En un momento en el que las ficciones españolas apuestan cada vez más por relatos diversos y atrevidos, Mariliendre llega como una propuesta singular que combina música, memoria y reivindicación generacional. La serie, estrenada en Atresplayer, recorre la vida de Meri Román y su círculo más cercano, entre fiestas en Pacha, amistades que marcan para siempre y un presente cargado de nostalgia y humor. Entre esos personajes encontramos a Nino, interpretado por Jorge Silvestre, actor valenciano de treinta años que ha ido construyendo una carrera sólida entre cine, teatro y televisión.
Silvestre, a quien hemos visto en proyectos como Alba, Luimelia o Mientras dure la guerra, se enfrenta aquí a un papel lleno de contradicciones y matices, un hombre atrapado entre el recuerdo de su juventud desenfrenada y la búsqueda de nuevas formas de entenderse a sí mismo. Con la energía de alguien que se reconoce en constante aprendizaje, el actor aporta a Nino frescura, humor y vulnerabilidad, convirtiéndolo en una de las piezas clave del universo de Mariliendre.
Conversamos con él sobre este reto, sobre su forma de entender la profesión, sus dudas y certezas, y sobre como la ficción puede ser también una herramienta transformadora para quienes la hacen y quienes la ven.
¿Qué sentiste la primera vez que leíste el guion de Mariliendre? ¿Hubo algo en la historia o en tu personaje que te atrapó de inmediato?
Lo primero que recuerdo es pensar, ¿cómo van a hacer todo esto? Me estimuló mucho y me colocó en un lugar de disponibilidad total. Y con Nino, muy pronto sentí una conexión energética que me hacía sentir muy seguro a la hora de proponer o de incorporar cosas al personaje.
¿Cómo definirías a Nino en pocas palabras? ¿Qué capas o contradicciones te interesaba explorar en él?
Lo veo contradictorio, precisamente. En la época actual lo trabajamos desde ese punto de inflexión en el que sientes que el molde que has elegido toda tu vida quizás no es el que más feliz te hace. Me parecía muy fértil ese recorrido: desde el pasado, donde es el rey de la jungla en un entorno como Pacha, hasta la actualidad, en la que habla de libros de autoayuda mientras come hamburguesas. Hay una línea muy lógica y, al mismo tiempo, muy divertida interpretativamente.
La serie combina música, nostalgia y referencias queer muy marcadas. ¿Cómo ha sido trabajar dentro de ese universo tan específico? ¿Te sentiste identificado con alguno de sus códigos?
Fue muy fácil dejarse llevar por todos esos códigos a la vez. Desde pequeño una de mis películas de cabecera es Moulin Rouge, y había algo en ese derroche energético, en la predisposición y en el juego que veía en ella, que tuve muy presente durante el rodaje.
La serie navega entre la comedia y la melancolía generacional. ¿Qué tono te interesó más trabajar?
Yo trato de enfocar el trabajo desde la flexibilidad, así que navegar de un código a otro suponía un ejercicio de equilibrio. Para mí no estaban separados, se retroalimentaban.
“Es difícil convivir con la incertidumbre, pero trabajar como actor me ha hecho mejor persona.”
¿Hubo alguna escena especialmente difícil o reveladora?
Sentí una emoción muy intensa en la secuencia de Pacha, cuando un equipo tan grande se compenetró de una manera tan unidireccional. Fue una energía colectiva muy potente y difícil de olvidar.
En la historia, los vínculos del pasado juegan un papel esencial. ¿Crees que las relaciones que forjamos nos definen? ¿Tienes alguna mariliendre en tu vida?
Por supuesto. Cada experiencia configura una manera de entender el mundo, que en mi caso siempre ha sido muy ecléctica. Con perspectiva, ahora entiendo mis propias decisiones del pasado y empiezo a vislumbrar cierta lógica que solo llega con distancia. Ahora es cuando más conectado me siento con esas experiencias, tanto buenas como malas. Y sí, he conocido muchas mariliendres a lo largo de mi vida.
Has participado en proyectos muy distintos como Alba, Luimelia o Mientras dure la guerra. ¿Qué diferencias notaste respecto a Mariliendre?
