A Martí Cordero le fascina algo parecido al ilusionismo. O, mejor dicho, la capacidad de transformarla en verdad sobre un escenario o frente a una cámara. Antes de ser actor, fue mago; antes de los guiones, vinieron las cartas marcadas y los trucos ensayados en su habitación. Ese primer hechizo –la ilusión de hacer creer– marcó su manera de entender la interpretación: no se trata de fingir, sino de jugarse el alma en cada historia.
De familia de músicos y criado entre bastidores, Martí encontró en el arte su lenguaje natural. A los cinco años pisó un escenario por primera vez; a los once, se obsesionó con la magia, y a los dieciséis, supo que lo suyo era actuar. Desde entonces, ha saltado de la comedia al drama, del teatro a la televisión, del agua al escenario (literalmente, tras años como jugador de waterpolo), sin perder nunca el hambre de explorar.
En Olympo, la serie española más viral de Netflix, encarna a Charlie Lago, un jugador de rugby tan magnético como peligroso, donde Martí despliega toda su energía y su capacidad de llevar al límite personajes cargados de contradicciones. En esta charla hablamos de sus inicios, de las ficciones que le marcaron, de sus referentes, del deporte como escuela y de la necesidad –casi adictiva– de atreverse siempre a más.
Si echas la vista atrás, ¿qué crees que te empujó a querer dedicarte a la interpretación? ¿Hubo algún momento o referente que te marcara especialmente?
Mi padre es un músico extraordinario que, junto con mis abuelos, me transmitió desde pequeño el amor por las artes escénicas y el teatro. Con cinco años hice mi primera intervención teatral gracias a ellos, pero todo se consolidó realmente a los once, cuando un mago, Sergi Armentano, vino a hacer un espectáculo en casa. Me quedé fascinado y empecé a obsesionarme con la magia, practicando horas y horas en mi habitación, hasta que decidí apuntarme a clases de interpretación para ganar presencia escénica.
Me enamoré por completo y, con dieciséis años, tenía muy claro que quería ser actor y transmitir mensajes que transformen el mundo a través del arte. Si tuviera que mencionar a alguien clave, diría que Laura López, mi profesora de Interpretación en bachillerato, me marcó profundamente.
¿Recuerdas qué tipo de series o películas consumías de adolescente? ¿Te veías reflejado en algún personaje o actor?
He visto Titanic y La vida es bella más de quince veces; tenía una auténtica obsesión con esos dos clásicos. Aunque los animes como One Piece o Inuyasha eran mi devoción diaria: pasaba la mitad del día imaginando que era alguno de sus personajes. Como actor, siempre me ha cautivado Leonardo DiCaprio.
¿Sientes que esas primeras ficciones que te gustaban siguen influyendo en la forma en que entiendes ahora la interpretación?
Absolutamente. Muchas de mis referencias a la hora de crear personajes surgen de ahí. Conectar con la ilusión y con mi niño interior es una gasolina mágica para trabajar.
A lo largo de tu trayectoria has tocado géneros muy distintos, desde la comedia hasta el drama. ¿Qué te exige cada uno como actor y cuál sientes que te permite arriesgar más?
En ambos intento transitar de manera honesta las circunstancias imaginarias, dejándome afectar por la historia y los personajes. Me gusta pensar que es la situación la que provoca la comicidad; no busco ser gracioso. Aun así, creo que en el drama llego a lugares más inconscientes y profundos, donde me siento más incómodo, y por eso suelo hacer propuestas más arriesgadas.
¿Hay algún proyecto o personaje anterior a Olympo que consideres un punto clave en tu crecimiento artístico?
Sí. Alfonso, de la serie Los enviados, dirigida por Juan José Campanella. Junto a Miguel Ángel Silvestre hicimos un trabajo honesto y arriesgado; me sumergí profundamente en el personaje y algo dentro de mí hizo un clic a nivel artístico. Desde entonces quiero presentar, no representar. Dejar de hacer para ser.
En Olympo interpretas a Charlie Lago, un personaje que ha conectado muy bien con el público. ¿Cómo lo definirías, y qué fue lo primero que pensaste cuando lo conociste en el guion?
Pensé que era una joya porque vi una dualidad muy interesante: percibí a Charlie como un gran actor dentro de la ficción, como Yago en Otelo. Una hiena que, por la espalda, manipula y miente para conseguir lo que quiere. Es alguien que se siente pequeño e inferior y que se pone la máscara de clown para captar la atención de los demás. En la vida mentimos muy bien, así que intenté hacerlo lo mejor posible para que los otros personajes creyeran cada palabra.
