Ese sábado se hizo historia. Así, sin miramientos y utilizando cada una de las letras de la palabra: historia. Yung Beef dejó para siempre marcada la fecha del 14 de diciembre en nuestra memoria y en el Vista Alegre, el Día de la Bestia. Tenía razón ese falso predicador en Callao que le gritaba “tú te llevarás nuestras almas”. Un concierto va a quedar anclado en el recuerdo de todos los que pudimos verlo, y de todos los que aún se arrepienten de no ir.
El imaginario religioso lleva acompañando a Fernando en su carrera desde los inicios. Rescato de la memoria portadas como A.D.R.O.M.I.C.F.M.S 2 o del EP La última cena. Este caso no iba a ser menos. El show se articuló en torno a distintos pecados, que no solo compartimentaban los actos, sino que también marcaban la línea de la performance sobre el escenario.
Se proyectó la palabra Lujuria en letras rojas mayúsculas, sin serifa. Sonaron los primeros acordes de Beef Boy mientras un grupo de modelos desfilaba en el escenario. Vestían vendas en tonos sepia, arneses, fajas, colas de pelo, y todas llevaban máscaras tipo marioneta o prótesis al estilo La piel que habito, de Almodóvar. Se convertían así en un mismo objeto de deseo que aludía a las operaciones estéticas y totalmente desindividualizadas, incluso si empujaban carritos de bebé. Una suerte de Voss de Alexander McQueen convertido en la representación visual de “all this raxets on me, I can’t feel my soul”.
El escenario se transformó en un banquete para la Gula, donde distintos monstruos (todos masculinos y en traje) comían hasta quedar devastados. Preferimos pensar que fue un guiño a la sobremesa de El madrileño, aunque no tendría por qué. Mientras, Beefie cantaba Pastillitas encima del mantel blanco, entre candelabros y bandejas, como si no existieran los intérpretes a su alrededor. “Estoy contentísimo. No puedo expresar lo que siento”, le decía a los fans tras Percosex.
Eran muchos los invitados que podíamos esperar esa noche, unos como Kaydy Cain o Albany, más asegurados, y otros no tanto, como Pablo Chill-E. La discografía de Yung Beef abarca casi tantos featurings como artistas abarca la Vendición; y tampoco deja fuera a titanes como Bad Gyal o Duki. No apareció Quevedo, pero sí se proyectó la palabra Avaricia cuando Fernando cantó La 125. Pero los ganadores de la noche fueron los fanáticos de Sticky M.A, que pudieron verle por primera vez cantando Diablo Remix junto a Beefie. Mención también a una inesperada aparición de Cecilio G y su swag. A Gloosito se le vio entre el público cantando, pero Un gángster y una scort no estuvo incluida en el repertorio.
La última de las performances la interpretó la modelo Dana Sevillano. Vestida de minotauro antropomórfico, portaba una rama saliendo de su bajo vientre en una alegoría a los cuerpos queer. Al terminar Los papasitos, el cuerpo de Dana comenzó a lanzar chorros de sangre sobre el Seco. “¡Madrid, toda la satanicada, 666 en la casa!”, exclamó él. Fue Cigala junto a Hakim la canción elegida para protagonizar un momento de tanta intensidad, al que sin duda el público supo responder con la mayor de las energías.
El final del show fue a los minutos, sin escenografía, con un traje de luces y en un momento que se sentía profundamente íntimo. Una consagración de su propio mito. Yung Beef brillando en la oscuridad como un remanso de esperanza, tras la violencia y el caos, mientras la pista coreaba cada frase de Ready pa morir. Es difícil ponerle cierre a algo así.
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