Desde que charlé con daniel sabater sobre ya se me pasará para el tercer volumen de la revista, él desde su Murcia natal y yo perdido en pleno centro de Oaxaca, ha pasado medio año. Recuerdo que entonces anoté la fecha del concierto que daría en Barcelona en febrero durante su breve gira, y sin apenas darnos cuenta, se nos echó encima el día. Perderse entre el público en un concierto de alguien con el que has podido conversar sin prisa sobre su arte es una experiencia que se revela profundamente más intensa. Te has adentrado en su universo musical, has diseccionado sus canciones con rigor médico y has accedido a rincones ocultos; así que es inevitable sentirte parte de esa suerte de ficción que es un concierto.
Nada más saltar de un brinco en el escenario de La [2] de Apolo, y acompañado de la banda, Daniel ya prometió cumplir con un cometido triple: envolvernos en su hipnótica nostalgia, jugar a cantar canciones y, por encima de todo, pasar un buen rato en familia sin imposturas ni grandes pretensiones. Tan solo eso. De principio a fin, y con orejas de diablo incluidas.
La setlist que nos regaló orbitó alrededor de su álbum debut: una bomba de melancolía, corazones rotos y mensajes sin contestar, con temas como fue bonito mientras duró, nadie más y un reclamadísimo bolero de desamor, que él mismo reconoció “haber sido una sorpresa” porque no esperaba que el género levantase tantas pasiones. Tampoco faltaron recuerdos a sus inicios con cómo quieres que me enfade o el sofá, una versión del 911 de Sech a golpe de guitarra y algún adelanto de lo que vendrá desde el mismísimo centro de la pista –hasta aquí podemos leer.  
Rara vez se oyó un silencio entre una canción y otra: se formó un coro en la sala al que fueron sumándose cada vez más adeptos para acompañar a Daniel en cada uno de los versos, sin excepción. Él solo podía repetir “muchas gracias”, casi con la vergüenza de un crío, la más sensata de las sonrisas y algún que otro tono vacilón con el público.
Cuando acabó el concierto, o el fin de un viaje emocional que se sintió como un hechizo, solo pensaba en lo complicadísimo que es lograr lo que hizo Daniel, y que ya me dejó claro durante la entrevista hace unos meses: “Estar grounded, ser lo más humilde posible”. Yo a eso lo llamo ser auténtico y cantar con la verdad. Si el desamor tiene que saber así de dulce siempre… que lluevan las espadas.  
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