Desconocemos si Hoke tiene en la nuca un puntero láser, pero a sus espaldas carga una expectación casi sobrenatural. Quizás sea su carácter misterioso o sus álbumes maratonianos, pero el rapero valenciano ya se ha ganado un puesto en el Olimpo del rap español. El penúltimo bolo de la gira de Tres creus ha transcurrido en Madrid, donde hacía dos años colgaba el cuádruple sold out en La Paqui. Tras esto solo le espera la plaza de toros de Valencia, que hace varios días lleva adornada con lonas anunciando el concierto. El público es consciente de lo que significa un Vistalegre, y la gran pregunta era si Hoke sería capaz de elevar el nivel en su puesta en escena. ¿Estaría el concierto a la altura del disco?
Tres cruces posicionadas a lo largo del escenario y el DJ (en este caso A.Dense, la mano derecha de Hoke) entre bambalinas. Eso era el escenario, al menos con el que entraría el valenciano. El Vistalegre se veía más grande que nunca. Llevábamos toda la tarde viendo a gente tarareando clásicos de su catálogo como Olympique o Five O alrededor del recinto. El listón estaba alto, y los fans no podían esperar a escuchar el disco que más habían quemado estos últimos meses. Cuando se apagaron las luces y sonaron los primeros acordes de Dálmatas, no había persona en el palacio que no conociese la letra. Una mirilla de francotirador aparece en los visuales, y de entre aquellas cruces apareció el prodigio valenciano. Todo de negro, entre humo, con la mirada cabizbaja y cantando suavemente. Estaba claro que Hoke nunca perdería esa esencia que tanto nos encandiló la primera vez que le vimos.
Desde ahí, hubieron quince minutos sin descanso, plagados de feats y una ojeada a su primer disco, BBO. No nos sorprendió que en cuanto Hoke entonaba la primera frase de canciones como Ojo de halcón, el Vistalegre enloqueciese. Natos y Waor, Juicy Bae, Ill Pekeño y Ergo Pro, Toteking, Ébano y Elio Toffana. La alineación de feats podría ganar un mundial del rap perfectamente. Se notó la ausencia de Quevedo, Cruz Cafuné y Morad, grandes colaboraciones con las que llevábamos fantaseando desde la salida del disco. Cuando nos quisimos dar cuenta, no habíamos parado de gritar desde que se apagaron las luces. Y cuando acababan las canciones, nos mirábamos entre nosotros y con la mirada nos decíamos: esto es historia. No era el hype, no nos engañábamos a nosotros mismos; Hoke ha dado forma a la nueva ola de rap en España. 
Aunque hubieron momentos menos dinámicos, como un silencio de casi diez minutos a la mitad del bolo, fueron instantes fugaces. En cuanto Hoke desaparecía entre las sombras y volvía con uno de sus himnos, la gente volvía a sumergirse en la atmósfera, ya fuese con feats o dando caladas a un porro (marca de la casa). Clásicos modernos como Triple Six o M.A.N. hicieron que el Vistalegre rugiese.
Uno de los momentos más destacables fue el cambio de escenario para la que es probablemente su canción más íntima: Moondial. Una luz alumbraba una cabina de teléfono que parecía recién arrancada de una calle de Madrid. Fue la mayor sorpresa de la noche, y nos hacemos la pregunta de qué habría pasado si todo el concierto hubiese tenido la misma intimidad y calidad interpretativa que esos tres minutos. Retiraron la cabina y volvimos a la ristra de clásicos que nos tuvo cantando hasta dejarnos saciados.
Hubo pogos, lágrimas y aplausos, ¿qué más se puede pedir? La noche cerró con el valenciano entonando Tres creus, la última canción de su último disco. En este momento, quien no estuviera emocionado, es que no había entendido nada. Nosotros nos limitamos a decir que hubo que sacar kleenex. Con ese “nos vemos en las zonas comunes” cerró una noche que se quedará para la historia del rap de esta década. Un rapero que comenzó haciendo boom-bap acababa de llenar el Palacio Vistalegre. Orgullo es poco.
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