Una hora después de llegar a casa tras el concierto, me topé con un comentario que, refiriéndose a Duki, decía; “alguien que supo hacerlo todo con amor”. Me pareció la frase perfecta para resumir lo que ese sábado noche, en el templo madridista, vivimos como asistentes de su show.
Dos días antes de su concierto, Duki apareció en la rueda de prensa con una sonrisa y soltó: “Estoy más nervioso por esto que por mi show”. Imagínate eso: un artista que llena estadios sintiéndose nervioso ante cincuenta periodistas. Poco después, alguien mencionó una cita de una entrevista suya de 2018 en la que afirmaba: “Me voy a comer el mundo”. Y su respuesta, para sorpresa o consternación de los periodistas, fue: “Si me preguntás ahora, qué pibe más soberbio”. Si eso no te dice todo lo que necesitas saber sobre él, que la humildad y la sinceridad son parte de su esencia, no sé qué más necesitas escuchar. Todos reímos, y en ese momento el artista que llenaría el Bernabéu parecía el más humano y honesto de todos. 
Es realmente complicado hacer que tu público se sienta tan cerca de ti en un estadio de la  envergadura del Santiago Bernabéu, pero para mí, la energía que se vivió fue similar a la de esos pequeños bolos en la sala Sol. Puede sonar exagerado, y por supuesto, ver a más de sesenta mil personas coreando sus canciones era espectacular, pero en cuanto a su energía, la pureza de esos primeros shows se mantenía. El cariño, la atención y las ganas genuinas de que todos nos divirtiéramos seguían presentes. 
Desde su delivery (agresivo e impecable) hasta el maravilloso elenco de artistas invitados que trajo, todo demostraba compromiso y amor por este público español que tanto le apoya. Pudimos ver a Nicki Nicole, a Bizarrap, a Neo Pistea, a We$t Dubai, a Lucho SSJ, a JhayCo, y por supuesto, como no podía ser de otra forma en Madrid, a Dano, quien interpretó Santo Grial ante un público de sesenta y cinco mil personas. Más de ocho artistas en un solo show. Sin palabras.
A nivel sonoro, el rock argentino se hizo presente como siempre. Duki no dudó en añadir guitarras a muchos de sus temas, algo que se evidenció en Antes de perderte, Sin frenos o No me llores. En cuanto a lo visual, todo estuvo inmerso en ‘Ameri’, concepto que el argentino había descrito un año atrás como “ese lugar al que queremos llegar, ya sea en nuestros sueños, metas o en nuestra búsqueda por crecer y mejorar algo”. Así, en las dos pantallas gigantes que dominaban el escenario, se desplegó un universo de fantasía con plantas, raíces, lagos y fauna, diseñado para realzar las imponentes rocas del escenario y servir como transición entre cada canción.
Para acabar, Duki entonó She Don’t Give A Fo, marcando así el cierre de un espectáculo de dos horas y media que pareció transcurrir en un abrir y cerrar de ojos. Ahora entiendo por qué, en su sesión con Bizarrap, cantaba “después de tantos años, yo no le diría suerte”. En efecto, con Mauro Ezequiel nunca se trató de suerte, sino de amor, dedicación y el constante deseo de mejorar. Este show es la evidencia.
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