En medio de un conflicto entre bandos irreconciliables, dos amantes de familias distintas se encuentran en secreto para declararse su amor. ¿Romeo y Julieta? No, dos drones destinados a la guerra que han aprendido a amar. En su última obra, Kamikaze Lovers, Marta Galindo deja de lado a los actores de carne y hueso para dar una oportunidad a los de acero y plástico.
Esta inusual obra inspirada en el clásico de Shakespeare es una perfecta muestra de una igualmente excepcional artista. La obra de Marta Galindo no podría ser menos común. Dejando de lado el lienzo y el pincel, y siguiendo su curiosidad, ella busca nuevas herramientas y formas de plasmar su arte. Y, en Kamikaze Lovers, ya ha demostrado como hasta unos inflexibles drones son capaces de transformarse en amantes trágicos en búsqueda de libertad.
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¡Hola, Marta! Sé que tus obras y exposiciones se alejan bastante de los típicos óleos que a muchos les pueden venir a la cabeza cuando piensan en arte. Pero, para alguien que aún no te conozca, ¿cómo definirías tu arte?
Yo pienso en mi trabajo como algo en movimiento e inquieto, tanto a nivel formal como de investigación teórica. Aunque es cierto que entre mis proyectos se pueden trazar nexos en común, como la tecnología, el mito y lo fabuloso, cada uno tiene bastante autonomía y apunta hacia técnicas y asuntos distintos.
Disfruto mucho cuando me embarco en una técnica que no controlo y que se distancia bastante de disciplinas artísticas hegemónicas aprendidas. Además, cada vez más, prefiero trabajar de forma colaborativa. Es una forma de esquivar el monólogo y enriquecer tu trabajo con un hacer más poliédrico, alimentado por la admiración hacia los demás. Suele ser más difícil de gestionar pero siempre merece la pena.
Me acabo de leer tu última obra, Kamikaze Lovers, y ahora me arrepiento de no haberla visto primero en persona. ¿Cómo se te ocurrió la idea de utilizar drones reales para una obra?
No recuerdo exactamente cómo llegué a esa idea. La ducha o el ocasional insomnio nocturno son momentos en los que se me ocurren muchas ideas, igual fue ahí. Cuando veo un dispositivo que presenta una cierta, o aparente, autonomía siempre despierta fascinación e imaginación en mí. Al ver un dron volar y girar su cámara para grabarme es fácil que surja la pregunta ¿me está mirando?¿Qué piensa?¿Cómo me mira?
Este tipo de tecnologías suelen parecer frías e impersonales al público, ¿cómo conseguiste que despertaran empatía o transmitieran emociones?
Creo que precisamente ahí radica su potencia. En nuestro imaginario, los drones están asociados principalmente a la violencia y la hipervigilancia. Volcar esta condición desde una rebelión parece haber despertado empatía entre el público que asistió. He recibido muchos mensajes bonitos en este sentido, incluso varias personas me han comentado que se les saltaron las lágrimas de emoción hacia el final de la pieza. Es el feedback más bonito que he recibido nunca, el que más me ha tocado sin duda.
Los drones protagonistas nacen con una función militar y violenta, como muchas otras tecnologías hoy en día. ¿Qué es lo que les empuja a rebelarse contra esta programación?
Un pensamiento que perduró con fuerza durante todo el proceso del proyecto fue, si los drones han aprendido a ejercer la violencia de forma autónoma, ¿qué les impide aprender a amar o ser empáticos también? Yo imaginé a los drones protagonistas como entes curiosos, criaturas tecno-mitológicas, mitad humanidad y mitad bestia, que aspiraban a vivir en paz. “Yo quiero ser como el centauro y las sirenas / indómito y retirado, dueño de sí”. Si la ficción es la antesala de la realidad, yo sentí el deseo de imaginar esto.
