En los contextos donde se origina el baile hay transmisores ocultos de la historia de cada sociedad y de sus culturas. Hay un lenguaje no hablado, sino bailado, a la espera de ser leído más allá de las palabras. En los subtextos del baile entendemos la forma de metabolizar el ritmo, las prácticas del ocio y del placer, las formas de abordar –o de burlar– las políticas o incluso las costumbres diarias de las personas que lo practican. El baile es un emisor antropológico importantísimo, otro lenguaje válido y vivo que, aunque muchas veces se desarrolle lejos de la academia o de los conservatorios, merece su parte del pastel dentro del constructo de la ‘alta cultura’.
En el caso de las músicas urbanas, como ese paraguas de sastre donde se mezclan corrientes de mínimo cuatro continentes distintos, las acepciones del baile que manejan son tan infinitas como el abanico de géneros y subgéneros que se están creando a cada momento y que aún necesitan asentarse –o que incluso van a desaparecer– sin tener un nombre propio. Podemos, por ejemplo, trazar los principios de los bailes urbanos en la cultura del hip hop, heredera del funk y rota por el ‘scratch’ de los deejays. Los cuerpos de los bailarines, que parecen desmembrarse, torcerse y ponerse del revés en posiciones inverosímiles, han dado nombre a corrientes como el breakdance –la danza rota por antonomasia–, el popping, el locking y el krump. Entrando y saliendo de las calles al club con otras hibridaciones de estilo como el footwork.
Los colectivos LGTBIQ+ también han dotado de nuevos movimientos al pop, con el waacking o el voguing, que inspiraron a divas como Madonna. Bailes que en sus inicios no eran considerados danzas urbanas pero que sucedían en las discotecas o los ‘halls’ de la urbe, contagiando casi por ósmosis a los círculos de su alrededor. Otra inspiración, a priori inconcebible, han sido los ‘anti-bailes’ del punk, pudiendo ver en la actualidad desde pogos a mosh pits, circle pits o incluso walls of death en los conciertos de trap, de grime y de drill. La variedad de pasos es tan infinita como la imaginación del ‘bailante’. Si nos dirigimos a otras vertientes de lo urbano, como el hiperpop, veremos que sus gestos siguen los movimientos de las raves.
En los últimos años de las músicas urbanas ha habido una macro-señalización, por parte tanto de los medios como de la población más conversadora, por el choque de las influencias diaspóricas. Desde el twerk, nacido entre la comunidad afro-estadounidense y de la música bounce, al dancehall jamaiquino –con su old, middle y new-school–, o el perreo propio del reggaetón latinoamericano. La sexualidad ha sido la protagonista, tomando incluso pasos y estéticas del baile pole dance de los stripclubs.
La sensualidad ya venía in crescendo desde la bachata, la salsa, la lambada y otras variantes que implican tocarse. A cada nueva generación se derrocan los límites para pasar a una exposición más libre del cuerpo, de sus deseos y de sus funciones. La educación sexual corre a cargo de las familias y otras instituciones, no debería utilizarse para coartar la libertad del baile. Pero si alguien necesita escandalizarse puede consultar la irrupción de estilos como el bregafunk brasileño, el daggering caribeño o la mueca dominicana. También se puede elegir entenderlos y disfrutarlos como connotaciones más abiertas, más conectadas con el deseo y la corporalidad, provenientes de otras culturas que merecen respeto más allá del prisma occidental. La mirada habla de sí misma, no del cuerpo al que observa. Y sobre la mirada recae el peso de las últimas coreografías urbanas masificadas a través de TikTok.
El significado de ‘rómpete’ es pártelo. Romperlo, en el argot del baile y de la urbe, es darlo todo, tanto y tan fuerte, que parezca que un cuerpo se separa en posiciones tan inesperadas que las opciones posibles llegan hasta el infinito. Proyectar nuestra creatividad hasta estos horizontes es lo mejor que podemos desear para un avance libre hasta nuevas formas de cultura a través del baile.
Aïda Camprubí (Asesora de la exposición) (Crítica y gestora cultural)