Cada año, en septiembre, Business of Fashion publica una lista con las quinientas personas más influyentes del mundo de la moda (conocido como BoF500). Este año se ha colado un futbolista, ni más ni menos que Hector Bellerín. Pero, ¿cómo no iba a hacerlo? Si él es uno de los principales culpables de que la estética blokecore esté pegando tan fuerte.
Que las camisetas de fútbol están de moda no es algo que sorprenda a nadie, pero después del mundial de fútbol femenino de este verano, en el que hemos podido ver equipaciones en colaboración con Prada o Martine Rose, e incluso después de ver el documental de David Beckham en Netflix, podemos concluir que el fútbol está en boca de todos. No precisamente por nada que tenga que ver ni con los goles, ni con los fueras de juego o algo parecido.
Como en todas las buenas historias, todo se remonta a hace muchos años, así que sin más dilación, os presentamos la historia de amor entre el fútbol y la moda, una historia particular en la que no siempre se ha confiado, pero ahí está, viviendo su mejor momento.
¿Te has preguntado alguna vez cómo las zapatillas de deporte salieron de los gimnasios para colarse en nuestro día a día? Gran parte de la culpa quizás sea de los fans de Liverpool, que por ahí en los setenta empezaron a patearse toda Europa siguiendo a su equipo favorito. Este grupo de aficionados no solo hacía turismo deportivo, sino que también se llevaban al Reino Unido prendas de ropa y zapatillas exclusivas, cosas que aún no estaban a la venta en su país. Estamos hablando de marcas como adidas, Sergio Tachini o Stone Island, que luego lucían dentro y fuera del campo.
Sus aficiones se centraban en tres cosas: seguir a un equipo de fútbol, llevar ropa de marca en los partidos y pelearse con los aficionados rivales. De Liverpool, el corriente se extendió a Manchester y a Leeds y, poco a poco, como con todas las contraculturas, esta pasó a apagarse en favor del mainstream.
Fue en ese punto donde los equipos se dieron cuenta de que el diseño de sus camisetas era más importante de lo que parecía, que no bastaba con un color, una líneas y un escudo bordado. La gente pedía más, quería llevar la camiseta de su equipo favorito y los patrocinadores importaban, y mucho. Para finales de los ochenta y principios de los noventa, el negocio de las camisetas de futbol era ya todo un éxito, tanto que hoy en día seguimos pensando en ellas. Porque, ¿qué me decís de la camiseta que lució Holanda en el Mundial del 88? ¿O de la segunda equipación del Arsenal de la temporada de 1991-1992? Perfectamente podrían formar parte del armario de cualquier moderna.
Lo cierto es que no siempre las marcas se han entendido al 100% con el fútbol, y es que el primer patrocinio que unía los dos mundos, el de Fiorucci con el Inter de Milán en la temporada 92-93 –aunque ahora lo miremos y nos encante–, en su época no tuvo el éxito esperado. Tuvieron que pasar años para ver a otra marca de moda protagonizando el terreno de juego, en 2011, con el logo de Dolce & Gabbana estampado en la camiseta del AC Milán. Luego, en 2016, fue Yohi Yamamoto diseñando la tercera equipación del Real Madrid. Y para que todo acabara de explotar, al año siguiente, la marca Koché presentaba una colección en pasarela en colaboración con el Paris Saint-Germain.
Sin embargo, como todo fenómeno cultural, el fútbol ha estado presente en el imaginario de los diseñadores independientemente del color del club. Ejemplos de esta unión serían el jersey hecho de bufandas de fútbol que presentó Maison Margiela en su colaboración con H&M en 2012 o las zapatillas metálicas diseñadas por Acne Studios en 2018 para su colección cápsula Fotballklubb.
Siempre se ha dicho que el fútbol es un deporte de hombres, jugado por hombres y para el deleite de ellos. Del mismo modo, el mundo de la moda se encendía hace un par de semanas después de que Seán McGirr fuese anunciado director creativo de Alexander McQueen, sumándose a la congregación de hombres blancos que forman parte de la dirección creativa de las grandes marcas de Kering. Pero si nos ponemos a indagar en las marcas y en las piezas virales donde los dos mundos de los que hablamos se unen, vemos lo siguiente: Martine Rose es una mujer, Grace Wales Bonner también lo es, y la diseñadora del híbrido entre unas botas de fútbol y unos tacones de Miu Miu es Miuccia Prada, otra mujer. Y como estos, otros muchos casos.
Desde el punto de vista de un aficionado, más que una tendencia, la adaptación de la equpación de fútbol en nuestro día a día no es otra cosa que un estilo de vida. Recuerdo que yo misma llevaba la camiseta del FC Barcelona al cole la mañana siguiente de ganar un título o un clásico. Una expresión individual para pertenecer a un colectivo y que tanto por parte del diseñador, como del aficionado, refleja a la perfección todos los matices de la cultura futbolística, sea para bien o para mal.
Una unión que se ha basado siempre en el principio de la autoexpresión. Lo que hace la moda interesante es precisamente eso, saltarse completamente el guion, exaltar esa individualidad que nos hace únicos. Del mismo modo, aunque el fútbol no sea un deporte individual, se basa en una completa improvisación que hace que cada jugada sea única. Quizás sea eso, quizás sea que ambas cosas son pilares fundamentales de la cultura que nos une. Pero sea lo que sea, ambos mundos son la alianza perfecta tanto dentro como fuera del campo.