Podría ser un anuncio de Balenciaga. Podría ser algo de Gus Van Sant. Incluso, por ponernos, podría ser el trailer de una nueva versión mucho más sexy del clásico noventero español por antonomasia, Historias del Kronen. Pero si en esas historias los protagonistas eran pijos y nihilistas, en esta nos encontramos a un profundo héroe del extrarradio. El cineasta Eduardo Mateos reflexiona sobre la naturaleza de los sueños en Lo tengo todo.
Y como ya hizo en su día Capote con su celebérrima y a la vez maldita obra Plegarias atendidas, Mateos se centra en los resultados. Y el resultado de esos sueños son verbalizados por Miguel Cobos. Y Miguel se pasea por un polígono con un look que sería el sueño de Gosha Rubchinskiy si le diese por fotografiar la esencia de los chicos españoles de barrio. Y es que hay mucha poesía escondida en los parkings y parques que inundaron los suburbios de las ciudades construidas a golpe de sol y playa.
Pero Mateos y Cobos nos lanzan un mensaje lleno de ternura. Y la ternura siempre sobresale más si el personaje es un malote-cis. Porque volviendo a Capote, quizá nos mortifiquen más esos sueños atendidos, porque el resultado siempre es inesperado. La metáfora de la moto es la metáfora del tamaño. ¿Acaso el tamaño importa? Una pregunta tan manida como inconclusa. Seguimos debatiéndonos en la respuesta. Para el personaje de Cobos, desde luego que el tamaño no implica ninguna decepción. Al fin y al cabo, los sueños son grandes pero también pequeños, y los pequeños marcan siempre nuestro día a día.
Y pequeño párrafo de referencias cinéfilas. La moto ha sido una constante fuente de imaginería en la historia de nuestro lenguaje visual compartido. La moto como libertad, la moto para la huída. La moto en la construcción de lo masculino. La moto como símbolo de emancipación femenina. Y así un largo etcétera desde Salvaje con Mr. Brando hasta Uma Thurman en Kill Bill. Pasando por Vacaciones en Roma, Quadrophenia, hasta la icónica Trinity en la secuela que hicieron lxs Washowskis de la hasta-la-saciedad venerada Matrix.
Así que os invito a que veáis Lo tengo todo y en verdad saquéis vuestras propias conclusiones. Como espectador nunca me ha gustado que me digan los resultados, una obra es buena si resulta inquietante de muchas maneras distintas. Vivimos en una época en que en verdad tenemos muchas cosas, lo tenemos casi todo. Siempre es el casi el que nos desvela por las noches. Quizá sea el momento de pasearnos a toda mecha con nuestras motos imperfectas.
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