¿Qué herramientas o procesos utilizaste para darle vida? ¿Cómo afrontaste el aspecto físico tan exigente del personaje?
Junto a Enio Mejía, nuestro coach en la serie, trabajamos por capas. Me gusta encontrar al personaje dentro de mí: ver qué analogías compartimos y qué tengo que sumar. Describirlo diciendo lo que no es me ayuda a tener dirección sin limitarme mentalmente. Busqué su animal, sus músicas, referentes reales, la relación con cada personaje, sus contradicciones y qué lo mueve en cada momento.
La transformación física fue exigente porque venía de una etapa de dos años muy intensos de trabajo, y sumar dieta y entrenamientos de rugby no fue fácil; arrastraba estrés y cansancio. Pero finalmente encontré el equilibrio y, gracias a mis compañeros, disfruté muchísimo del proceso.
¿Te ha cambiado de alguna forma la disciplina de los deportistas a la hora de afrontar tu carrera como actor?
Siempre he hecho deporte: fui jugador de waterpolo desde los siete hasta los veinte años. Entrenábamos todos los días de la semana y eso me dio mucha disciplina y constancia, algo que ahora aplico en los rodajes. Actualmente entreno calistenia, hago triatlones, alpinismo, esquí. El deporte es primordial en mi vida: me aporta paz mental y energía.
“Conectar con la ilusión y con mi niño interior es una gasolina mágica para trabajar.”
¿Cómo construisteis la relación entre tu personaje y el de Agustín Della Corte?
Charlie sabe muy bien que, para quitarle el sitio al capitán, primero tiene que convertirse en su mano derecha, su mejor amigo, pero por detrás maquinar y manipular para conseguir el puesto. Así que crea una relación basada en una falsa amistad, aunque Roque lo percibe y desarrolla con Charlie una relación madura y casi paternalista por momentos.
¿Cómo fue moverte dentro del universo de Olympo, que mezcla géneros, juega con la estética y propone un lenguaje propio y muy alocado?
Desde el primer momento quise trabajar en un registro diferente para aportar matices nuevos al universo de la serie. El equipo tenía muy claro lo que quería contar y cómo, pero siempre me sentí libre de aportar mis propuestas. Fue un verdadero lujo.
A nivel personal, ¿qué te ha enseñado interpretar a Charlie Lago?
Me ha recordado que, pisando a los demás, no se llega ni antes ni más lejos a ningún lugar.
¿Qué crees que aporta Olympo al panorama actual de series? ¿Y qué te ha aportado a ti como actor?
Creo que muestra el deporte desde perspectivas muy necesarias. Para mí es fundamental dar voz y visibilidad al colectivo LGTBI+ dentro del deporte; debería normalizarse mucho más. A nivel personal, me ha dado visibilidad internacional y me ha abierto puertas a otros proyectos.
Habiendo trabajado en registros tan distintos, ¿te interesa seguir cambiando de género y explorando otros territorios? ¿O sientes que hay uno donde realmente te sientes en casa?
Me encantaría protagonizar un biopic. Quiero explorar y nunca instalarme en la zona de confort. Probar y descubrir cosas nuevas que me generen miedo: si hay miedo, hay evolución.
¿Tienes inquietudes artísticas más allá de la interpretación? ¿Te interesan la dirección, la escritura u otras formas de contar historias?
Sí, muchas. Además de actor soy mago. He escrito un monólogo muy potente que incluye momentos de magia. Hacer este show ha sido siempre mi sueño y sé que, antes de cumplir los treinta, saldrá a la luz.
¿Cómo gestionas las expectativas, la presión o la visibilidad que vienen cuando participas en una serie tan mediática como Olympo?
En mi caso no siento ese tipo de presión. Quiero que le vaya muy bien y que sea un gran éxito, pero una vez se está emitiendo, yo ya he hecho mi trabajo. Intento mantenerme centrado con deporte, meditación, amigos y naturaleza.
¿En qué tipo de proyectos o historias te gustaría verte en el futuro? ¿Qué retos sientes que te quedan por explorar?
Hace tiempo que pienso que me encantaría protagonizar un biopic. Meterme al cien por cien en el alma de alguien que existe o existió. Quiero contar historias que muevan el mundo, superar miedos con retos nuevos, interpretar papeles en inglés. Trabajar con directores como Miguel del Arco, Rodrigo Sorogoyen o Fernando León de Aranoa. Mis referentes son Javier Bardem, Eduard Fernández y Pol López.
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