Cuenta Amaia en la revista Vogue de enero que siempre ha tenido muy claro que iba a hacer lo que quisiera. Y así ha sido durante todos estos años, desde que saliera, ganadora, de la academia más famosa de nuestra televisión. Bailarina, actriz, cantante y amiga, esta joven pamplonica ha podido hacer todo lo que le ha dado la gana y más, pero lo que nunca ha podido dejar de hacer como artista es sincerarse. Con la música, con la vida, con ella. Irremediablemente, Amaia Romero se debe a la verdad. Aunque siempre de la manera más onírica, igual que en su último álbum de estudio: Si abro los ojos no es real.
Que Sabina Urraca firme la nota de prensa de este disco no puede ser casualidad. “Estás a punto de escuchar la coreografía cantada de una pirueta extraterrestre”. Así comienza esta aventura acrobática a través de la mente de una niña que, de pronto, deja de serlo. Si abro los ojos no es real le da la vuelta a aquello que siempre nos han dicho de “si no lo veo no existe”.
Con este disco, gestado durante dos años en estudios de Madrid, Barcelona y Miami, Amaia se obliga —nos obliga— a abrir los ojos para no solo mirar la realidad en corto, sino disfrutar de ella a cada paso, como inaugura en Visión y sugiere ya en Tocotó, valiéndose de canciones pasadas para hacerlas futuras. Un inocente y consensuado juego dual que permite recuperar los recuerdos de niñez mediante coros celestiales y referencias infantiles, como en Nanai, para, finalmente, abrazar a la persona que dejas a ese otro lado de un puente elevadizo y muy, muy inestable.
De aquella niña solo queda una pequeña sombra, y el arraigado sentimiento de protección de una madre. Por eso, no sin querer, la cantante deja justo a la mitad de esta historia dos canciones que no se entienden la una sin la otra. Dos caras de una misma moneda, en la que Amaia se muestra de todo menos complaciente. M.A.P.S, la cuarta pista de la tracklist, es una carta de amor real a una madre que también fue hija, nieta y amiga. Posiblemente, el más vívido de los temas y, paradójicamente, el más incómodo y auténtico. Nunca antes se le había cantado a esto del modo en que lo hace Amaia.
Pero inmediatamente después, la cara B: Auxiliar llega haciendo las veces de respuesta a todo lo anterior. A redimir y comprender la figura de la otra, desde la voz de una madre y tomando como base sonidos bachateros, percusiones latinas y elementos electrónicos. Nuevamente, la cantante navarra apuesta reminiscencias infantiles, sin olvidar, por supuesto, a las que ya son referentes para ella: la Dúrcal y Marisol, o incluso La Rebe. Pero, en esta ocasión, lo hace desde la madurez. Magia en Benidorm o Tengo un pensamiento, las baladas escogidas para plantarle cara al amor desatado.
Pero ese gran viaje a ninguna parte continúa por lugares de lo más variopintos y preciosistas, como los sonidos que se mezclan en la producción y arreglos de figuras como Ralphie Choo, Alizzz —cómo no— o Daniel 2000, y en el estilo de compositoras como Amore o Irene Garry, que se hacen notar con la llegada de ciertos versos.
Lo trascendental aquí también tiene cabida, y nada lo es más que la muerte de un ser querido. Pero Amaia es diferente, y quiere que lloremos y lo hagamos de alegría, por eso lo canta desde una nostalgia feliz, contenta, sin pizca de pena («Tú siempre tan contenta / Quererte fue una fiesta»). Tanto, que cuesta reconocer que se trata de una muerte real y no de la ausencia de alguien que, simplemente, ya no forma parte de nuestra vida (como sí lo cantaba Albert Pla, casualmente, su padre en la ficción de Los Javis).
Y así va llegando Amaia al final de este puente finito que es la vida, toreándola a base de simbolismo y realismo mágico, tomando el cierre como un comienzo. ¿Acaso hay otra manera de hacerlo? Y se despide. Y ya está. Y, en palabras de Urraca: “Nos ha mostrado, orgullosa, su pequeñez y su miedo”. Nos ha paseado, en un parpadeo, por todo lo que acaba importando, mediante señales oníricas del más allá, pero, sobre todo, del más acá. Por algo es Amaia de España.
Track favorito: M.A.P.S.