Habichuela como único invitado de la noche, Christian Senra dejaría caer una de las moralejas y aprendizajes más valiosos: que a quien nos quiera bien hay que quererle más.
Con todo esto demostró ser un crío que ha crecido y madurado con una fe y unas creencias claras, concisas y constantes, pero eso no le hizo falta decirlo porque ya se palpaba en el ambiente. Como ya es costumbre, Ya no te hago falta anunciaba el final del concierto, siendo este el único momento donde Sen Senra se animaría a coger la eléctrica y entonar el reconocido palm mute de una de las composiciones más tristes y viscerales de su repertorio.
Tan rápido tocó el cielo como nos bajó de él. Y así, con un puñado de sensaciones y el corazón lleno, Sen Senra firmaba y se marchaba airoso de un reto enorme: el de llenar por segunda vez uno de los estadios más masivos del país.
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