El cine español rara vez se atreve a jugar con el drama romántico sin apoyarse en la comedia o el costumbrismo. Quizá lo último que nos tocó de verdad en este terreno fue Los años nuevos, aquella miniserie que nos enganchó a un amor sin adornos y emocionalmente honesto. Ahora, Álex San Martín nada a contracorriente y apuesta por una historia que huele a drama romántico de los noventa, con su romanticismo más puro.
Él mismo lo reconoce: “este tipo de cine ya no está de moda en España”. Y añade: “vamos a intentar que lo esté de nuevo, porque, ¿a quién no le gusta una historia de amor?”. Entonces, la verdadera cuestión es: ¿volveremos a creer en este cine después de ver su nueva película? Aterriza en cines este 21 de marzo, así que la respuesta no tardará en llegar.
Normalmente, cuando decides ver una película romántica, suele ser por dos razones: o porque quieres enamorarte de una historia que nunca te va a pasar, o porque necesitas que alguien en la pantalla te recuerde que el amor existe y que, con suerte, se parece un poco a la vida real. Pero este film no termina de encajar en ninguna de estas dos.
Todo empieza con un encuentro fortuito en el Parque del Retiro. Hugo (Luís Fernández), un enfermero, se cruza con Sara (Nadia de Santiago), una traductora con sueños de abrir su propia escuela de baile. Se reconocen con un gesto mínimo pero efectivo: están leyendo el mismo libro. Y en cuestión de minutos, ya sabemos que estamos frente a un romance veloz, de esos cuya rapidez te recuerda a tu última situationship. Eso sí, hay algo en la dinámica entre los protagonistas que hace que la conexión no termine de sentirse completamente natural. Seguramente por la poca química entre ellos, en parte por los diálogos, especialmente al inicio, cuando se conocen, que suenan forzados y muy expositivos, como si estuvieran leyendo su perfil de Tinder. 
Pero incluso con esos pequeños tropiezos, la historia sigue adelante. Empieza el drama y, como todos los romances que avanzan a velocidad de vértigo, pronto se convierte en un torbellino de emociones difíciles de sostener. La muerte de una paciente de Hugo lo arrastra a una espiral depresiva que termina por hacer trizas su relación con Sara. Y en vez de ir a terapia, lo cual habría sido razonable, pero cero cinematográfico y mucho menos melodramático, Hugo decide que la mejor forma de llegar a Sara es aprender a tocar el piano.
Aquí es donde entra Nicole Wallace como Nerea, una pianista tímida que, casi sin quererlo, se convierte en la cómplice de Hugo en su misión. Lo que comienza como una simple relación de maestra y alumno toma un giro algo incómodo: hay un tonteo sutil que no llega a nada, pero la diferencia de edad lo hace sentir un tanto extraño. Eso sí, Wallace brilla con su talento y se anima incluso a cantar, dejando claro que su presencia en pantalla tiene mucho más que ofrecer.
Precisamente, uno de los grandes aciertos de la película es su banda sonora. Compuesta por Víctor Elías (sí, Guille de Los Serrano), el piano aquí no es solo un instrumento, sino un narrador silencioso que marca el tono de la historia. Pero Elías no solo se encarga de la música, también interpreta a Raúl, el mejor amigo de Hugo, y su actuación es una de las sorpresas más agradables: natural, cercana y en claro contraste con la química algo más intensa de los protagonistas. 
Si esperabas un romance al estilo Normal People, esta película no va por ahí. En cambio, se acerca más al tipo de amor que realmente vivimos: un poco torpe, caótico y con una química que, a veces, solo existe en nuestra cabeza. Aun así, gracias a su música y algunas interpretaciones destacadas, logra transmitir cierta magia, aunque no con toda la fuerza que podría haber alcanzado.
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