Nico Miseria es uno de los raperos más respetados de este país. Entre otras cosas, porque es de los pocos capaces de hacer que el público se vea representado en él. Con letras que en muchas ocasiones son denominadas por su público como poesía, el singular rapero de Almansa acaba de presentar su nuevo disco, El corazón manda, y tomarnos un café con él para entender mejor a Nico desde la raíz ha sido una decisión acertadísima.
Más maduro y más libre, el artista se abre paso entre vulnerabilidad, honestidad y una claridad creativa que lo sitúan en un punto distinto de su carrera. Acaba de soltar un proyecto que deja de ser suyo en cuanto toca la calle, pero lo defiende con la serenidad de quien sabe que ha puesto todo lo que tenía dentro. En esta conversación, Nico desmonta su propio proceso: habla de amor, celos, lealtad, impulsos creativos, la delgada línea entre la persona y el personaje, y de cómo la música puede convertirse en coraza y confesión al mismo tiempo. Esta entrevista no es solo un vistazo a su nuevo disco, sino una radiografía emocional de un artista que crea desde lo más profundo.
¿Cómo te encuentras después del lanzamiento? ¿Cómo ha sido la sensación de quitarte ya el disco de encima?
Es raro. Me ha pasado varias veces eso del ‘momento parto’. El otro día lo pensaba y nunca lo había visto así, pero un disco es como un hijo: cuando lo tienes en la barriga es solo tuyo, pero cuando nace es de todo el mundo. Se vuelve más vulnerable, empieza a relacionarse solo, a hablar con todos. Con los discos me pasa igual: cuando ya son de la gente, ves que alguien dice ‘este es mi tema favorito’, que lo escuchan por equis razón, que conectan… ya es más suyo que mío. Y entonces me desapego un poco. Sigo teniendo la noción de que lo hice yo y es mi responsabilidad, pero también siento que ya no tiene nada que ver conmigo. No necesita nada de mí.
¿No te pasa que la peña a veces se obsesiona con un tema o sube una frase tuya mil veces y dices: hermano, he visto esta frase hasta en la sopa? ¿Te deja de molar?
Sí. La gente conecta con cosas que tú no esperas. Antes me jodía más, pero ahora creo que es bonito. Significa que hay partes de tu obra que llegan a la gente aunque a ti no te toquen tanto. A veces no le das importancia a algo y justo eso es lo que conecta porque había algo ahí que tú no veías claro.
¿De dónde sacas los samples cuando produces?
De cualquier sitio. Solo necesito que lo que suena me convenza, pero me da igual el origen. Cojo sonidos de donde sea. Eso sí, ahora me fijo en las fechas y en que no tengan derechos, porque ya he tenido varios dramas por eso.
¿Cuántos temas te tiraron en El tercer verano del amor?
Tres canciones.
¿Y cómo fue ese ‘hijo’ que te chafaron?
Una mierda. Especialmente uno que para mí era importante. Pero tampoco puedo quejarme al cien por cien, significaba que me estaba yendo bien. Nunca me había pasado y me pasó justo cuando estaba despegando.
Antes has contado que alguien conectó con una frase tuya más que tú mismo. ¿Te pasa mucho eso de que la gente interprete significados que tú no veías?
Muchísimo. Me pasa que alguien conecta con algo que yo no entendía así. Por ejemplo, una chica escribió en X que por fin había entendido una frase mía (“Es tan triste que me muero si me duermo a tu lado”) y que lloró dos horas escuchándola. Y pensé, pues yo no la entiendo así. Para mí no era una frase tan profunda.
Volviendo a una barra del disco antiguo: “Dejé de llamarla para merecerla”. ¿Cómo nació?
Habla de un tipo de amor muy egoísta. Haces cosas por la otra persona pero en realidad las haces por ti. A veces lo que tienes que hacer es dejar en paz a alguien. Porque lo que vas a hacer (decirle que la quieres, buscarla) lo haces por ti, no por ella. Y eso es triste pero pasa. Es parte del desapego que ocurre en las relaciones cuando la confianza ya no es tan sana.
¿Te pasa también que la gente interpreta significados profundos en cosas que tú hiciste casi sin pensar?
Un montón. Me ha hecho darme cuenta de que hay algo muy impulsivo en cómo hago música, algo que yo mismo no entiendo. Ser ignorante total no sirve, pero aprender demasiado a veces te corta la creatividad, esa cosa infantil de ‘me da igual, voy a hacerlo así’. Eso me caracteriza mucho: gente con más formación que yo analiza mis letras y me dice cosas que yo nunca había visto.
Una vez, en una entrevista, alguien me señaló que siempre hablo de mi padre en las canciones. Toda mi carrera. No tenía ni idea. Son cosas que interiorizas sin saberlo pero la gente lo capta. Es como si alguien te dijera, ¿sabías que en todos tus vídeos miras a la izquierda y entra la luz igual? Y tú ni lo sabías. Pero está ahí.
