La cuestión identitaria lleva años en el foco del debate público: la identidad nacional, sexual, de género, la cultural, la digital, la heredada, la construida, la que escogemos, la que nos imponen… Un concepto que permite múltiples acercamientos. Chenta Tsai agita y abre fisuras en este debate con el proyecto musical de Putochinomaricón. Una artista pionera en el panorama español, referente para las disidentas y un ejemplo sobre cómo reflexionar desde la práctica artística. Después de un parón de tres años, reaparecía en 2022 con una sonoridad rota, ruidista, muy alejada de una producción canónica. Siguiendo ese camino de búsqueda a través de la disolución, este año presenta la primera parte de un proyecto aún más grande.
AFONG (Mordió la mano del amo), el primero de los cuatro álbumes que conformarán SHDM (Arte Contenido), acrónimo de Segundos Minutos Horas Días. El tracklist está compuesto por siete temas que internamente se subdividen en dos o tres temas más. Una obra que propone múltiples lecturas en forma y contenido. AFONG continúa con la experimentación sonora precedida en JÁJÁ ÉQÚÍSDÉ (Distopía Aburrida), reivindicando el lenguaje del mundo digital como material creativo y exprimiendo las posibilidades de producción fuera del canon.
El resultado es un producto que, al igual te versa ‘‘Eres peor que Ted Mosby / Una red flag flamearé / Abro hilo – Te odio / Abro hilo – Te odio’’, que te samplea el cacareo de una gallina, pasa por el soul y el R&B, y se cuestiona ‘‘¿Qué es tu visibilidad? / ¿Qué quieres visibilizar? / ¿Cuál es tu finalidad? / ¿Qué quieres concienciar?’’. Junto a Chenta han colaborado en este viaje sonoro el productor musical New Sylveon, las poetas Berna Wang y Paloma Chen, Ignacio Redard en la masterización y Neelam Khan Vela con el collage fotográfico que ilustra el álbum. 
SMHD (Arte contenido) es un proyecto con una proyección a largo plazo, algo inusual en los tiempos que corren. Nos cuesta imaginar el futuro cuando parece que todo se va a venir abajo en cualquier momento. Me gustaría, primero, que nos hablases de este proyecto, pero también quería preguntarte por esta concepción de la temporalidad. 
SMHD surge del debate actual de en qué se diferencia el creador de contenido del artista. ‘Arte contenido’ sería la suma de estos conceptos, un intento de encontrar un punto intermedio entre estas disciplinas, a través de un juego con el lenguaje y de utilizar los parámetros de las redes sociales y las plataformas de streaming. El proyecto plantea que ya no escuchamos música, sino que la streameamos. Con el streaming, la música se mueve según la viralidad y la caducidad. De ahí la idea de categorizar mi música desde 4 escalas de tiempo: segundos, minutos, horas y días. Cada categoría responde a cómo intuyo que será la escucha en un sentido temporal, y también al trabajo invertido en cada bloque.
Me interesa experimentar, desde un punto satírico, con la duración que se espera que tengan las canciones. Por ejemplo, Spoty considera una reproducción a partir de treinta segundos de escucha, entonces, no tendría sentido crear una canción que exceda los treinta segundos. La filosofía del aceleracionismo, con la que no sé si estoy a favor o en contra, también me parece muy satírica. La sátira en sí es algo muy de nuestra generación. 
Por un lado está ese proyecto a largo plazo que rompe las concepciones temporales de la industria musical por arriba, pero después, cada track se subdivide en tres temas, y nos encontramos con otra ruptura temporal, esta vez a la baja. 
Originalmente, mi idea era lanzar un álbum de podcasts, con esto de cuestionarme cómo consumimos música hoy en día. Pero esta decisión era muy arriesgada y optamos por el formato mixtape. Aún así, quise que en cada track hubiesen varias canciones que dialogan entre sí. En estos temas hablo de mis inquietudes. Por ejemplo, cómo dentro de las disidencias hemos normalizado cierto tipo de sobreexposición, muy ligada al cuerpo, e igual tenemos que reivindicar la privacidad. Quise que mi voz quedara en un segundo plano, a veces por debajo de la parte instrumental. Porque no soy solamente la figura que se expone en el escenario, también soy la persona que está detrás. Podemos ocupar multiplicidad de espacios y romper con la idea hegemónica de lo que debe ser un artista no hegemónico. 
