C.Tangana ha muerto. O por lo menos, el Pucho que conocíamos hasta ahora. De hecho, nos lo lleva advirtiendo desde hace tiempo: asistimos a su funeral en Demasiadas mujeres, le vimos saltar por la ventana en Bien:( y ahorcarse en Cuando me miras. Vamos, le ha faltado hacerse un harakiri durante la gira para dejarlo claro.
Esta ambición desmedida opta a los Goyas a Mejor Documental y Mejor Canción Original. Pero el affaire del cantante con el cine no empezó con El madrileño, de hecho se remonta casi al inicio de su carrera. El artista siempre ha jugado con la simbología de los videoclips para completar su performance. Y es que en la mayoría de sus vídeos de estos últimos años hay un tema común: un análisis sobre lo que implican la fama y el dinero. Una obsesión con el ruido y la soledad tras una vida de lujo. Lo hemos visto a menudo a lo largo de su discografía: Tú me dejaste de querer, Ateo, Llorando en la limo, Ya no vales… El artista lleva experimentando con crear referencias desde la época de Los chikos de Madriz, cuando creó la alegoría con los tres poderes en los que se sustenta el Estado español (el político en la estatua de Calvo Sotelo, el bancario con las torres de Bankia y el inmobiliario en el obelisco de Calatrava).
Un día se topa con una película, Un hombre de más: una comedia dramática que cuenta la vida de un cantante de éxito cuya carrera está a punto de fracasar. Un estilo de vida decadente, la cocaína y la afición por el escándalo serán quienes firmen la sentencia de muerte de su estrellato. “Esta peli me está hablando a mí”, y así comenzó su obsesión con Paolo Sorrentino. 
La búsqueda incansable por la belleza –como fin pero también como medio–, el hedonismo, o las referencias costumbristas conforman el nuevo muestrario del artista. Con el tiempo empieza a trabajar con directores como Eduardo Casanova, Félix Bollaín o Santos Bacana, con la idea de reinterpretar los recursos fetiche del napolitano. Uno de los más recurrentes es la visión de la mujer, que en sus vídeos siempre actúa como musa: sus amores le infringen adoración pero por ello también son el origen de su tormento, por el dolor que le causan o por la culpa que despiertan en él. Los sellos de identidad que ha adoptado son constantes: utilizar personajes del mundo de la farándula para imaginar su declive (María León en Ya no vales), la simbología católica, los temas personales, la nostalgia… 
Desde que es C. Tangana, su obsesión ha sido hablar sobre estar en el foco, la diferencia entre lo que parece desde fuera y cómo se vive en realidad. Era de esperar entonces que lo siguiente fuera hacer un documental contando cómo ha sido su experiencia. Bueno, por eso y porque necesitaban el dinero después de la ruina que supuso la gira, claro. En ella va más allá de crear carne de cañón para reaccionadores y críticos, y en su lugar, decide contar cómo es el frenesí que es su vida usando el desastre financiero de la gira, en principio dejando a un lado el personaje, o al menos eso nos quiere hacer creer. La conclusión a la que llega es que su carrera en la música ha llegado a su fin para empezar una nueva etapa dedicada al cine.
Tan devoto de Andy Warhol es consciente de que en el proceso artístico existen dos obras: la que el artista crea y la que resulta de la interpretación de los espectadores. Es por ello que siempre deja al público donde él tenía pensado. Y eso es algo que nunca cambia en su recorrido como artista: su transición al cine solo marca otro cambio de etapa más en la vida del personaje. Pero no nos confundamos, el C. Tangana que conocemos ha muerto, sí, pero todavía le queda un asalto en el mundo musical: Pucho le debe todavía un disco de rap a Sony, aquel que se quedó en el tintero para sacar El madrileño. Una vez más, es él quien lleva la batuta y el que decide cómo cuenta su historia. La duda es si dedicará el siguiente  capítulo a volver a sus orígenes.