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Mucha gente se siente identificada con tus letras más emocionales o vulnerables. ¿Qué te pasa con eso?
Me engancha la gente que se desnuda emocionalmente de verdad. No de forma ridícula, sino de forma valiente: mírame, no tengo miedo. Yo digo lo que tú no dices. Y eso tiene mucha fuerza. Con el tema Los celos, por ejemplo, estéticamente ya no me gusta tanto, pero sé que a la gente le tocó porque ahí me di cuenta de que había mucha peña como yo. Cuando sientes celos fuertes te crees el único gilipollas del planeta que se siente así. Pero es mentira. Hay mucha gente igual de jodida que tú. Cuando alguien lo verbaliza, te alivia. Como cuando Galera en Wikipedia escribió lo que escribió, lo dijo por mí: yo no sabía ponerlo en palabras, pero él sí.
¿Dirías que tu música es rap? ¿Poesía? ¿Cómo lo etiquetas tú?
No me gustan las etiquetas. Son útiles para hablar pero rígidas para crear. No me considero poeta porque es otro oficio, pero sí hay poesía en lo que hago. Y creo que Gata, hablando de ella, no era rapera ni poeta: tenía una capacidad de pensar muy heavy. También le flipaba la política. Mucha gente la veía incluso presentándose a algo. Por eso las etiquetas a veces limitan: rapero, poeta, política. En realidad era todo eso. Yo igual. Tampoco me considero rapero al cien por cien. Está ese dilema del ‘rapero blanco’: chavales españoles, de ciudades así, haciendo una cultura que no es cien por cien nuestra. Y aun así, hay raperos de aquí que han tenido una vida normal y rapean increíble.  A mí lo que me gusta es expresarme. El rap, la poesía, o la música urbana son canales. Pero si en vez de un tema hago un collage, también lo llevo a la música. Todo me lo llevo ahí.
Has hablado de creatividad e impulsividad. ¿Crees que la industria afecta a eso?
Muchísimo. La gente confunde hablar de música con hablar de industria. Son cosas totalmente distintas. La música es un ente. Cuando hablo de música contigo o con mis amigos, hablo desde ese lugar. Pero vas a un evento y hablas de ‘música’ con alguien, estás hablando de industria, números, oyentes, métricas. Es otra cosa. El capitalismo se come todo, y la industria musical es un ejemplo perfecto.
¿Crees que la industria condiciona también la forma en la que los artistas se relacionan entre sí?
Totalmente. Yo tengo mis amigos de verdad, colegas con los que hablo de música desde un lugar honesto. Pero luego está la peña del circuito, la que te encuentras en eventos o en movidas de la industria, y ahí la conversación cambia. Hablas de números, de cómo va tu último single, de qué estrategias estás usando, etc. Es otra dinámica.
“Nico es mucho más que Nico Miseria, pero todo lo que forma parte de Nico Miseria viene de Nico. No hay nada ficticio ahí.”
En tu último proyecto se nota que has delegado más en la producción. ¿Cómo ha sido ese proceso para ti?
Ha sido un proceso de aprendizaje. Siempre lo he hecho todo: producir, grabar, escribir. Cuando trabajas así, te encierras mucho en tu propio mundo. A veces pierdes el norte, te obsesionas. Esta ha sido la primera vez en la que estaba rodeado de personas que hacen música de mil maneras distintas: Alan Parrish, que es un experto con los samples y que, además, es amigo mío de toda la vida; Alba, con el arpa, que fue un descubrimiento brutal. Había muchos puntos interesantes alrededor pero nunca terminaba de ordenarlos. Ahí fue cuando pensé: si voy a delegar algo, que no sean las letras porque eso es mi alma, pero en la producción sí puedo confiar. Confié, me dejé llevar y ahí estuvo la magia.
¿Te costó soltar el control? ¿Te entró orgullo?
No realmente. Es algo que llega con la madurez. Te acostumbras tanto a hacerlo todo solo que, cuando por fin hay un equipo con talento cerca, entiendes que compartir el proceso no te quita valor sino que lo multiplica. Además, me apetecía probar cosas nuevas, salir de mi zona de confort, escuchar otras cabezas.
Sin embargo, hubo muchas canciones que hice completamente solo, encerrado. De hecho, muchos de mis mejores temas han salido así: yo, una idea muy clara y todo fluyendo sin nadie alrededor. Pero este no era el momento. Quería que el disco fuera más cantado, más musical.
¿Era una decisión consciente?
Totalmente. Quería que fuese un disco más de cantante, más abierto, más musical. Aunque luego, sin querer, se me coló mucho drumless, muchas barras, mucha esencia de lo que soy. Pero fue por eso que quise que entraran más músicos, más manos, más sensibilidad alrededor. No para borrar quien soy sino para darle otra forma a lo que ya soy.
