Sant Jordi es el día más esperado del año para muchos. No solo para los enamorados catalanes, sino para todos aquellos que todavía creen —románticamente, tercamente— que un libro puede salvarles la vida. O, al menos, hacerla un poco más llevadera.
Entre tantas novelas, poemarios, biografías tristes y manuales de autoayuda, hay un género que camina de puntillas. Como si no quisiera molestar. Pero créeme: cuando te cruzas con él, es como un flechazo. Porque hay emociones que no caben en un párrafo. Ni en dos. Y la novela gráfica tiene esa hibridez brillante entre el dibujo y la palabra, entre las artes y la literatura silenciosa. Por eso, hoy te recomendamos cinco novelas gráficas para que te enamores de verdad.
Cenit, de María Medem
¿Te ha pasado que te despiertas y no sabes si algo lo soñaste o si en verdad ocurrió? Cuando el sol alcanza su cenit, dos hombres sin nombre, un alfarero y uno que trabaja el vidrio, charlan cara a cara en una mesa larguísima plantada en medio de un desierto onírico sin fin. El cielo, espeso y tibio, parece zumo de melocotón. Hablan. O más bien flotan en la conversación. Deambulan entre palabras, entre silencios. Intentan descifrar la noche, el día, las grietas del sueño y los ecos del miedo. Se pasean por los bordes de lo consciente y lo inconsciente. Medem nos invita a perdernos en la realidad y en los sueños, y a preguntarnos, tal vez con un poco de vértigo: ¿y si lo más real es precisamente todo eso que nunca pasó?

Vidas paralelas, de Olivier Schrauwen
Imagínate que estás en tu cuarto, haciéndote la rutina de skincare, cuando un troll digital irrumpe en tu mente y amenaza con narrar tu vida con spoilers si no te instalas un carísimo antivirus mental. Así de loco arranca Paralelas, de Olivier Schrauwen: una historieta tan delirante, hipnótica y adictiva como un scroll eterno por TikTok a las tres de la mañana. Con seis relatos que flotan entre travesías espaciales, inteligencias artificiales, apps absurdas y abducciones narradas en primera persona por un ser humano neurótico, Schrauwen divaga entre futuros posibles tan ridículos como nuestro presente —o incluso más. La ansiedad por encontrar una identidad en un paisaje donde todo cambia demasiado rápido. Si no te gustó la última temporada de Black Mirror (lo cual es perfectamente comprensible), esta puede ser una alternativa más juguetona y experimental. Una auténtica abducción editorial

Beca Ratón, de Anna Haifisch
Dos ratones artistas, encerrados en una residencia perdida en medio de la nada: Fahrenbühl. No hay pantallas, solo pinceles, bloqueos creativos y un silencio que grita. Beca ratón es una especie de shitpost largo y melancólico, pero también un manifiesto. Como un hilo de Tumblr del 2012: mezcla de memes, existencialismo y pinceladas de tristeza suave. Con un Pantone U, trazos sencillos y una estética a medio camino entre lo naïf y lo brutalmente honesto. Raro, precioso y un poco ridículo. Como la vida misma cuando tienes veintitantos y mil pestañas abiertas.

Hoops, de Geni Espinosa
Perspectivas exageradas, personajes no normativos y desmesurados que no piden disculpas por el espacio que ocupan. Hablamos de Geni Espinosa. Seguro que la reconoces (y si no, échale un ojo a la entrevista que le hicimos). Sus ilustraciones parecen dulces, amables… pero a veces esconden cuchillas. Esta historia sigue a Kubo, Gor y Pippaa, tres adolescentes de la periferia que sobreviven a base de bebidas energéticas baratas y porros existenciales. En este mundo, los hombres desaparecen sin explicación y las mujeres reorganizan el tablero. Un día, entre la niebla densa de un porro, Pippaa —al más puro estilo Alicia— cae en un universo paralelo, y sus amigas la siguen. Allí comienza un viaje astral lleno de transformaciones.

La alegre vida del triste perro Cornelius, de Marc Torices
Cornelius es un perro con forma de humano o un humano con alma de perro. No está del todo claro. Lo que sí sabemos es que siempre aparece en el lugar equivocado, atrapado en una tragicomedia constante, comiéndose todos los marrones (incluidos los suyos, literalmente), mientras sus amigos lo usan como saco de boxeo emocional. Marc Torices lo pasea a lo largo de cuatrocientas páginas por un desfile de estilos gráficos, desde homenajes a las tiras de prensa clásicas hasta guiños a la novela gráfica contemporánea. El resultado es una comedia negra con funny animals que no son tan funny, y un protagonista tan patético que acabas queriéndolo como se quiere a un peluche roto. Chris Ware se enamoraría de esta novela… si no lo ha hecho ya. (Y si no sabes quién es, estás tardando en ir a la expo del padre de todos estos: Dibujar es pensar en el CCCB.