Es muy interesante de tu obra, no solo los temas que trata sino el cómo, la forma. Porque estamos bombardeadas de discursos, de lemas y de reivindicaciones, pero los modos de producción siguen siendo los mismos. 
Buscar otras maneras de producir es un ejercicio constante de deconstrucción. Esto lo hablé con una académica de Taiwan, porque yo anhelaba descolonizar la música y construir un idioma propio. Una música más allá de la occidental. Es un proceso complicado, pero voy rompiendo cosas poco a poco con el glich. Es una reivindicación desde la destrucción. 
Escuchando el disco se me hacía increíblemente sinestésico. Imaginaba objetos chocando, cayendo, glicheándose. El sonido adquiere una cualidad material y física. 
Me inspiró mucho una conferencia sobre feminismo glich donde vinculaban la disidencia de los cuerpos con el propio glich y lo llevé a mi identidad. Volví a Taiwán buscando conectar con mi identidad, pero me di cuenta que es un viaje interno mucho más complejo. Realmente, hasta qué punto tiene sentido encontrar una pureza identitaria. Yo encuentro más familiaridad en sonidos de mi infancia relacionados con ciertos softwares o videojuegos que con la ópera de Pekin. Esta contradicción la quise explorar a nivel sonoro incorporando música de juegos de los 90 y glicheando instrumentos chinos. 
Aunque tu música sigue un estilo ruidista y ciértamente caótica, cuando pasamos aparece tu voz se siente como un ancla a tierra. Esas letras construidas con imágenes tan contemporáneas, utilizando el argot de twitter o referencias a los Sims, es como invocar algo reconocible para el oído genérico que le permite seguir anclado y reconocerse. 
Esto viene de una influencia clara del hyperpop y tripop. Me gusta experimentar con el balance entre el pop y la electrónica experimental. Encontrar el equilibrio. Primero genero sonoridades malsonantes para luego contraponerlas con otras texturas más orgánicas. En el álbum también hay dos poemas, uno de Berna Wang y otro de Paloma Chen, que le dan ese punto de literalidad. 
Con todo este material que estás generando, ¿cómo te sientes en relación a la industria musical española? A pesar de la excentricidad de tus temas, sí que tienes un nombre reconocido en el circuito. 
Ya he tenido mi momento de viralidad. He tocado en espacios que siempre he querido tocar. Ahora investigo lo que realmente quiero. En esa primera etapa estaba muy enfadada y solo quería escupir rabia (como dice una amiga, las personas disidentas solemos soltar rabia pero no la llevamos a la práctica). Luego llegó el COVID, volví a Taiwán y conecté con mis otros yoes. Ahora me toca experimentar y trabajar desde mi tradición. Mi gran preocupación es acabar siendo un artista que repite un concepto que sabe que va a funcionar. La comodidad es peligrosa. Estos últimos dos álbumes son el resultado de permitirme ser contradictoria y trabajar desde un lugar artístico incómodo. 
¿Existe una escena musical semejante a tu estilo en España? 
Están surgiendo un montón de artistas que consiguen desafiar la norma, lo que el algoritmo desea. Rusowsky, Samantha Hudson, Yenesi… Son todo proyectos muy singulares. Ahora mismo es muy difícil categorizar un artista bajo un género concreto. Nos une más una intención disruptiva o una cuestión generacional. A mí me han asociado con muchísimos estilos diferentes, incluso urbano, y siento que el hyperpop se utiliza como un paraguas para abarcar todas esas expresiones que no saben dónde ubicar. Pero luego me cuesta un montón que me identifiquen con la electrónica. Aquí también entra una cuestión de género. Siento que en esos círculos igual más hegemónicos mi proyecto no está bien visto. 
Aunque tu estilo haya dado muchas vueltas, hay una pregunta que se repite desde los inicios de tus experimentaciones sonoras: ¿sigue siendo tu música, la música de un bazar del año 3000? 
¡Siempre! Lo siento tan afín a ese lenguaje. Hemos crecido en el postcapitalismo, he crecido ahí. Los objetos de un bazar tienen una relación afectiva contigo. Yo misma me siento como un objeto de un bazar, desplazada, en una estantería.
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