En un contexto donde vestirse puede ser un acto de resistencia y lo colectivo una estrategia de supervivencia, Paul Nicolino, director creativo de NCNL, diseñador y narrador de su tiempo, irrumpe con una propuesta estética cargada de gesto político, sensibilidad barrial y deseo queer.
Después de años trabajando en el mundo audiovisual y la escena musical como vestuarista de figuras como Trueno, ha vuelto al diseño con una mirada más íntima, experimental y profundamente conectada con el presente.
Desde Buenos Aires, y con una mirada ferozmente latinoamericana, habla del caos como método, del cuerpo como territorio y de la ropa como archivo afectivo. Esta conversación repasa su presente creativo, el detrás de su desfile La Piedad, su cápsula Morbovicio, su vínculo con el chemsex, el fashion como performance y el streetwear como manifiesto.
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Paul, si bien estás vinculado a la moda desde muy chico, tu recorrido es amplio: exploraste distintos lenguajes visuales y creativos. Hoy volvés al diseño desde un lugar más autoral. ¿En qué momento estás hoy, creativa y vitalmente? ¿Qué te ocupa, qué te atraviesa, qué te importa?
Estoy en un momento bisagra. Vivo en Buenos Aires y eso, hoy, no es un dato menor. Estamos atravesando una crisis económica y social muy profunda. Mis amigos, mis colegas, no pueden pagar el alquiler. Pensar en proyectos a futuro se vuelve casi un lujo. Hay una urgencia muy concreta: resolver lo básico. Y eso me atraviesa, inevitablemente. En ese contexto, junto con mi socio Xul Jan, decidí apostar más fuerte por mi proyecto: NCNL. Establecer una base acá, construir desde lo que me toca vivir en esta ciudad. Eso también me ordena, me ayuda a canalizar lo que siento, lo que veo, lo que me preocupa. Siento que diseñar hoy, en Argentina, es un acto político. No por bajar línea, sino por elegir no rendirse a la parálisis.
El primer desfile de NCNL, La Piedad, fue performance, altar, rave, liturgia. ¿Creés que hoy la moda necesita ser experiencia antes que estética? ¿Una forma de reunir cuerpos, no solo de vestirlos?
En La Piedad usé la moda como un recurso, casi como una excusa, para contar algo más grande. Yo no me acerco a la moda desde la técnica, sino desde la observación. Soy muy observador, muy sensible al entorno. Me interesa la vida en comunidad, las acciones cotidianas, los vínculos que se tejen en contextos de supervivencia y cómo todo eso puede narrarse desde un lenguaje contemporáneo.
Me gusta encontrar belleza en lo que está quemado, en lo que parece decadente. Ver fuerza donde muchos solo ven el resto. La moda me da un canal para eso. Después de años trabajando como estilista y director creativo, encontré en NCNL un espacio para crear historias dentro de un contexto que me atraviesa. La ropa es importante, claro: buscamos hacer prendas que duren, que acompañen. Que no sean descartables, sino un pedazo de historia que se te queda pegado, como un ser querido que te acompaña un rato largo. Eso, para mí, también es diseño.
La Piedad fue una forma de contar dónde estamos parados hoy, en Argentina y en Latinoamérica. Un momento donde las disidencias volvemos a estar bajo ataque, donde los discursos conservadores crecen y lo diferente molesta. Quise poner eso sobre la mesa. Abrir el desfile con una chica trans no fue un gesto simbólico: fue una manera de hablar desde mi historia personal y desde la historia colectiva de muchxs.
¿Qué te llevó a titular el desfile así?
La escultura renacentista de La Piedad me conmueve profundamente por su gesto: sostener un cuerpo herido. Quise traducir ese símbolo a lo popular, lo barrial, lo contemporáneo. Por eso hicimos ese inflable gigante en el desfile, como una forma de decir: tengamos piedad. No seamos tan duros con nosotros ni con los demás. Entre la música, el casting y el set design, intentamos armar un relato que hable de ahora, pero sin dejar de mirar hacia atrás. Y también trabajamos con lo que tenemos. El calzado con gestos chacareros, el cuero como material noble, que es parte de lo que hay en este país.
