Desde sus primeros pasos en el teatro en Sevilla hasta su llegada al cine, este joven actor ha ido construyendo su recorrido de forma discreta pero firme. Hugo Welzel ha trabajado en proyectos como La chica invisible o El hijo zurdo, donde ya mostraba una inclinación por personajes con capas, contradicciones y mundos internos complejos. Ahora estrena Enemigos, un drama urbano en el que interpreta a El Rubio, un papel que le ha permitido explorar zonas más oscuras y físicas de la interpretación.
En esta conversación, habla con calma y claridad sobre lo que significa para él actuar, cómo afronta cada personaje y qué papel juega la intuición en su proceso creativo. También comparte su experiencia al otro lado de la cámara con Frágiles como rosas, un cortometraje que escribió, dirigió y protagonizó, y que nace de un impulso muy personal. Sin buscar titulares ni grandes declaraciones, su manera de contar revela a alguien que se toma en serio su oficio y que quiere seguir aprendiendo, probando y creciendo, paso a paso.
¿Cómo recuerdas tus primeros pasos en el mundo de la interpretación?
Cuando empecé me rodeaba de un entorno y unas amistades con ideales y mensajes con los que no me sentía identificado. Mi cuerpo necesitaba buscar otro lugar, y fue entonces cuando encontré el cine. Durante mucho tiempo el cine fue un refugio, un espacio donde me sentía seguro. Con el tiempo fui conociéndome más y un día sentí la necesidad de crear. Probé con la interpretación y me enamoré.
Te formaste en Sevilla, primero en Viento Sur y luego en otros espacios como el Laboratorio de Sebastián Haro o la escuela de Juan Codina. ¿Qué impacto ha tenido esa formación tan diversa en tu forma de afrontar los personajes?
Las escuelas me ofrecieron el punto de partida: descubrir que este trabajo consiste en jugar, como cuando éramos niños. Es un disfrute, una forma de investigar. Pero, sinceramente, mi manera de trabajar se ha forjado de forma muy autodidacta. He ido probando qué me estimula y qué no, qué necesito y qué no.
Eres parte de una generación de actores jóvenes que ha crecido en paralelo al auge de las plataformas de streaming. ¿Cómo viviste ese tránsito de los escenarios al set de rodaje?
Desde el principio, me preparé para poder hacer aquello que a mí me emocionaba. Quería ser capaz de formar parte de las películas que me sanaban. Y gracias a las escuelas, también descubrí mi amor por el teatro.
En series como La chica invisible o El hijo zurdo, has interpretado a personajes con un mundo interno complejo. ¿Qué buscas en un papel antes de decir que sí?
Busco que la historia esté contada desde una necesidad real, desde la verdad. Que surja de un impulso creativo genuino. Cuando eso ocurre, los personajes cobran vida y conectan conmigo emocionalmente.
Tu trayectoria ha sido muy rápida y constante. ¿Ha habido momentos de duda o miedo en el camino?
Claro que ha habido dudas sobre cómo avanzar, pero siempre han sido dudas sanas. Por suerte, nunca he tomado decisiones desde el miedo. Siempre he sentido que, si deseaba algo de verdad, iba a conseguirlo. Esa seguridad me ha acompañado.
En Enemigos interpretas a El Rubio, un personaje que vive al límite. ¿Qué fue lo primero que pensaste al leer el guion? ¿Con qué parte de él conectaste más y cuál te costó más comprender?
Una de las cosas más valiosas que me ha enseñado el cine es que ninguna emoción es mala. Todas tienen un origen y todas son válidas. Algunas te gustan más, otras menos, pero eso no las invalida. Me interesan los personajes complejos, los que invitan a investigar de dónde vienen sus acciones. Eso es lo que me mueve a interpretarlos.
¿Cómo fue el proceso de construcción de El Rubio? ¿Trabajaste con referentes? ¿Escuchaste música, hiciste trabajo de calle? ¿Qué tipo de inmersión te pidió un personaje con tanta intensidad?
