Yanki llega tras otro dos álbumes publicados –Antihéroe y Walkman, Vol.1– con la intención de salpicar a todos y no dejar a nadie indiferente. Como un buen salto al mar desde lo alto y en el que, por un momento, no sabes por qué has sido tan estúpida o en qué momento te pareció buena idea zambullirte de esta manera porque ahora te falta el aire. Luego ya te acostumbras y quieres volver a hacerlo.
Y lo que abre el disco, precisamente, es el mar. El mar, que aquí representa ya no solo la brecha física entre dos países (EEUU y España) sino también aquello que se interpone entre sentirte en casa y fuera de lugar, es siempre impredecible. Impredecible como los primeros veinticinco segundos con los que empieza Modus operandi, la carta de bienvenida de Yanki y que, como si de una película se tratara, avisan al que escucha de que Menend ha entrado en escena. El disco presenta a un personaje, a un yanquee español (de ahí el título) que añora un hogar que no sabe dónde está, ni cómo es y al que Menend usa a veces como reflejo de sí mismo y otras como distorsión de dicho reflejo.
A lo largo de los diez temas que componen el álbum podemos escuchar todas las influencias de la música estadounidense de las que el madrileño se ha valido para componer, a modo de collage, su propio neón musical que ilumine la noche (él no se anda con tonterías, todo a lo grande). Desde la guitarra al más puro estilo rock clásico americano hasta las referencias en las bases de artistas como Lil Tjay en Quiero creer que soy buena persona, pasando por una buena dosis de acústico sin filtrar en el final de H.A.M.. El sonido que domina en el LP, sin embargo, es el pop, un pop instrumental que pretende desdibujar las fronteras entre géneros y que en directo tiene que ser una barbaridad.
Los graves del bajo cobran un sentido especial aquí. Hay cierta oscuridad líquida que se filtra en cada una de las canciones, que se adhiere a los acordes y que expone a Menend en crudo (¿o a Yanki? ¿Alguien puede saber exactamente cuándo habla uno y otro? ¿No es ese el juego de espejos?). Las letras son testimonio de cómo a veces alguien está tan obsesionado consigo mismo, lidiando con su peor versión, que nada ni nadie parecen importarle (mentira, os lo digo yo). Narcisista es buen ejemplo de ello.
En otras, Menend prefiere bailar en su propia cueva llena de eco que atender a las consecuencias: “No hay nadie más ahora que ya es tarde / Pues bailo en mi soledad / Un poco desagradable / Tratando de evitar / Un ya te lo, un, un ya te lo dije”. Lo que viene siendo un sábado noche cualquiera cuando ya has trabajado unas diez horas y, bueno, como que te dan igual el resto porque ya bastante tienes tú, ¿me equivoco? (un chupito por esa juventud precarizada).
Si Ulises volvió a Ítaca después de la guerra de Troya para ver su vida anterior hecha pedazos, Menend ha vuelto a una ciudad que creía su casa pero que ahora le parece de plástico. El plástico brilla, es moldeable y accesible a todo el mundo, pero sigue siendo plástico.
Track favorito: Narcisista.