Parece que todo lo que nos rodea incita a la velocidad. Velocidad consumiendo, opinando y a la mínima pasamos a lo siguiente. El jueves pasado en Café Berlín, Natalia Lacunza y Back Market nos proponían todo lo contrario. Un concierto en vivo transmitido en su totalidad con instrumentos y dispositivos reacondicionados, y un mensaje simple pero muy claro: para que dure.
Bajando las escaleras del Café Berlín, ya era evidente que el espacio había cambiado. En pleno Madrid, al lado de la plaza de Callao, esta sala parecía que se había quedado congelada en el tiempo. Televisores antiguos y cámaras digitales a la disposición de los invitados para capturar el momento con una filosofía diferente a la que acostumbramos. El público no éramos más de cincuenta asistentes, entre ellos influencers, prensa y fans de Natalia. Lo importante era entender la filosofía de la campaña, que nos proponía consumir (y comprar) de forma más consciente no solo móviles, sino también música.
Pero el peak del evento llegó cuando Natalia Lacunza salió al escenario. Este live sessions arrancaba con Cuestión de suerte, una de sus canciones más sonadas de su último disco, Tiene que ser para mí. El set list fue alternando canciones de toda su discografía como nana triste o pensar en ti, todo hasta llegar al punto de ebullición de la noche, cuando arrancó con estas palabras: “Estamos en un momento en el que la música, más que un catálogo, es una cosa efímera. Pasa un mes y ya está de moda la siguiente. Esta no es la forma en que yo hago música. Yo la hago para que dure, y por eso quiero que escuchéis mis pequeñas canciones y en diez años os sigan emocionando”. Periot, Natalia.
Después, claro, versionó la balada atemporal de Jeanette, El muchacho de los ojos tristes, una canción que recuerdo escuchar por primera vez en un disco recopilatorio de los que vendían en las gasolineras. Canciones que a día de hoy me siguen emocionando como la primera vez, y que ojalá ocurra igual con Natalia.
No es de extrañar que durante el concierto, a pesar de no haber cobertura en la sala, el público fuese un mar de teléfonos (e incluso una tablet) grabando la experiencia, el mío incluido. A pesar de estas hipocresías tan difíciles de evitar en el mundo de las redes y la sobreexposición en el que vivimos, creo que no hablo por mí cuando digo que el mensaje caló, y para lo que quedó del concierto, opté por guardar el móvil y disfrutar de la música en directo. Juzgando por el resto de asistentes, esta música les va a acompañar mucho tiempo.