Fue un proceso de aterrizar, de empatizar con él y darle una vida real. Gracias a Atipica y Prime Video, tuvimos tres o cuatro meses para ensayar y construir bien los personajes, darles una base sólida. Con tiempo y ganas de trabajar, se crean personajes como El Rubio. Usé todo lo que tenía a mano para entenderlo: música, referentes, observación. Lo importante era descubrir de dónde nacía cada una de sus acciones.
“Durante mucho tiempo el cine fue un refugio, un espacio donde me sentía seguro. Con el tiempo fui conociéndome más y un día sentí la necesidad de crear. Probé con la interpretación y me enamoré.”
Rodar un drama urbano como Enemigos implica una gran exigencia física y emocional. ¿Hubo alguna escena que te confrontara con emociones propias que no esperabas?
Sinceramente, no. Disfruté mucho de todo lo que me trajo El Rubio. El rodaje estaba muy bien medido, y sentí que simplemente le dábamos espacio a los personajes para que vivieran.
Tu tándem con Christian Checa ha sido uno de los puntos más destacados de la película. ¿Qué te llevas de trabajar tan cerca con él? ¿Cómo fue construir esa relación de rivalidad y hermandad a la vez?
Trabajar con Christian fue muy fácil. Supimos respetar lo que necesitábamos cada uno. Fue cuestión de dar vida a los personajes que habíamos preparado con tanto trabajo, respetando siempre las formas de trabajar del otro.
La película ha sido muy bien recibida en Málaga y ahora llega a salas. ¿Cómo estás viviendo este momento en el que tu nombre empieza a sonar con más fuerza?
Me hace muchísima ilusión. Tengo ganas de seguir haciéndome un hueco en el mundo audiovisual, seguir creando personajes e historias, y crecer y aprender de todos y de todo.
Más allá de la interpretación, también has escrito y dirigido Frágiles como rosas, un proyecto muy íntimo. ¿Cómo llegaste a querer contar tu propia historia y asumir tantas responsabilidades creativas en un solo trabajo?
Venía de un proceso creativo muy desagradable y necesitaba reencontrarme. Tenía tres meses entre un proyecto y otro y, gracias a mi amigo Javier Espárrago, que me animó a lanzarme, lo hice. El corto lo protagonizamos Laura Gómez, Pedro Romero y yo. Laura es mi pareja y tenía muchas ganas de trabajar con ella. Frágiles como rosas fue una gran oportunidad.
¿Qué te da la dirección que no te da la interpretación, y viceversa? ¿Son caminos paralelos o te imaginas decantándote por uno?
Siento que la dirección es más rica creativamente, te da más espacio y control. Las decisiones nacen desde una necesidad interna. La interpretación, en cambio, es muy intensa emocionalmente, y eso también me apasiona. Ambas tienen sus luces y sombras, pero me gustaría poder compaginarlas.
Hasta ahora has trabajado en proyectos muy potentes, pero si pudieras guardar un solo recuerdo en una cajita, algo que represente todo lo que amas de esta profesión, ¿qué sería?
El momento en que el trabajo llega al público y a mi familia. Cuando el proyecto deja de ser solo nuestro y se convierte en algo compartido.
¿Qué te gustaría explorar en tus próximos pasos? ¿Hay algún director, género o tipo de personaje con el que sueñes desde hace tiempo?
Admiro a muchos profesionales: Sorogoyen, Almodóvar, Los Javis, Bayona. Su cine me ha dado un hogar en momentos en los que lo necesitaba. También actores como Bardem, a quienes admiro profundamente. Poder trabajar con ellos sería un privilegio.
Si alguien saliera del cine tras ver Enemigos y se quedara pensando en El Rubio, en ti, en lo que la película cuenta, ¿qué te gustaría que sintiera o reflexionara?
No me gustaría que sintiera algo concreto. Prefiero que viva el viaje que la película le ofrezca. Cada persona conectará con algo distinto y, con que le remueva algo, positivo o negativo, para mí ya es suficiente.
