Llamo a Sofy para poder tener una conversación que a las dos nos hace mucha ilusión tener. Me dice que está en el estudio cocinando música que saldrá en el futuro y yo pienso en qué clase de energía ancestral la posee para poder hacer tanto, tan seguido y en tan poco tiempo. No solo es DJ, sino que además es fotógrafa, directora creativa, entrevista a gente del sector en Tejido híbrido de Plasma Radio y en apenas veinticuatro horas se va a China a hacer su primera gira por el continente asiático hasta el 26 de octubre. Todo esto gestionado y organizado por ella misma. ‘La fuerza de un volcán’ es cómo ha decidido llamar a su viaje, y realmente se necesita la fuerza de un volcán para ser Sofy Suars.
¿Cuándo te adentras en el mundo de la música? ¿Desde cuándo llevas pinchando?
Mi conexión con la música siempre ha sido a través del baile, o sea, del público, desde la pista. Yo nunca he tocado ningún instrumento ni he estado familiarizada con la música de una manera interna, me relaciono con ella desde el amor más absoluto. Luego, la vida misma siempre me ha ido poniendo en contacto con personas que hacían música y muches de mis amigues eran productores, DJs o músicos, por lo que he estado formando parte de esa escena musical, principalmente de Barcelona, desde 2016 o así.
La primera vez que toqué como tal una mesa de mezclas fue en 2019. Primero quería ver qué pasaba con la mesa porque hay mil botones y no entendía nada. Estuve como dos años enteros experimentando, los años de la prepandemia y pandemia, que me dieron mucho espacio para entender y estudiar más la máquina. Eso me abrió un universo totalmente nuevo en el que pensé que podría adentrarme para ver qué pasaba.
¿Qué géneros podemos escucharte pinchar?
Cuando comencé, venía más de estilos como el trip-hop, el Jersey, el footwork… casi todos los géneros afroamericanos. Había también muchas percusiones porque siempre ha estado muy presente en la música que escucho debido a mi parte boliviana y sonidos de Sudamérica. Aunque para mí eran imaginarios muy diferentes: por un lado estaba lo que veía más de la electrónica y, por otro lado, estaban los sonidos de batucada, tamborada y demás. A raíz de la investigación de productores y de personas que crean música, en principio, de mundos muy divididos, empecé a pensar que estos sonidos podían convivir.
Ese mundo me parece fascinante y no conocía a tantas personas que generasen esos sonidos en el club, sentía que la música era muy binaria: o te gustaba la electrónica o te gustaba el dembow. La convivencia de muchos géneros en personas de identidades híbridas como yo, que hemos nacido en un lugar pero luego hemos crecido en otro, nos hace sentir en casa al oírlo.
Has hablado de este concepto (“identidad híbrida”) mucho en tus redes en referencia, como has dicho, a ese espacio en el que viven muchas veces las segundas y terceras generaciones de inmigrantes. ¿Crees que no tener una sola cultura de origen te ha ayudado a ser mejor DJ?
Creo que me ha dado más libertad para escoger e investigar los sonidos. No sé si diría que me ha ayudado a ser mejor o peor DJ porque eso lo establecen más el trabajo, la disciplina y la constancia. Pero sí, sin duda me ha dado mucha libertad, mucha escucha y mucha diversidad en cuanto a mis imaginarios sonoros, visuales y artísticos.
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El cuerpo, su manera de moverse e interactuar con el resto, es algo a lo que le das muchísima importancia. ¿Qué significan para ti la música y el baile?
Tal y como lo veo, hay varias capas. Siendo leído como un cuerpo femenino, socialmente, estos cuerpos ocupan menos espacio en los ambientes sociales. De hecho, si analizas cómo baila la gente en el club, normalmente las personas leídas como femeninas, por cuestiones como el miedo a que se te acerquen muchos hombres o a llamar la atención, se retraen mucho más, el cuerpo está más hacia adentro. En cambio, los cuerpos masculinos suelen ocupar más espacio con movimientos como saltar, mover los brazos, etc.
Yo he ido cambiando mucho la percepción del espacio que ocupa mi cuerpo, no solamente en el club, sino en la vida en general. Y eso está muy ligado al movimiento, a la danza, también hay algo muy expresivo de querer dejarse llevar. Bueno, en general, a mí me atraviesa un pensamiento bastante político en cuanto a este tema, a cómo estar en los espacios y de qué manera activa podemos generar espacios más amables para que todas las personas se sientan a gusto.
Ese contacto efímero pero constante que los asistentes a una fiesta experimentan genera, en cierto modo, una colectividad única que solo se da en el club y que puede no volver a repetirse. ¿Es para ti una prioridad fomentar esas relaciones colectivas?
