La directora catalana Carla Simón nos ha regalado una de las películas con mayor sensibilidad de este año y promete entrar de lleno en la carrera de los Goya. Sus dos primeros trabajos (Verano 1993, Alcarrás), dos hitos en el cine español más reciente, cierran con este último largometraje una trilogía sobre la familia de la directora. En esta ocasión, Carla Simón firma una carta de amor hacia sus padres y nos arroja una mirada honesta sobre el movimiento contracultural de la Transición, marcado en su película por los problemas de drogadicción y las víctimas del sida. 
Romería nos cuenta la historia de Marina, quien se embarca en su aventura personal para conocer por primera vez a su familia paterna, con la intención de reconstruir la historia de amor que vivieron sus difuntos padres en la década de los 80 en Galicia. Este ejercicio de autoficción por parte de la directora divide la narración en dos partes: una primera mitad centrada en la relación de la protagonista con su familia y el recuerdo que cada miembro guarda de su padre, y una segunda parte en la que el relato se abstrae para mostrarnos cómo la protagonista proyecta la memoria de sus padres, haciendo uso del diario de su madre como pulso narrativo principal. 
Esta película, aunque cuenta con numerosos aciertos, se siente un poco distante a lo que nos venía acostumbrando su autora con sus trabajos anteriores. A pesar de que posiblemente sea la película más personal de su filmografía, es justamente ese matiz el que se vuelve en su contra. Hay momentos en los que te descubres viendo la película desde fuera, más pendiente de preguntarte si lo que estás viendo le habría pasado a la propia Carla Simón o si, por el contrario, es un adorno fruto de la ficción.
En positivo cabe destacar la actuación de Llúcia Garcia, que por momentos recuerda a Anna Karina, o papeles secundarios como el de Myriam Gallego. Pero sin duda, lo más atractivo que tiene esta película es esa segunda mitad en la que el relato se deforma a través del recuerdo de su protagonista, creando una atmósfera onírica y de fábula. Una consecuencia de imágenes, todas narradas a través de los diarios de la madre de la protagonista, con una totémica canción de Lole y Manuel que acompaña a la perfección las imágenes. Si Carla Simón se hubiera decidido a apostar por esta idea y regalarnos una película solo en este formato, hubiera sido mucho más interesante que lo que ha sido finalmente su Romería
Hace ya tiempo que parece que nos hemos acostumbrado a que únicamente nos regalen tres tipos de historias dentro del panorama de nuestro cine: thriller político, comedia de saga o un drama intimista o rural. Y no es que no me gusten estos géneros ni que no haya grandes películas en el cine español que respondan a estos registros, pero siento que a veces se busca más hacer una película correcta, que se parezca a las que ya han triunfado con anterioridad, en lugar de buscar dar un salto y atreverse a hacer algo distinto. ¿Cuántas historias parecidas podremos soportar hasta cansarnos?
Yo agradezco que Carla Simón se atreva, aunque sea a una menor escala, a jugar con los géneros, y nos regale momentos como esa coreografía lúgubre con la música de Siniestro Total, para recordar a las víctimas de las drogas y el sida de la generación a la que pertenecieron sus padres. Ahora es momento de observar de cerca cuál será el siguiente paso y si terminará de realizar esta transformación hacia algo que todavía no conocemos.