En los cimientos biográficos de la obra de Grip Face se encuentra un diálogo atemporal y reiterante entre lo digital y el mundo real, si es que esto último sigue significando una sola cosa. A través de pintura, escultura, instalación y dibujo, el universo de David Oliver (Palma de Mallorca, 1989) es una consecuencia de su hipersensibilidad y del hallazgo de un plano en el que colocar, con un orden minucioso, capas de representación que invitan al espectador a descubrir un mundo “ciertamente oscuro”, según sus propias palabras. Hasta el 23 de marzo puedes ver su exposición Utopía del lodo y Sashimi de bruma en la Fundació Miró Mallorca.
Entrevista extraída de ACERO vol. 11, publicada en julio de 2025. Hazte con tu copia aquí.
En su liquidez se encuentra también ese tipo de tono pastel desaturado que afecta a la vista, el que nos rodea tras décadas de arquitectura hi-tech popular y que define lo escenográfico de nuestra historia más reciente. La cromoterapia como enfoque, texturas y capas como elementos reflectantes. Una conversación con el artista nos muestra fácilmente su conexión con las emociones difíciles y, paralelamente, un imaginario con inagotables posibilidades, y concesiones a fetiches artísticos como el cabello, o los caballos, en una especie de suerte casi consonante que uno quiere pensar como no casual por la magia de su lógica narrativa.
Sobrevive al impacto de la velocidad informativa de nuestros tiempos y lo hace con una carrera impecable repleta de trabajos mostrados por todo el mundo, un nuevo libro en camino con Stolen Books, más de una década de exposiciones y ferias, un alter ego como curador —Choco Rojas— y un sueño iniciado en la cultura japonesa, lo urbano y el punk.
De forma generacional lo digital es imprescindible para entender el cómo y el qué. El trabajo de David Oliver se acerca a una cuestión tremendamente llamativa; los refugios más allá de lo físico, y su contenido. Los lugares creados con código donde se articulan emociones que nacen de este otro mundo palpable y fracasado.
Porque fue y es en Internet donde Grip Face bebe y dibuja, y es la tangente sobre la cual plantea si estamos preparados para, probablemente, el reto existencialista más importante de nuestro momento: preservar la intimidad y proteger la sensibilidad.

¿Cómo descubres por primera vez tu camino en la expresión artística?
Quizá una pequeña parte tuvo que ver con la cultura urbana, pero realmente nunca me sentí parte de ningún grupo, más bien una rara avis, pero sí que fue el inicio de conectarme con el arte; estuve viajando más de diez años por ciudades realizando proyectos de arte público. Y también soy una persona introvertida, otra de mis conexiones con el arte fue por temas sociales, familiares o incluso de ansiedad. Fue como mi refugio, por eso también trato de temas ciertamente oscuros, pero desde otro punto de vista; el arte se convirtió en mi herramienta vital, donde me agarré en medio de un tsunami.
Se percibe una conexión muy potente con lo emocional en tu obra. Tu estilo en el dibujo es muy, muy particular, y me pregunto si ese interés surgió cuando eras pequeño como algo casi catártico.
En realidad el dibujo es la escuela de todo. Yo siempre digo que soy un dibujante que ha aprendido a expresarse a través de otros medios. Pero el dibujo es la base de todo, de pequeño quería ser dibujante de cómics. Muchos de mis proyectos vienen de mis diarios. Yo soy bastante obsesivo entonces tengo diarios desde los catorce años, cuando no dejé de dibujar ningún día en mis diarios visuales. El segundo libro que publiqué habla de eso —Diario visual vol 1. Colección Solo & Cerquone gallery—, de mis diarios de viajes, pero todo viene de ahí. Es más visceral, más crudo, a veces con menos cuentas más cosas. Es un ejercicio que hago todos los días.
Desde luego, tiene una parte muy relacionada con la meditación. Poner el foco y la atención en algo concreto. ¿Ha habido alguna influencia importante en tu vida, en este sentido, que haya sido clave para tu desarrollo como artista?