En la obra, es aprender a amar lo que lleva a los drones a ganar voluntad propia y rebelarse. ¿Crees que eso les hace más cercanos a los humanos?
Más bien nos acerca a nosotros a la tecnología. Tenemos muy asimilado pensar en la tecnología como algo desvinculado de lo humano. Quizás la clave es cómo nos acercamos a ella, poner el foco de la acción en nosotros. La complejidad de estos dispositivos puede invisibilizar la determinación de su programación o un sesgo ya prediseñado. Es una estrategia muy efectista para eximir responsabilidades. En todos los escenarios posibles, la rebelión de las máquinas siempre empieza en nosotros.
Cada vez más, prefiero trabajar de forma colaborativa. Es una forma de esquivar el monólogo y enriquecer tu trabajo con un hacer más poliédrico.”
En la obra, los drones protagonistas reniegan de las instrucciones de su programación para ganar libertad propia. ¿Crees que nosotros tenemos que tomar un paso parecido?
La desobediencia es una conducta reactiva, que moviliza. Llevada a cabo con cabeza y respeto, siempre te coloca en un lugar nuevo o diferente. Si estás mucho tiempo bajo unas órdenes o restricciones inamovibles, la carne se anquilosa y termina por resentirse. En muchas ocasiones, y con algo de suerte, si no eres capaz de moverlo conscientemente, el cuerpo se te acaba moviendo solo. En Kamikaze Lovers, mis drones se emanciparon del cuerpo que les atrapaba para mutar a otra forma y reencontrarse en el limbo de los datos errantes.
En ese sentido, me sorprende que este mensaje de emancipación y libertad venga envuelto en una tragedia estilo Romeo y Julieta. ¿Solo podemos liberarnos mediante el sacrificio o tú eres más optimista al respecto?
La historia de Romeo y Julieta me sirvió como punto de partida y referencia. Pertenecen a dos familias enemistadas pero, a pesar de ello, son capaces de superar sus diferencias y hacerse fuertes a través de lo que les une: el cuidado y el amor. Era una historia muy apropiada y útil para mis drones de bandos contrarios.
Realmente la pieza dista bastante de la tragedia clásica de Shakespeare. Hubo muchos patrones de la obra original de los que quise alejarme: el amor romántico binario, el casamiento por conveniencia, o ese amor tóxico en el que se da la vida por amor. También hui de la clásica postura derrotista y distópica de la ciencia ficción y busqué planteamientos más optimistas.
La aparición de las IA generativas parece haber contribuido a la banalización del arte como solo un bien de consumo. ¿Es importante defender el arte como expresión artística?
La banalización del arte siempre estará ahí, todo depende de la intención, el contexto y la manera en que se presentan y piensan las cosas. Mi impresión es que este debate y revuelo sobre el peligro de las IAs es algo sensacionalista y alarmista. Quizás porque encaja con muchos clichés de la ciencia ficción y eso puede generar mucha fascinación y miedo. Ingredientes perfectos para alimentar su consumo. El mercado suele ser un agente bastante perverso que todo lo asimila; hoy son las IAs, mañana será otra cosa. Me preocupa más el mercado que las IAs.
Ahora, para despedirme, en algunas de tus exposiciones ya habías utilizado las nuevas tecnologías digitales. ¿Cómo crees que estas se pueden utilizar de forma que beneficie al mundo del arte?
Procuro pensar con y sobre las herramientas y elementos que habitan mi experiencia vital. Un dron está más presente en mi cotidianidad que un pincel. Supongo que es lógico que tenga más preguntas para el primero que el segundo.
Cuando llevo a cabo un proyecto no tengo en mente que sea beneficioso para el mundo del arte, simplemente intento que responda a una curiosidad e inquietud honesta en mí, tanto en su forma como en su contenido. Para mí lo más importante es salir de la zona de confort y disfrutar del proceso porque, además, confío plenamente en que se percibe en el resultado. Y el resto, si tiene que venir, ya vendrá.
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