“Llevo seis meses esperando este día”. Cruz Cafuné irrumpió el pasado 18 de noviembre en el mismo Vista Alegre que cuatro años atrás le vio telonear a Rels B. El mismo Vista Alegre que ahora esperaba con paciencia más de diez horas de cola para verle, solo y en exclusiva, a él. Bueno, a él y a los Quevedos, Abhirs y Hokes, obvio. El 18 de noviembre, cumpleaños de su hermana Fabiola, Cafuné dio un concierto de casi dos horas con el que clausuró una etapa única en su trayectoria. Inolvidable.
Epicidades aparte, el Palacio Vista Alegre está a cinco minutos de mi casa. Así que comencé el concierto mucho antes, alrededor de las cuatro, cuando fui a curiosear las anunciadas filas de fans que custodiaban su primerísima posición. Algunos luchaban por contestar preguntas correctas a cambio de una gorra gratis, otros por colarse con sigilo sin ser pillados. Allí, entre la esquina del bar El Bloque de Ávila y la oficina de Correos, se acumulaban cientos de chavales uniformados con tiburones y carteles de ‘Cruzzicristo’ o de ‘Santo Cruzzi de Tenerife’.
El aparente nuevo mesías de las islas, Dawaira, abrió el show ante las miradas de más de diez mil personas. Y tras él, el ciclón. Turbo (no Epifanía) inauguró el espectáculo, con su protagonista enmarcado en un escenario con aletas de tiburón a escala humana, chorros a presión de humo criogénico y un show de luces continuo.
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Con esa omisión donde se hizo aún más latente una duda decisiva: ¿cómo se elabora un set list para un disco de veintitrés canciones sin dejar fuera los éxitos anteriores? Digo decisiva no solo por su dificultad, sino también porque el concierto anunció el sold-out antes incluso de que el disco sonara en las calles. Quien compró esa entrada era fan, muy fan, y tenía tanta fe en el canario como él en Dios.
Aun así, lo hizo. A veces con vueltas inesperadas, como una versión más corta de lo esperado de Movezz en silencio; la salida de Hoke para el feat de Jjjj (perteneciente al disco del de Ruzafa) y no para Practice, o la ausencia de No se emula. Pero también con espacio para sorpresas como Forbes o Majalulo, delicias de los que llevamos con la mira puesta en su carrera desde que era un Broke Niño que no tenía ni pa’ filtros ni compraba en LuisaViaRoma.
Y de repente, la cara de Xuso Jones con la sorpresa más televisiva sustituyó a los visuales. El intermedio David contra Golliath del show era de lo poco que se había filtrado en redes. En parte, por la cantidad de twitteros orgullosos de su segundo de gloria, pero sobre todo por la acusada falta de nominaciones de Me muevo con Dios en los Grammys. Mis colegas y yo cruzamos una mirada cómplice de, ahora viene esta parte. Con la excepción de que no se habló de Grammys sino del premio de Los40 al Álbum Urbano del Año, que ganó Aitana. Y aquí quiero hacer un inciso.
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El objetivo principal de un concierto (y más uno de estas dimensiones) es sorprender y generar emoción, pero este show nunca estuvo pensado para un público general. El enfrentamiento en X entre lo que parecían swifties vs. kanyeres descontextualiza por completo no solo la crítica que se pretendía hacer a la industria de la música, sino el lugar donde se emitía el mensaje. Dicho esto, si alguien piensa que a Mécèn le duele lo más mínimo la estatuilla en cuestión ignora por completo los orígenes y la trayectoria de quien compone el sello.
Cierro alentando a todo Canarias a que no se pierda el bolo del 4 de abril de 2024 (aunque no hace falta que yo diga nada), y con la curiosidad de saber si será también Issey Miyake la canción con la que dé fin a su gira más importante hasta la fecha. No pueden darse dos cumpleaños de Fabiola en un año, pero las lágrimas están aseguradas. No hay duda de que si en Carabanchel se vivió un acontecimiento histórico, Tenerife terminará por ponerle una estatua más pronto que tarde al hijo de Charo.
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