El Wizink Center es una plaza especial para cualquiera. Es nuestro Madison Square Garden; nuestro Wembley hasta que el nuevo Bernabéu se generalice. Para Juancho Marqués no ha sido distinto. El rapero nunca fue muy de ego trippin’, y para una vez que ha querido regalarse algo, el antiguo Palacio de los Deportes ha sido el mejor de los detalles. Nada de teloneros, en esta película solo había tiempo para él y los suyos.
El de Madrid ha sido el tercer concierto del Paraíso {39} Tour, y nada más comenzar ya parecía ser cine. Quien sea habitual del teatro donde se celebraba el evento estará acostumbrado a la locución de seguridad, pero para quien no, puede parecer que está a punto de participar en El juego de calamar. El ‘lea las instrucciones de este medicamento y consulte a su farmacéutico’ de los conciertos daba comienzo al espectáculo.
Con todo el mundo avisado de las salidas de emergencia, las luces se apagaron súbitamente el pasado 17 de noviembre y la multitud de bufandas de Juancho Marqués que portaban sus ultras se levantaron. Puede parecer raro que en un espectáculo con tan pocas camisetas de fútbol –outfit de moda en festivales– hubiera un ambiente tan deportivo, pero el artista sigue levantando pasiones. Inmediatamente, un foco salía del tablao para recorrer toda la pista y llegar a lo alto de la grada frontal. Los ojos del nativo retumbaban casi tanto como el bullicio, y al fondo, la seguridad escoltaba a una persona encapuchada. Treinta segundos duró este enfoque, para que cuando volviera el rayo luz al escenario se viera el truco: todo era un señuelo y el protagonista estaba sentado en el borde del escenario.
Un pequeño momento prestidigitador que daba testimonio de la profesionalidad que se iba a ver de aquí en adelante. Desde el primer momento, todo apuntaba a una medición absoluta del tiempo y del espacio. Las siguientes canciones lo dejarían claro. Sin todavía haber mencionado una palabra desentonada llegaría Isla/S̶olo, y con ella, los juegos de focos que aislaban al artista cuando mencionaba la segunda palabra del título. Con más de quince años de carrera, la performance le es más fácil a Juancho que lo que me es a mi tachar la palabra ‘solo’ en el word.
Es ahora cuando se daba el primer descanso para valorar lo que estaba viviendo. “Este es el concierto más especial de mi vida”, se atrevía a decir. Las lágrimas todavía no le brotaban, aunque ya llegaría el momento. Casi se le saltan cuando, previo al play de Quema, recordaba a su hermana Marta, pero incluso ahora aguantaba. Lo que sí sacó esta colaboración con María José Llergo fue la primera ovación del público, quienes al unísono coreaban su nombre al terminar la última nota.
Siguieron las canciones sin que nada pareciera detenerle. Poco tiempo para todo lo que venía a hacer. En cada respiro iba agradeciendo a todos los que le acompañaban en un escenario que, a propósito, era austero para que el grupo fuera lo único que brillara encima. Esto se lo debía a él mismo, y a DJ Kaplan… a Carlos Martín… a Juan Arance… a Juan Moreno… a Gabriel Fernadez… y al etcétera de acompañantes que tuvieron su merecido momento. No hacía falta nada más para disfrutar este Wizink. Si hubiera hecho falta algo serían los invitados sorpresa, pero como inmediato spoiler, también estuvieron.
Sin andarnos con rodeos, la primera participante no esperada fue Marina Reche. Ella abriría una larga lista de apariciones que, en un crescendo constante, fueron extasiando al público. La conexión tan mágica que tuvieron estos dos quizás fue menos palpable que la del siguiente, pues de Sule B poco hay que contar. ‘Suite Soprano es pa’ siempre’, gritaba cualquiera. Hasta el que aprovechaba un vaso de cartón vacío para esconder lo que estuviera fumando se olvidó de la ilegalidad y se unió al gentío. Durante Internacional II y Por los siglos, todo asistente era uno y a partir de ahí, nadie recibió una menor cantidad de aplausos.
Jordan Boyd, Juan Arance y DL Blando fueron los siguientes antes de un descanso para cambio de vestuario. El ambiente se empezaba a caldear de verdad aunque la tracklist siguiera con sus baladas. Juancho se animaba a controlar la caja de ritmos y Daniela Garsal se presentaba antes de que Que se muera el sol marcase oficialmente el inicio de la verdadera fiesta. “Esta canción es la última antes del afterparty”, avisaba. Y el que avisa no es traidor.
J Dose, Don Patricio y Fernando Costa fueron los primeros servidores de una fiesta final en la que el público ya se esperaba cualquier cosa. Los coros en En privao, los bailes en Benicássim y las manos arriba en Todo bien no serían nada comparado con el ensordecedor jaleo a la sorpresa que supuso Waor y London. Todos los que salieron al escenario dedicaron palabras bonitas al artista, pero las del miembro de Hijos de la Ruina fueron sin duda las más nostálgicas. “Yo empecé en esto con este cabrón”, se escuchó en medio de un abrazo fundido. Por si faltaba alguien, Recycled salió a completar bingo y desmayar a alguno.
Un concierto a la altura de una carrera como la suya, eso fue el Wizink Center de Juancho Marqués. Un regalo para sí mismo, en su ciudad y con su gente, tanto la de arriba como la de debajo del escenario. Solo quedaba una canción, y ahora las lágrimas que antes contuvo sí que se le escaparon. Todas las emociones acumuladas en un espectáculo que comenzaba a las nueve y que ya iba por las once y cuarto salían a flote, con las dedicatorias como detonador. Especialmente las dirigidas a su madre, quien la maldición del alzheimer no la dejó disfrutar del momento. Con Nos vamos a comer el mundo cerraba su gran noche, una en honor a sí mismo y a su vida.