En tus letras repites mucho la palabra ‘hermano’. ¿Qué te mueve más, la sangre o la lealtad?
Sin duda, la lealtad. La familia de sangre obviamente la amas pero no siempre estás en sintonía con ella. Es algo que no eliges. En cambio, la lealtad sí es una elección diaria. Es un valor consciente. Hoy en día, encontrar gente de verdad leal es muy valioso. Gente que no tiene que decir que está ahí, sino que simplemente está. Eso para mí lo es todo.
Más cuando estás lejos de casa, en una gran ciudad, rodeado de estímulos, círculos raros, amistades que pueden hacer que te pierdas. Ahí es donde tienes que tener muy claro quién está contigo y a quién cuidas tú también. Porque todo es más simple de lo que creemos: saber querer a quien te quiere y tratar bien a quien te trata bien.
Con el reconocimiento y la posición que tienes ahora, ¿no se te cuela también la desconfianza? ¿No piensas, esta persona se acerca por interés?
Sí, claro que pasa, pero tampoco es algo que me perturba constantemente. Nadie me dio nada durante muchísimo tiempo. Yo hacía música por mí, porque era lo que más me gustaba del mundo. Eso me entrenó mucho el ojo. Ahora, cuando alguien se me acerca solo por lo que represento, me doy cuenta bastante rápido. A veces noto que no ven a Nico, ven a Nico Miseria. No saben cómo soy como persona. Pero no me obsesiona. Simplemente lo detecto y sigo mi camino.
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Esa línea tan fina entre Nico y Nico Miseria. ¿Cómo vives tú esa dualidad?
Es una línea muy fina, sí. A veces tengo la sensación de que la persona que habla con la gente siente que ya tiene una base de quién soy, como si ya hubiéramos hablado antes. Eso pasa porque en la música me muestro mucho, me abro muchísimo cuando escribo. Entonces, cuando alguien me conoce, ya tiene una imagen previa construida en su cabeza. No me molesta. De hecho, creo que está guay. Es una consecuencia directa de mostrarse sin miedo, pero sin enseñar tampoco todo lo que no toca enseñar. Obviamente Nico es mucho más que Nico Miseria, pero todo lo que forma parte de Nico Miseria viene de Nico. No hay nada ficticio ahí. Simplemente hay partes de mí que son más para la música y otras que se quedan en lo personal.
¿Crees que Nico Miseria fue una especie de coraza para protegerte?
Sí, puede ser. Una coraza pero a la vez una vía para desnudarme. Todo lo que  sentía que Nico no podía ser, que no era suficiente, que era un pringado o que no iba a conseguir nada. Nico veía imposible vivir de la música. Nico Miseria lo consiguió.
Entonces sí, es una coraza, una parte más fuerte de ti que te permite hablar de tus heridas desde un lugar de poder. Desde ahí puedes hablar, por ejemplo, de los celos, del dolor, de las inseguridades, pero sin romperte. Incluso te sientes más fuerte porque llevas esa identidad contigo. De ahí salió Yo no soy yo. Era una necesidad de hablar de eso, del momento vital en el que no sabes muy bien quién eres ni quién quiere la gente que seas.
Veo que se la das mucho a artistas emergentes. Ahora que estás en un punto diferente, ¿sientes la responsabilidad de hacerlo?
Sí. No quiero ser de los que miran hacia arriba y se olvidan de donde vienen. Si veo a alguien con talento, con ganas, con hambre real de hacer algo bonito, intento echarle una mano. Aunque no tenga tiempo, aunque esté liado con mi proyecto. Luego me arrepentiría de no hacerlo si sé que se lo merecía. Lo único que a veces me frena es el tiempo. Tengo mi proyecto de cantante, mis movidas, mis entrevistas, mis producciones, y el día solo tiene veinticuatro horas.
Aun así, no paras nunca de crear.
Eso es lo que más feliz me hace: hacer música. Más allá del reconocimiento, más allá del dinero, más allá del personaje, lo que me llena es estar creando algo que tiene alma. Y sobre todo me encanta esa sensación de estar construyendo algo que empieza a coger forma, que crece, que está vivo. Es como ver crecer algo que era invisible y ahora empieza a ocupar espacio en el mundo.
También hablas de lugares, de ciudades, de lo difícil que es abrirse camino fuera de Madrid o Barcelona.
Claro. Yo veía que todos los caminos llevaban a Madrid o Barcelona. Albacete, Murcia, o Extremadura siempre han sido lugares muy cerrados, olvidados dentro de la escena. La mitad de los raperos que escuchaba eran de Madrid o Barcelona, y alguno de Alicante. Por eso cuando descubrí artistas de pueblos pequeños me pegó tan fuerte. Porque pensé, hostia, no estoy solo. Se puede. Salir de esos sitios es una lucha increíble. Por eso valoro mucho más a quien lo consigue viniendo de ahí.
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