La industria textil en Argentina no tiene el desarrollo tecnológico que hay en otros lados, entonces buscamos materiales que duren, que tengan cuerpo, que no necesiten mil procesos para existir. En ese sentido, sí: creo que la moda tiene que ser experiencia. No por espectacularidad, sino porque lo que está en juego es real. Reunir cuerpos, hacerlos visibles, abrir una conversación. Y que cada prenda cargue con eso.
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¿Vestirse también es protesta? ¿Qué estás denunciando con cada colección, y qué estás defendiendo?
Sí, vestirse también es protesta. No me interesa romantizarlo ni ponerlo en términos grandilocuentes, pero cada vez que elijo qué poner en escena, cómo construir un cuerpo, a quién visibilizar, estoy tomando una posición. No me parece menor. Lo que hago con NCNL es, en muchos sentidos, una forma de accionar frente a un contexto que se vuelve cada vez más hostil con lo distinto. Con lo queer, con lo popular, con lo que se corre de la norma.
En el último desfile de la marca cerramos con el tema DILES QUE NO ME MATEN de Outro, y no fue casual. Esa frase es un guiño, una advertencia, una forma de decir: sí, estamos acá. Nos están mirando mal porque cada vez hay más libertad que molesta. Porque el conservadurismo y las derechas extremas están avanzando en toda Latinoamérica. Y frente a eso, no podemos quedarnos calladxs.
Cada colección denuncia eso: que las libertades están siendo cuestionadas. Que ser visible es un acto de riesgo, pero también de valentía. Y al mismo tiempo defiende lo sensible, lo afectivo, el derecho a habitar el cuerpo propio sin pedir permiso.
¿A qué invitás cuando vestís a alguien?
Cuando visto a alguien, lo invito a eso: a ocupar un lugar, a usar la ropa como una forma de decir “yo soy esto”. O mejor dicho: “yo soy esto hoy, y mañana quizás otra cosa, pero tengo derecho a expresarlo”. La ropa puede ser una armadura, pero también una piel. Puede incomodar, proteger, emocionar. Y en ese cruce es donde creo que sucede algo verdadero.
NCNL no es un proyecto individual: ¿cómo se construye una identidad colectiva desde la dirección creativa?
NCNL nace de una necesidad muy personal, pero nunca fue un proyecto solitario. Estoy muy acostumbrado a trabajar en colectivo. En todos los procesos creativos me interesa que participemos todos. Si bien hay una bajada clara desde mi mirada, me rodeo de personas con las que tengo una confianza profunda, tanto afectiva como estética. Amigxs talentosísimxs como Joseph Echenique, Antonella de la Rosa, Xul Jan, Ignacio Buendía que me ayudaron muchísimo a darle forma a la identidad de la marca. Para mí es fundamental reconocer que esto nos pertenece a todxs.
Hay una geografía que compartimos, un momento histórico que nos atraviesa, y un deseo común de contar algo desde ahí. Lo colectivo no es un eslogan, es lo que le da vida real al proyecto. Que distintas ciudades, disciplinas y biografías puedan converger en una misma historia es algo que me conmueve y que quiero seguir sosteniendo. Creo que el “nosotros” se construye cuando cada quien aporta desde su oficio, desde su sensibilidad. Puede ser desde el arte, la fotografía, el styling, el diseño, el sonido. Todo suma al mismo relato. Y eso es lo que me interesa proponer: una plataforma donde podamos materializar ideas que hablen de nosotrxs, de esta generación de jóvenes creativxs latinoamericanxs, con todo lo que eso implica.
Hablemos del vínculo entre moda, sexualidad y consumo. Pero no desde el lugar del escándalo o el marketing sexualizado tipo Tom Ford. Vos trabajás con otra capa, más social, más emocional. ¿Qué historias o realidades te interesa visibilizar desde ese cruce? ¿Qué placeres o heridas habitan ahí?
