Apenas cuatro meses después de su estreno en la Noche Blanca del Flamenco, La Plazuela regresó a Córdoba. Y lo hicieron de la mano de Oh, Salvaje, reabriendo por todo lo alto la mítica Sala Impala con un sold out donde no faltaron los palmeros, la chulería, las lágrimas y las reminiscencias de sonidos pasados. Eso sí, camisetas fuera.
“No sabéis lo que hemos pasado para saber si se hacía este bolo o no”, dijo el Nitro justo después de que los últimos acordes de La primerica helá dejaran de sonar. Razón no le faltó, pero ni los amagos de cancelación ni los cambios de fecha en el cartel amedrentaron a quienes horas antes de la apertura de puertas ya aguardaban pacientemente en la cola, o también justo en frente, en Bar Casa Paco.
Pero la espera mereció la pena, y a las diez y media clavadas la liturgia dio comienzo. Los cinco chavales cogieron posición en el escenario, y mostrándose (aún) más valientes, más toreros y más gitanos, nos invitaron a su fiesta. Una en la que ya no cabía ni un alfiler y un hipnotizado séquito lucía las camisetas negras del merchan de la gira al tiempo que sonaba Tu palabra y Placeta de la Charca.
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Tras una primera toma de contacto, el Nitro, con un visible cambio de look del que pidió disculpas antes de empezar – “Perdonadme los movimientos raros de cabeza, es que no me acostumbro a estos pelos” –, presentó al grupo como si cualquiera de los allí presentes, que habían logrado cubrir el aforo de la sala aquella noche, no estuviera ya lo suficientemente obsesionado con ellos. “Somos La Plazuela, un grupo de Graná, y venimos a presentar nuestro primer álbum, Roneo Funk Club”.
Hacía un tiempo considerable que no tocaban en una sala, pero no lo demostraron. El Indio, Yoglle y el Nitro se pasearon por el escenario como Pedro por su casa, llegando incluso a bajar para saludar de cerca a un público entregado que hizo volar cazadoras vaqueras y pancartas con corazones.
La ciudad de Córdoba abrió sus puertas a asistente procedentes de Madrid, de Barcelona, de Málaga, para el deleite nuestro y el de ellos. Para organizar una jarana que continuaron con Soulseek y elevaron con un inesperado regreso a los orígenes. Reminiscencias de su etapa BBC (bodas, bautizos y comuniones), con las que homenajearon a la banda de versiones de sus inicios: Lunares Negros.
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“Esta va para la gente cabezona como nosotros”. Y de pronto: Principios del XX. A esta le siguió una buena tanda de algunas de sus primeras canciones ya rebautizados como La Plazuela, como Parao frente a la muerte, uno de los sencillos de su EP Yunque, Clavos y arcayatas, y también una de las más queridas, aunque pocos pudieron corearla de principio a fin.
El ecuador del show llegaba a su final con Péiname Juana, que el Indio estableció como una verdadera oda a las abuelas y a las madres. El lao de la pena, Realejo Beach o Tangos de Copera no hicieron sino alargar el final de la noche más corta de nuestras vidas, pese a casi las dos horas de concierto. Pero, como suele pasar con todas las cosas buenas, no queríamos que acabara.
Sin embargo, y como no podía ser de otro modo, el broche final lo puso la mákina más flamenca por cortesía del Nitro, del Canelita y del resto del grupo, con Yoglle ya sin camisa, como tan acostumbrados nos tiene, que se unió para cerrar una día de culto al roneo. “Viva Córdoba, señores”, despidieron. Y que viva La Plazuela.
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