El día miércoles 14 de febrero, entre Jorge Juan y Goya, se reunía una marabunta de chavales vestidos con sus mejores galas: maquillaje, el pelo recogido, colores vivos… el tipo de ropa que guardas para una ocasión especial. Y no es para menos, tenían una cita para celebrar San Valentín con el mismísimo Cupido.
Todos ellos consiguieron sold out en una versión reducida del Wizink, con telones negros cubriendo las gradas y parte de la pista. La cita comenzó con unos entrantes, en este caso a cargo de Kinder Malo. Con un sonido mucho más lejano al que se asociaba allá por 2017, aprovechó la ocasión para presentar canciones de su último álbum, La nube, que fue un abrir de boca para lo que sucedería a continuación. Aunque todo sea dicho, después se le echará en falta junto a la banda para tocar alguna de sus colaboraciones.
El concierto empezó con Se apagó seguido de Galaxia, para marcar la tónica de altibajos que sería la velada. El resto del setlist enlazaba sin problema canciones de Préstame un sentimiento con las de Sobredosis de amor, mezclando las que ya son marca de la casa como Autoestima o Milhouse, 5 senti 2 e incluyendo sorpresas como El tiempo es oro. Mención especial también a La pared, que fue de las últimas y, antes de tocarla, ya había sido invocada por vítores entre el público, consiguiendo lo nunca visto: el público saltando y bailando con la canción más triste de todo el repertorio.
En general, toda la estética estaba muy cuidada: luces rosas y moradas preparaban el ambiente a falta de velas y un ramo. También con los visuales de Dumbo, Betty Boop, o Mickey y Minnie, que culminaron lo idílico del momento. A pesar de ser un Wizink, el concierto se sintió muy cercano, lleno de caras familiares, aquello parecía más una fiesta entre colegas –aunque con el punto romanticón de meter una kiss cam a mitad de la función–.
Cupido dejó claro que sabe hacer que un show sea una fiesta entre colegas, con un público leal, que no falla una al corear y que en su mayoría le acompañan desde los inicios en La Riviera. Gente que comparte miradas cómplices y están dispuestos a celebrar juntos aunque no se conozcan de nada, porque lo que tienen en común es sentirse unos cabrones con suerte al estar allí. La banda tampoco olvidó agradecer al público de celebrar la escalada hasta llegar al Wizink, de preguntar cómo íbamos de vez en cuando y regalar una canción más –Tu foto– así como de cantar una nueva. Supongo que ahí se ve el talento del artista, en conseguir crear en un concierto esa intimidad entre los asistentes, aunque se cuenten por miles.
Aquello fue una especie de llamada a la oración. Quedó claro cuando el propio Pimp Flaco hizo un llamamiento a que se pronunciaran las parejas, los solteros, a los que les gustaría conocer a alguien y a los que están bien así. Y es que los allí presentes, aunque por motivos distintos, teníamos una cuenta pendiente con aquel del arco y las flechas. Prueba de ello era que las baladas más tristes eran igual de vitoreadas que las canciones de amor. Aun así, era un evento para celebrar, con el amor como protagonista, una cuestión de elegir a alguien a quien quieras como acompañante, y gritar las frases más románticas mirándole a los ojos.
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