En un muy caluroso julio en la ciudad, los madrileños ansían un refugio donde poder escapar de las cuevas improvisadas en las que se convierten las casas en verano. Así, la novena edición de las Noches del Botánico se vuelve un refugio para poder ver, por primera vez en España, al artista palestino Saint Levant sin morir de calor en el intento.
El Jardín Botánico de Alfonso XIII se reinventa durante junio y julio para fundir las oportunidades que ofrece la ciudad con un entorno mucho más agradable en el que conviven las pruebas de sonido con el piar de los pájaros y los chorros de las fuentes. Un escenario en el que solo se ven árboles alrededor rodeado por un mar de hamacas y zonas de descanso. Mezcla el concepto de concierto con festival, con un camino sembrado de puestos de comida y bebidas, así como un pequeño mercadillo de puestos de accesorios, bolsos y hasta vinilos con rincón de DJ incluido. Desde la apertura de puertas se nota quiénes abrazan el momento concierto desde el principio y corren para poder tocar valla, y aquellos que prefieren esperar a la sombra con un Aperol en mano. Hay tanta variedad como acostumbra la ciudad. 
Esa misma noche comenzaba Saint Levant seguido del reencuentro de G5. A pesar de que la entrada vale para ambos, era evidente quién era el público de cada uno. En el caso del primero, se veía un mar de pañuelos kufiya, banderas, camisetas y tote bags por una Palestina libre, acorde a la identidad y al activismo del artista. El escenario estaba decorado con telas y luces de colores, así como una fila de banderillas, sillas de plástico de toda la vida, con su té y cachimba incluidos, consiguiendo la estética algo parecida a la de una fiesta de pueblo.
El show de Saint Levant empieza como una declaración de intenciones: bailarines vestidos con uniforme militar y chaleco antibalas haciendo pasos de marcha militar mientras cantan sobre la identidad palestina. En el repertorio mezcla su último EP, Love letters, con Deira, su primer álbum, y algunos momentos que le han hecho virales, como la canción Very Few Friends o el ya conocido solo de saxofón. 
El evento es diferente a cualquier otro concierto al que acostumbramos aquí: desde los instrumentos regionales a todo el grupo de dabke y demás bailes de Medio Oriente, el concierto de Saint Levant es una fiesta de aire familiar de principio a fin, y a veces hasta se te olvida que estás viéndolo desde abajo y no en el escenario bailando con él y su banda. 
Saint Levant es hijo de padre palestino-serbio y madre franco-argelina, mix que se refleja en unas letras que mezclan inglés, francés y árabe, y que solo los más leales son capaces de cantar. Él mismo dirigía miradas cómplices a aquellos que podían seguirle, y para el resto generaba una dinámica de canta-repite que creaba aún más ambiente de fiesta de pueblo. La tónica general era de fiesta, aunque intercalada con alguna balada más romanticona en la que sus bailarines se iban a una esquina a beber té y fumar cachimba. Ah, como regalo, nos dejó una canción inédita. Y como plato fuerte, sacó a su padre al escenario a hacer de DJ, recreando la Boiler Room en la que aparecieron juntos. El set conjugó música árabe junto con hits occidentales como Hips Don’t Lie de Shakira, y conforme iba escalando, llegó el momento de reventar un par de sillas contra el suelo, como acostumbra en sus shows. 
Se nota la química entre la banda, los bailarines y el propio Saint Levant, de la que te hacen partícipe. Se agradece cuando un concierto te hace vivir una montaña rusa de emociones; la capacidad de que, en una hora, vayas de la euforia al llanto pasando por la risa. Y así ha sido: el show se vive como una invitación a casa ajena, a formar parte de una cultura que, si bien no es propia, sin duda te hace sentir bienvenido. En mitad de esa fiesta, choca la cercanía con la que, por ejemplo, el cantante habla de tú a tú con el público y nos pregunta cómo se encuentran nuestras familias. Así, demuestra una vez más ese carácter acogedor y hospitalario de la cultura en la que ha crecido. Insiste en que estemos agradecidos, porque las noticias trágicas que llegan de su tierra sobrepasan los límites de lo imaginable, y Saint Levant afirma ser incapaz de comprender a quien defiende lo que está pasando todavía a estas alturas. Y entre vítores de ‘Palestina libre’, nos pide algo: no llamar ‘conflicto’ a un genocidio.
Su primer concierto en Madrid se convirtió en un espacio seguro donde ondeaban banderas del Líbano, Túnez o Algeria, entre otros. Saint Levant forma parte de una nueva ola de artistas cuya música y shows apuestan por volver a las raíces y celebrar lo propio; además, en su caso, se lee en clave de resistencia y lucha. Y las Noches del Botánico permiten eso: crear una atmósfera personal bajo la oscuridad de la noche y la intimidad del bosque.
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