Cien por cien. Siento que a la sociedad, desde una mirada heteropatriarcal, siempre le ha interesado que el arte esté muy separado de la persona. Porque tal vez un grupo de rock que abusaba de sus fans llenaba las salas. Entonces no interesa que la gente sepa cómo eres en persona, pero en cambio sí interesa que tu arte sea visto. El cambio de roles y de dinámicas en lo artístico para mí está muy ligado a entender que somos un mismo cuerpo.
Yo no puedo separar mis creaciones ni mi expresión artística de lo que soy. Si eres una mala persona, no me interesa estar compartiendo un espacio contigo, ni teniendo tu plata, ni conviviendo, porque no tengo nada que aprender. Para mí prevalece mucho más lo humano que lo artístico y eso está muy relacionado con entender que formamos parte de algo más amplio. El arte es, además, algo muy mutuo: yo te entrego una cosa, tú la recibes, y en base a lo que recibes me expresas algo, y eso que me expresas me retroalimenta para seguir creando. Es una conversación.
El ocio es pensado muchas veces como algo que permite escapar de la realidad. Tú, por el contrario, pareces darle la vuelta porque reivindicas y apoyas aquellas causas en las que crees mientras pinchas. ¿Es para ti, entonces, el club un sitio desde el que también militar a nivel social y político?
En todos los espacios una puede asumir cierta responsabilidad sobre lo que hace y lo que proyecta, también hay que dejar un espacio obviamente para soltar y para disfrutar. Transito mucho el goce como algo que también puede tener un pensamiento crítico, no solamente tiene que estar vinculado a la evasión. Tampoco tiene por qué ser que yo en cada set tenga un manifiesto o una narrativa pensada, no. Puedo armar un set mucho más disfrutón, mucho más bailable, pero que siempre esté empapado de ese cuidado y de ese entender el otro cuerpo.
Precisamente, en los espacios de ocio, en los clubs, hay cuerpos más vulnerables que otros o más vulnerabilizables que otros. Yo he estado en ese lugar muchos años, pero si empezamos a establecer estas conversaciones, atraviesas de pronto muchas cosas que sí que tienen un matiz político. No siento que tengan que ser cosas separadas.
“Yo no puedo separar mis creaciones ni mi expresión artística de lo que soy. Para mí prevalece mucho más lo humano que lo artístico y eso está muy relacionado con entender que formamos parte de algo más amplio.”
Has hablado mucho también de lo ‘incómodo’ como motor de cambio tanto de una misma como también de las dinámicas sociales. ¿Cómo crees que ‘incomoda’ tu música?
Para empezar, la selección de artistas es algo que hago con mucha intención. Hay una intención muy clara de dar espacio y visibilidad a determinadas personas que tal vez no han tenido tanta presencia hasta ahora. Eso ya incomoda a algunas personas. Ya que tengo la posibilidad, la oportunidad y el privilegio de que se me dé una atención en determinados momentos, quiero utilizarla para traer cosas a la mesa que no solamente toquen el ocio.
Además, te lo llevas a la casa, ¿sabes? El oído es algo que entra directamente al cerebro y lo que escuchas casi nunca te pasa desapercibido. Te resuena mucho en la cabeza y de manera inconsciente y consciente esa posible incomodidad puede abrir una puerta a la reflexión. Para mí eso es el éxito. 
Como mencionabas antes, en tus sets habitan tanto sonidos de Europa como de Latinoamérica, continentes que forman parte de tus orígenes y en los que, sin embargo, la manera de vivir la música es muy distinta. ¿Necesita aprender Europa algo de Latinoamérica en cuanto a la cultura de baile? ¿Y viceversa?
De las primeras veces que escuché lo de ‘decolonizar los oídos’ fue hace como hace seis años a través del manifesto y de la narrativa que tiene Jokkoo, un colectivo afro de Barcelona. Me pareció un término muy fuerte e importante. La manera en la que se consume la música y el arte está muy colonizada porque mucho de lo que existe o al menos mucho de lo que existe y tiene visibilidad está en un marco eurocentrista. Pero siento que tiene que ser un aprendizaje mutuo y una escucha mutua. Se trata más de dar espacios a la escucha para comprender entre todes qué es lo que pensamos por electrónica.
Europa tampoco se puede llevar la medalla de haber creado el género, ya que, por ejemplo, el Gqom, que es uno de los sonidos electrónicos más fuertes de Sudáfrica, existe desde hace mil años. El techno de Estados Unidos generado por la comunidad afro existe desde hace muchísimo. Entonces, siento que no se trata tanto de darle títulos a unos territorios y a otros, sino más bien de incentivar una escucha mutua.
Inicias ahora La fuerza de un volcán, gira que te llevará en los próximos días a China por primera vez. ¿Por qué un volcán para simbolizar tu paso por el continente asiático?
