Pocas veces un pre-show fue tan premonitorio. El pasado viernes, Saiko pasaba por el Wizink Center de Madrid ante más de dieciséis mil personas, y solo viendo el previo de José de las Heras se pudo intuir cómo iba a desarrollarse todo. La selección de temas del DJ fue tan precisa y acertada para el público que, entre grito y grito, se pudo escuchar algo de música. Así empezó todo y así continuó con cada una de las canciones que el artista principal había ordenado para la gira de Sakura. Qué bonita es la idolatría inocente. Si había un estímulo, había un clamor, más agudo que grave, que lo silenciaba.
Todo empezó, por la tanto, con un DJ set al que se le notaba la experiencia en festivales. Prueba de ello fue la selección de La inocente, de Feid y Mora, para acabar su parte. Quien ha salido de fiesta sabe que no hay mayor atajo para llegar al éxtasis. Con ese calor se apagaron las luces que marcan el inicio, y ya fue imposible evitar el reflejo de emocionarse por cualquier cosa. Tan arriba se estaba, que solo el anuncio de las normas de seguridad provocó una breve ovación. Había ganas de Saiko, y si esto pasó con un vídeo de prevención, no hace falta que diga cómo se puso el corillo cuando apareció seguidamente la imagen de Quevedo. Ojalá pudiera transmitir lo que dijo el canario, pero no hay oído que distinga alguna palabra entre tanto ruido.
Una sencilla búsqueda de Google confirmaba que la hora de inicio del concierto era a las nueve de la noche, pero a y diez solo quedaban en el escenario unos visuales sobre el telón que escondía el stage. Con aspecto de un Galaga ochentero se veía el arte gráfico de Sakura, que en otro contexto se habría disfrutado más, pero que con la impaciencia extendida pudo perder algo de gracia. El murmullo fue constante hasta que a las 21:13, exactamente, cayó el velo y… explotó todo. Por fin aparecía Saiko, quien bajaba desde el techo en un transbordador espacial mientras cantaba la primera de las canciones. Al rato descubrimos que era 3 caídas, porque otra vez, el sonoro frenesí tomó el estadio.  
En una tarima acondicionada principalmente de nave espacial aterrizaba el artista, y ahí discurriría todo el evento. Paredes con paneles lumínicos de patrones star trekianos entre los que Saiko, DJ y bailarines desarrollaron un show con mucho peso escenográfico. Cada canción cambiaba de paisaje e iba apareciendo un atrezzo que ayudaba a teletransportarse a cada uno de los mundos a los que se hace referencia en Sakura. Meteoritos, una cabina de teléfono e incluso unos árboles de cerezo en flor de un gran realismo artesanal; todo lo que salía estaba enfocado a crear un visualizer en vivo que ambientara la obra. 
Con él, aparecieron presencialmente Omar Montés y Raul Clyde, siempre con su consecuente griterío. Uno con Yo lo soñé y otro con Tuenti. Durante el transcurso pareció que saldrían más artistas pero, habiendo estrenado un disco tan internacional, sería imposible juntarlos a todos. El repertorio completo de Sakura cayó entero durante las dos horas que duró el concierto, pero por supuesto, hubo tiempo para sus temas más queridos. Con Corleone, Saiko saltó al público. Con Luna, se suspendió de nuevo en el transbordador. Cada canción tuvo lo suyo, y para el final, Polaris y Supernova, introducidas con un speech en voz en off sobre el espacio y las estrellas. No había mejor forma de acabar, y para muestra, las gargantas ya rotas de los coristas que pagaron su entrada y quién sabe si alguna torcedura de tobillo. 
Un espectáculo para verlo en pista, sin duda. Si Sakura trata de un viaje interestelar, qué mejor que ver su gira desde abajo, levantando la mirada. Alguno no tuvo la suerte, pero seguro que la dopamina se tuvo que contagiar mucho más perdido entre el bullicio. Mejor gritar acompañado de muchos que solo acompañado de los que tienes sentados al lado. Y más en este show, el cual tuvo que sobrevivir a través del canto a pulmón de un público dedicado física y emocionalmente al artista. Ojalá la próxima vez todo el mundo tenga este privilegio.
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