Ya está en cines Los domingos, la nueva película de Alauda Ruiz de Azúa, directora que ya había explorado las complejidades de la vida familiar en Cinco lobitos. En esta ocasión vuelve a mirar hacia dentro, a un entorno doméstico de Bilbao donde una adolescente, Ainara (Blanca Soroa), anuncia a su familia su intención de convertirse en monja de clausura. Ese gesto sencillo, una decisión personal, casi íntima, descoloca a todos: al padre, a la abuela, a la tía, cada uno con su manera de entender la fe, la libertad o la vida misma.
La película no se presenta como un drama religioso ni como un discurso moralizante. Alauda Ruiz de Azúa filma con calma, dejando espacio a los silencios y a las miradas, permitiendo que lo esencial se intuya más que se diga. En el reparto, Blanca Soroa, Patricia López Arnaiz y Juan Minujín sostienen esa naturalidad con interpretaciones cargadas de verdad, sin subrayados, que ayudan a que la historia se sienta cercana, incluso cuando se mueve en un terreno tan delicado como la fe.
Lo interesante no es tanto el argumento sino la reacción que ha provocado. Los domingos está atrayendo al público y, sin embargo, no ofrece ni ritmo vertiginoso ni giros de guion ni violencia espectacular. Hace unos meses pensaba en lo contrario: en películas como Destino final, donde la muerte se convierte en un juego visual, donde el gore y la exageración siguen garantizando éxito de taquilla. Y me pregunto qué nos lleva ahora a llenar una sala para ver una historia sobre la duda, el silencio y la búsqueda de sentido. Quizás la diferencia esté en el tipo de miedo que nos conmueve. Ya no tememos tanto a la sangre o a la muerte como a lo cotidiano que se quiebra: una familia que deja de entenderse, una hija que elige un camino que el resto no puede asumir. En el fondo, Los domingos nos coloca ante eso: el miedo a que alguien cercano ponga en cuestión lo que creíamos estable.
Salí del cine pensando en cómo han cambiado las historias que buscamos. Antes queríamos descubrir al asesino o sobrevivir a un monstruo; ahora, quizá, queremos entender cómo seguimos viviendo cuando la vida se sale del guion. Tal vez esa sea la razón por la que una película tan sencilla logra permanecer. Porque, al final, lo que de verdad nos inquieta no es lo ajeno, sino lo que se parece demasiado a nosotros y ver cómo nuestro propio reflejo se resquebraja en el espejo.