En mayo de 2021 Pureza salía a la luz, y España saboreaba por primera vez a Queralt Lahoz en un álbum de estudio. Un proyecto lleno de versatilidad y herencia, que responde a una gran vocalista profesional como es la catalana. El pasado sábado 18 culminó la gira de presentación del disco con un espectáculo de más de dos horas que superó, si es que eso era posible, las expectativas.
¿Y por qué hablo de expectativas? Porque Pureza es un disco donde el protagonismo absoluto reside en la espectacular voz de Queralt. Pero un álbum se graba en pistas, varias pausas e intentos, diferentes días… Un concierto no. Un concierto es un plano secuencia donde la banda, la cantante y los técnicos deben articularlo todo a la primera. Y así fue. Teclado, percusión, micrófono, y la guitarra de Oscar Soriano estuvieron cohesionados incluso cuando Queralt cantó a capella y sin ensayar Vendavales, su último sencillo. Quizá porque el público fue consciente de la dificultad de esa sincronía, fue muy recurrente que se mandara a callar con un ‘shhhh’ que se expandía antes de cada canción por la sala. ¿Cuál es el último concierto en el que recordáis que os pidieran silencio?
Como decíamos, se trata de un proyecto que bebe claramente de los orígenes. “A mí me gusta decir de dónde vengo y digo sin miedo que somos rojos, básicamente”, expresaba la artista poco después de comenzar. No dudó tampoco en hacer hincapié en la importancia de la memoria histórica, de cómo su disco es un tributo a este legado; y en particular, un homenaje a su tío fusilado durante la guerra.
Tres invitados compartieron escenario con la cantante, y podríamos decir que cada uno de ellos responde a una faceta musical distinta. En primer lugar, el flamenco: Valeria Castro, cantaora y compositora de la preciosa Guerrera, con la que interpretó un dueto lleno de pasión y vibratos. Continuamos con el rap de J Dose, que le acompañó con los coros de De la cueva los olivos, una de las canciones más populares y sobre la cual Lahoz explicaba que se articuló el disco. Y por último, Çantamarta, que personifica ese amor de Queralt por los sonidos de Latinoamérica con todo el sazón venezolano.
El concierto terminó entre ovaciones pero me gusta pensar que, en realidad, acabó una hora más tarde, cuando los fans dejaron de cantar por rumbas y bulerías en la puerta de la sala. Los que seguíamos sedientos (me incluyo, por supuesto) nos quedamos en ese corrillo flamenco para seguir disfrutando del show; ahora autogestionado. Queralt no salió a la calle a cantar, tampoco sé si nos escuchó, ni pude hablar con ella. Pero estoy segura de que de haberlo sabido, no se habría negado a unas palmas de más.