Pienso que mi trabajo es muy ecléctico, y me pasa lo mismo con las influencias. Desde que descubrí el mundo de Internet, me pasé la infancia en los blogs, creo que esto es algo muy generacional. Así que siendo muy joven pude conocer gente de todos los sitios del mundo. Tenía más conexión con gente de Japón que de mi propio entorno, gracias a ese mundo digital. Mi generación es la primera que hizo el puente al mundo digital en ese aspecto. Me inspira tanto gente del mundo de la música, como el mundo del cine o el diseño, no solo únicamente artistas del panorama del arte contemporáneo. En mi adolescencia me encantaban Raymond Pettibon, por las portadas de discos punk, que es el mundo del que vengo, la cultura hardcore-punk, o Margaret Kilgallen, la artista americana de los 90.
Es muy interesante lo de Internet, hay una serie de artistas para los que el mundo de Internet no está integrado solo como una herramienta, sino casi como una fuente de inspiración, un espacio que ya se ha habitado durante mucho tiempo. Y en tu obra existe un constante viaje entre lo digital y el mundo físico.
Me gusta que lo digas, porque siempre lo he estado trabajando mucho. Hablo mucho de esta cuestión que es de mi generación —yo soy del 89— y de esa etapa en la que pasé los últimos años de lo analógico a lo digital, la preadolescencia casi. Entonces me resulta muy interesante ese puente entre ambos, ese limbo entre medias. Y también, por ejemplo, la pintura está muy presente en este sentido: a mí no me sale pintar como un artista del Siglo XV, me interesa mucho mostrar en la obra ese punto digital de utilizar tantas horas el ordenador como el pincel, como una extensión importante.
A nivel más técnico me llama la atención de tu obra por un lado el color —hay tonos muy amables combinados con otros vivos y diferentes significados—, y por otro, se percibe un trabajo en el que siempre hay capas de significado, gracias también a las texturas. ¿Cómo ha sido, en este sentido, desarrollar tu carrera artística?
El tema del color es algo que viene de la época cuando intervenía en la ciudad, en la que usaba una pantonera e identificaba los tonos de los edificios. En la ciudad encontramos muchos colores pastel por el contraste, por la atmósfera del lugar, para que no sea muy invasivo, pero sí que es verdad que los primeros años utilizaba colores muy contrastados, y he ido desaturando con los años porque me interesaba mucho que mis pinturas fueran muy oníricas, que tuviera una entrada muy suave, el contenido es siempre bastante oscuro, bastante visceral, pero quiero que de primeras te invite a entrar. Me gusta que haya que darle un par de miradas para poder entender mejor. Incluso cuando ves mi pintura por internet no se entiende porque cuando la ves en físico ves muchas capas, ves más texturas y elementos que se pueden perder un poco en las fotografías.

Se puede apreciar cómo en nuestro país se ha usado mucho, precisamente, esos tonos pastel para el desarrollismo de edificios. No sé si la arquitectura te ha impactado o influenciado en tu trabajo
Absolutamente. Cuando te hablaba sobre las influencias me refería por ejemplo a esto, a cómo me han influenciado en muchas ocasiones más arquitectos que propios artistas. Por ejemplo, me encanta Lisboa, Portugal. He pasado mucho tiempo de mi vida allí. A veces encontrar esos pantones de ciudad, digamos, esos colores pasteles en los edificios azules, rosas, verdes… me generaba la necesidad de intervenir en la ciudad de forma que se adaptara un poco al medio, que no fuera tan invasivo. Entonces, al empezar a usar esos tonos lo llevé hacia mi obra de estudio y trabajé mucho sobre este tema de cómo ese tipo de tono pastel desaturado afecta a la vista. De qué manera entra. Me interesa muchísimo, y la arquitectura sin duda es una de las de las ramas que más me interesan por cómo juego en el espacio. La parte de construcción, instalativa, es muy importante en mi trabajo. Cuando yo planteo una exposición siempre es un todo. Es un tema escenográfico. Por eso nunca digo que soy pintor, porque aunque pinte desde que soy pequeño es la multidisciplinaridad lo que me interesa para expresarme.
¿Cómo ha sido la experiencia de presentar tu solo show Too Much Noise to Dream Among Clouds (2025) en Tokio (Parco ART)? Me parece un título muy evocador para hablar del ruido mental.