Pues analicé qué elementos había utilizado mucho para expresarme y, sin duda, la tierra es algo que forma parte de mi imaginario artístico. Todas las imágenes de la tierra, las montañas, el territorio, el origen y el hogar están muy presentes en mi forma de ser y de ver la vida. Muchas personas que me aconsejaron o me dieron su feedback coincidían en que soy mucho fuego y mucha tierra, pero yo no veía tanto lo primero como sí lo segundo. Un día me puse a pensar y caí en que en realidad es un fuego que sale de la tierra. Hace unos meses, además, una persona que me sigue me recomendó el libro de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda. Me inspiraron muchísimo sus palabras sobre la fuerza volcánica en esta región y empecé a hilar cosas.
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¿Qué tipo de sets has preparado? ¿Alguna novedad en cuanto a estilo?
He ido mucho a productores de México. Las percusiones prehispánicas me parecen mágicas y va a haber mucho de eso, algo bien de ritual, pero roto. He armando sets diferentes aunque pensé en su momento hacer uno solo para todo el tour, pero no. Hay cosas que me voy a preparar y otras que voy a improvisar más. Va a haber mucho de música antigua transformada a mi realidad y a una percepción más presente.
Como proyecto autogestionado que es Sofy Suars, ¿qué significa para ti este momento?
Obviamente, lo siento como un logro personal, y estando tan limitada económicamente no veía que lo fuera a hacer posible, pero aquí estoy. Pensar que ya me voy para allá mañana me emociona y digo, ¡buah, tremenda hija de puta! ¡Wow! Me siento muy bien. También lo percibo como un logro colectivo para mis amigues porque siento ese orgullo que tenemos las unas por las otras y que es tan real, ¿sabes? Estoy en puto shock. El proyecto de Sofy Suars está muy sustentado por el apoyo emocional que tengo en mi entorno, de lo contrario, no tendría mucha de la fuerza y del impulso que tengo.
¿Cómo gestiona una sola persona un reto tan grande como es organizar una gira en otro continente? Quiero decir, ¿cómo sigues viva? (Risas)
De ahí viene esa simbología con el volcán también. Siento que cuando uno alimenta su fuerza interna pues salen cosas fuertes y, bueno, tengo hambre, tengo ganas de hacer cosas. Puede que a veces no se me hayan dado las oportunidades o las herramientas necesarias y ahora que tengo la oportunidad no me voy a dejar nada en la casa. Vamos a hacerlo todo ahora.
"Transito mucho el goce como algo que también puede tener un pensamiento crítico, no solamente tiene que estar vinculado a la evasión.”
Más de una vez has mostrado cómo detrás del momento de gloria que es el set, hay un trabajo de oficina muy duro y en el que hay que invertir muchas horas. ¿Qué es lo peor de ser DJ?
Creo que lo peor, en general, de estar vinculado al mundo artístico son dos cosas. La primera, la gestión del ego, tanto propio, como ajeno. Hay muchas cosas pasando cuando empiezas a tener exposición y visibilidad. No sé, los humanos empiezan a hacer cosas raras. Personas que antes no te hablaban ahora te hablan, que te trataban bien ahora te tratan mal porque te tienen envidia. De pronto empiezan a generarse dinámicas humanas un poco tóxicas y para mí eso es una parte que cansa mucho.
Lo segundo es que estás todo el rato arriesgando porque el camino artístico es inestable. Siento que se me desmorona todo todo el rato, y mira que soy una persona que camina firme. Todo esto también dentro de un contexto en el que no tienes dinero, supongo que la incertidumbre si tuviera diez mil euros en la cuenta sería otro asunto.
Quiero acabar con una frase que has repetido con frecuencia: “No quiero ser mejor artista, quiero ser mejor persona”. En un sitio a veces tan hostil e individualista como la industria musical, ¿es posible seguir siendo buena persona y buena artista?
Cuando las personas nos volvemos individualistas o tenemos comportamientos individualistas falta cierto trabajo humano o bien de conciencia de clase, o bien de compromiso con lo comunitario o algo de ese estilo. Muchas de las experiencias artísticas se han vinculado más al entrenamiento que a la cultura y, en cambio, para mí el arte bebe de la cultura y viceversa.
Entiendo la cultura como algo más cercano a lo humano y a mí me gusta tener eso muy presente. El paso por esta vida es algo tan corto que, obvio, si puedo vivir de algo artístico que amo pues increíble, pero para mí lo prioritario es hacer de este tiempo un lugar un poco más habitable y hacer de mi entorno un espacio más lindo. Eso es lo que de verdad genera un impacto en las personas. Ojalá que generar eso pueda seguir siendo una prioridad para mí y mi idea es intentar mantenerlo.
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