En esta última colección trabajamos por cápsulas, y una de ellas se llama Morbovicio. Es una de las más personales. Nace de una observación, y también de una vivencia, dentro de la comunidad queer, particularmente en la juventud, donde ciertas prácticas como el chemsex son cada vez más habituales. No quise romantizarlo ni demonizarlo. Solo ponerlo sobre la mesa, desde un lugar sensible. Morbovicio no busca generar más morbo, ni poner el foco en lo sexual como espectáculo. Lo que quise fue visibilizar cómo el sexo, en esos contextos, puede ser muchas cosas a la vez: placer, sí. Pero también huida. Trauma. Euforia. Disociación. Silencio. Libertad. A veces todo junto.
Conozco muchxs amigxs que atravesaron situaciones muy vulnerables por estas prácticas. A mí también me tocó pasar por momentos donde me desconecté fuerte de la realidad. Pero también hubo goce. Entonces, ¿cómo nombrar eso sin juzgarlo? ¿Cómo vestir ese cruce? Lo que propongo no es una respuesta. Es una pregunta hecha prenda. Un espacio para que cada quien que se vea reflejado en eso, o tocado por eso, lo reciba desde su propia fibra. Desde su historia.
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¿Qué distingue al streetwear latinoamericano del que se produce en otros polos como Londres o Nueva York? ¿Cuál es nuestra especificidad?
Lo primero que hay que decir es que en Latinoamérica, y en Argentina en particular, no contamos con las mismas condiciones materiales que en otros polos de moda. No tenemos una industria textil desarrollada, no tenemos financiamiento estatal, ni estructuras que respalden los proyectos emergentes. Entonces, desde ese límite, aparece otra cosa: una potencia distinta.
Durante mucho tiempo miramos a Europa como referencia. Pero desde hace más de diez años, algo cambió. Empezamos a mirar hacia adentro, a reconocernos en nuestros propios gestos, necesidades y relatos. Porque no tenemos las mismas urgencias que en París o Nueva York. Y eso modifica todo. Nuestra necesidad de vestirnos no parte del logotipo o del lujo, sino de sentirnos representadxs. Acá la moda muchas veces nace de la urgencia, de la falta, de la calle.
Hay marcas que no pueden acceder a materiales de primera calidad, pero que logran generar un discurso estético y político mucho más poderoso que una prenda “bien hecha”. A veces ni siquiera se trata de una prenda funcional. A veces es un acto, un gesto, una obra. Y eso también es moda.
NCNL produjo recientemente el film Caos, que propone una mirada sobre la mente como un flujo fragmentado de deseos y voces. ¿Cuál es tu vínculo con ese caos? ¿Qué lugar tiene en tu proceso creativo y emocional?
Caos fue una colaboración con Antonella de la Rosa, que además de dirigirlo, escribió un texto que sintetiza muy bien el espíritu de la pieza: “La mente como un espacio fragmentado y líquido, atravesado por versiones de uno mismo que se superponen, se confunden y a veces chocan”. Me siento muy identificado con eso. En lo personal y en lo creativo. Yo no trabajo desde un lugar ordenado. Lo que me moviliza no es la claridad, sino el ruido. Me vinculo con el caos porque me habita. Porque me cuesta definir quién soy. Porque lo que hago muchas veces nace del choque entre el deseo y la contradicción. Entre lo que quiero ser y lo que no puedo evitar ser.
¿Qué vínculos encontrás entre identidad y contradicción? ¿Cómo traducís eso visualmente?
En Caos tratamos de poner en escena eso: que la identidad no es una línea recta, sino una mezcla de voces, máscaras, impulsos. Y que quizás los momentos más verdaderos aparecen cuando todo eso deja de pelearse y se permite convivir, aunque sea por un instante. Me interesa mucho ese cruce entre lo interno y lo visible. Entre lo emocional y lo estético. Y la moda, para mí, es una herramienta para explorar ese terreno. Caos no fue solo un film, fue un intento de traducir un estado mental. Y siento que ahí también hay algo muy generacional. Una búsqueda compartida por aceptar que no somos uno solo, que habitamos en capas, y que eso no nos debilita: nos vuelve más reales.
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