Su particular manera de hacer música ha llevado a Marina Herlop a terrenos que ni ella misma se imaginaba. Su nuevo álbum, Nekkuja, se podría definir como un ritual de simbiosis entre sonido y naturaleza. ¿Te lo quieres perder?
La música de Marina Herlop se ha convertido en un verdadero rito de introspección. Sumergirse en su sonido te transporta a paisajes inexplorados, guiándote hacia una experiencia casi espiritual. A medida que te adentras en su obra, te encuentras preguntándote de dónde brota ese universo sonoro tan mágico, a la vez tan conectado con nuestra propia naturaleza. Después de su aclamado álbum Pripyat, lanzado en 2022, donde ya pudimos vislumbrar su profunda conexión con el piano y la música carnática (género clásico de la India con un enfoque en la improvisación vocal e instrumental), la artista catalana nos vuelve a deslumbrar con su capacidad para abrir nuevos horizontes sonoros. Y aunque nunca se haya identificado con la idea de asociar conceptos a su música, su nuevo álbum, Nekkuja, gira en torno a la idea de un jardín.
Armonías dulces pero a la vez cargadas de elementos fantasiosos florecen gradualmente a lo largo del disco, como si estuviéramos presenciando el despliegue de una planta en pleno crecimiento. Ella misma lo describe como una forma de buscar y afianzar su luz interior. “Algunos días me sentaba en el balcón de mi piso para que me diese el sol”, explica, “cerraba los ojos y empezaba a visualizarme a mí misma como una jardinera, arrancando las malas hierbas del suelo, como si cada mal recuerdo o emoción fuese una de esas malas hierbas”.
A modo de viaje personal entre sus conflictos internos, la artista nos ofrece una obra experimental completamente alejada de lo oscuro y dominada por un positivismo enigmático que te atrapa desde que planta una semilla en la primera canción. Busa tiene el papel de abrir “la puerta del jardín”, y nos da una idea de lo que nos podemos encontrar en él. La escena comienza con una instrumentación rica en detalles electrónicos y sonidos delicados que se entrelazan con la dulce voz de Marina, formando un coro de voces y capas sonoras. La risa de lo que parece un niño interviene en varias ocasiones, hecho que contribuye a crear una atmósfera ligeramente inquietante. En Cosset disfrutamos de su característico piano pero también de un reconocible bajo, que junto con unos versos yuxtapuestos en constante repetición crean una armonía utópica.
En Karada nos sorprenden unas bucólicas grabaciones al aire libre, entre las que apreciamos pájaros, agua y brisa, todo acompañado de un arpa que se lleva el protagonismo con los efectos vocales de Herlop. Nos atrevemos a decir que La Alhambra es la canción más diferente del álbum, pues es la que tiene más elementos digitales de postproducción. En Reina Mora parece que una simulación de palmadas marque los tempos, como ya hemos visto en El mal querer de Rosalía, y cómo no, el piano vuelve a estar presente (lo echábamos de menos). De manera inesperada, la penúltima canción es Interlude, una pausa de 48 segundos que te transporta literalmente a un escenario donde la melodía y la naturaleza se fusionan. No había mejor desenlace que Babel, donde parece que finalmente la semilla plantada ya ha florecido en ella y en todos nosotros.
TRACK FAVORITO: Cosset.