Parece que la respuesta a la pregunta ¿a qué suenan los sueños? está encriptada entre líneas en Cuando las sombras se alargan, el segundo álbum de la valenciana Xenia. El pasado 12 de diciembre nos colamos en su presentación y bailamos al ritmo que se oye en el límite que separa realidad y fantasía.
Casi inquietante, desde luego íntima, en una habitación completamente a oscuras iluminada por una sola tira de luz led blanca; ahí nos recibió Xenia. Colgando sobre el escenario, lonas de plástico, un proyector contra la pared blanca y su mesa de mezclas en el lado izquierdo. Un ambiente que podría resultar frío y despersonalizado si no se tiene en cuenta la calidez con la que la joven valenciana, nada más salir a escena, empieza un largo listado de agradecimientos con nombre y apellidos. Un listado de toda la gente que la había acompañado en el proceso de creación de su segundo álbum, Cuando las sombras se alargan.
Melodías nostálgicas y percusión de una electrónica desinteresada en géneros y más enfocada en crear una atmósfera que indican una evolución y una madurez de la artista, y que nos llevan a esos momentos de clímax perpetuo de la noche, en los que los sonidos se distorsionan y las voces se hacen eco.
Las ideas del sueño y la vigilia se rescatan de todos los detalles del evento, como nos explica el llavero que nos regalan al entrar en la sala, que imita la peonza de la película Origen, de Christopher Nolan, el talismán que ayuda al protagonista a comprender si está dormido o despierto. O cómo, durante Dónde va el amor se proyectan imágenes desenfocadas en el fondo del escenario, como recuerdos borrosos, como rescatados de un sueño confuso.
El álbum es un tira y afloja constante entre la oscuridad y la luz. Entre lo melódico y celestial de su voz y los cortes de electrónica, punk y electroclash que parten la fantasía y le dan una nueva dimensión, como el cierre de Si cierro los ojos. Los momentos de bliss se interrumpen en una vuelta a la realidad forzada después de un sueño demasiado bonito para ser verdad. Esta tensión quedó perfectamente reflejada en su puesta en escena. En la interpretación de La piedad, durante el rap de Blu Samu, la artista belga que colabora con Xenia para esta canción, las luces intermitentes eran tan estruendosas que incomodaban y te seguían cegando incluso una vez apagadas.
La autoedición y autosuficiencia son centrales en su proyecto, y es esta intencionalidad la que resulta tan magnética e hipnotizante de su directo. Aunque, naturalmente, también lleva a errores humanos, como activar por accidente la distorsión de voz para presentar la siguiente canción. Diría que esto ayuda a humanizar a la artista que está en el escenario.
Cuando anuncia la última canción, se escucha el disgusto del público. Ya tocaba salir de esa habitación y volver a la vida real. Después de bailar el último tema como si nos fuese la vida en ello y tras encenderse la luz, no puedo evitar fijarme en que su falda de punto tiene briznas de hierba pegadas, como si se hubiese tumbado en un césped, o como si se hubiese echado una siesta en el parque. Quizás la fijación con sueño y vigilia no es solo simbólica.
Track favorito: Si cierro los ojos.