La primera diferencia es el despliegue de talentos que aúna Mariliendre, tanto artísticos como técnicos y de producción. Desde Suma consiguieron un equipo cohesionado y coherente, muy comprometido con la atmósfera, el tono y el mensaje de la serie.
Has trabajado en teatro, cine y televisión. ¿En qué medio te sientes más libre o más desafiado?
El teatro aún es un espacio que siento poco trabajado. Aunque me formé en una escuela, mi experiencia sobre las tablas es corta. Me encanta como espectador y, si volviera a empezar un viaje teatral, lo haría muy feliz. Con el cine he tenido experiencias muy gratificantes; desde la preproducción hasta el estreno hay un recorrido que te involucra de manera especial y lo hace muy romántico. Las series, en cambio, tienen esa condición cambiante: puedes mantener vivo un personaje de manera periódica, con equipos grandes y estructuras distintas. También la relación con el espectador es diferente: más sostenida en el tiempo.
¿Hay algún personaje o tipo de papel que sueñes con interpretar?
No tengo una predilección concreta ahora mismo, pero sí me siento preparado y con ganas de asumir la responsabilidad de un protagonista absoluto. No siempre fue así. He convivido con muchos complejos y altas expectativas, y todo ese ruido condicionaba mis deseos.
¿Cuál ha sido el mayor aprendizaje y el mayor sacrificio de tu profesión?
Ambas cosas se retroalimentan. Creo que todas las profesiones que ejercemos por pasión y que nos dan sentido tienen ese carácter que condiciona mucho a la persona. Es difícil convivir con la incertidumbre, pero trabajar como actor me ha hecho mejor persona. Me mantiene en contacto con la gente, con los equipos y con retos constantes; esas tres cosas son de las que más felicidad me aportan.
"Un mundo intolerante es peor para todos, incluso para quienes hacen de la intransigencia su verdad.”
Recibiste el premio Un Futuro de Cine en Cinema Jove. ¿Qué significó para ti?
Fue completamente inesperado. Siempre he estado muy vinculado al festival, lo admiraba y lo disfrutaba mucho. Ese año no había tenido grandes estrenos y, sin embargo, Carlos Madrid confió plenamente en mí. Ese gesto generó un espacio emocional al que recurro muchas veces, que me llena de energía y me emociona profundamente.
¿Cómo gestionas la exposición pública y tu imagen como actor?
Creo que todos estamos aprendiendo a encontrar un lugar sano desde el que hacerlo. Yo no me formé pensando en mantener un vínculo tan directo con la profesión o con el público, así que aún busco la fórmula que me haga sentir cómodo. Trato de estar conectado con lo que me hace bien, y eso pasa por limitar mi exposición en redes sociales, también para vivir en la vida real y tener control sobre cómo quiero ser percibido.
Si no fueras actor, ¿a qué te dedicarías?
Cada vez tengo más pasiones. Disfruto mucho de la música, de escribir y, sobre todo, de tener experiencias nuevas. A veces es complicado, con todo lo que nos rodea, pero trato de mantener mi curiosidad alerta.
El mundo actoral está muy ligado a la inestabilidad. ¿Cómo vives los tiempos de pausa?
Me sirven de excusa para atender otros asuntos, ya sea la salud mental o mis relaciones personales. Hago balance y me nutro para lo que venga después. No siempre es fácil porque la economía te pone alarmas, pero en la medida que puedo intento posponerlas y centrarme en el presente.
¿Qué papel ha tenido la comunidad LGBTQ+ en tu vida personal o profesional?
Siento que aún me queda mucho por aprender, pero disfruto de ese proceso y me siento más comprometido que antes; a Mariliendre se lo debo en gran parte. Me ha hecho consciente de muchas realidades y de la cantidad de batallas que se libran cada día. Un mundo intolerante es peor para todos, incluso para quienes hacen de la intransigencia su verdad. Siento una inspiración y una admiración muy grandes por todo el colectivo.
¿Qué te gustaría que el público se lleve de Mariliendre y de tu personaje?
Que la disfrute, que la sienta propia y que se conciba como uno de esos pasos dados en favor de narrativas diferentes e influyentes.