Desde pequeño he estado muy expuesto a la cultura japonesa, yo veía anime japonés al salir del colegio, Dragon Ball, Ranma… más que cualquier otra cosa. E inevitablemente tu mente se empieza a desarrollar y comienzas a dibujar en relación con eso. Para el proyecto me enfoqué en la parte zen de su cultura, su relación con el trabajo, son muy metódicos. Hablaba un poco de tener el tiempo para dejar que los ruidos no te influyan tanto y poder hacer un proyecto, porque en los últimos años sí que es verdad que he sentido que hay que ir trabajando a salto de mata. Y así no se puede trabajar bien, a nivel artístico te bloquea de formas muy angustiosas.
En los últimos años hemos podido ver cómo esa multidisciplinaridad es cada vez más inherente a los artistas contemporáneos. Como si el género artístico hubiese difuminado las obras, los proyectos se conciben desde un zoom más abierto.
Yo jamás me he identificado con ninguna etiqueta de las que me han podido adjudicar, y lo vinculo mucho también a los músicos de ahora. La gente que hace música vive un momento que para muchos es muy difícil entender si se busca un estilo propio, porque está todo muy líquido. Por eso siempre digo que yo hago un tipo de obra líquida, en la que todo se expande y se mezcla, es como un pantano que recoge como muchos afluentes. Me siento más vinculado con los músicos, en ese aspecto, que quizás con los artistas visuales. Recuerdo que mi primera instalación a nivel dispositivo fue en CCA Andratx en 2015, y fue a partir de ese momento cuando empecé a hacer exposiciones más expansivas donde la intervención mural y la parte instalativa eran tan importantes como el resto; todo generaba una atmósfera. Yo quería ser dibujante cómics, ahí hay narrativa, y muchas páginas, así que era como una especie de cómic deconstruido donde cada viñeta era una parte, una pieza, una lectura. Lo inmersivo me interesa mucho, lo atmosférico, poder entrar en la sala y encontrar un mundo diferente y que puedas entender que hay un dibujo, pero también hay una escultura, o una cosa que no sabes muy bien qué es pero que tiene la misma importancia. Todo tiene la misma importancia, es como si construyes una caja de madera cuando se pierde la puesta de escena.
¿Cómo impacta ese ritmo productivista en la vida de un artista? Sobre todo porque aquí al final hay un factor superimportante que es la inspiración, que no se puede forzar.
Me pasa sobre todo con la velocidad. Con el tiempo me he dado cuenta de que ni puedo ni quiero ir rápido con los procesos porque entonces no estoy contando lo que quiero. Tengo momentos de bloqueo mental y de ansiedad, y es toda esa velocidad que vivimos la que me afecta. Es algo que también trato en mi obra. Salgo del estudio, voy al mar, me refugio en la música, siempre encuentro formas de parar.
Ahora que mencionas la ansiedad, está también presente como una de esas capas de las que hablábamos en tu trabajo. Hay algo bastante terapéutico en él, una especie de invitación a la calma. Hay still life compositivo con un orden muy concreto de significados.
Creo que la puerta de entrada a que yo me dedique al arte es ésta. Recuerdo mi primera exposición con dieciocho años, la hice en mi casa sin poder salir porque tenía ataques de ansiedad muy fuertes, y empecé a dibujar sobre esto. Recuerdo que un amigo artista me dijo: “Vemos tu obra y parece que te lo pasas bien haciéndola”. Todo lo contrario, soy muy sufrido de las obras. Por eso esta contradicción de utilizar estos colores, que a mí me dan esa paz y me llevan a un terreno de tranquilidad y meditación. Soy muy obsesivo con el orden. Las composiciones siempre tienen que ser muy equilibradas. A veces es difícil de explicar, pero unos pequeños detalles me arruinan una pieza. Para mí siempre se trata de un boceto mental que gracias a varias herramientas consigo materializar.

Una de las obras más recientes e interesantes que has realizado es la instalación Network Mirror (2023). El texto curatorial dice que “es una meditación crítica sobre el lado emocional de lo digital”. ¿Cómo navegas esa tensión entre la hiperconectividad y la sobrexposición de información?
Es que mi cultura es la cultura de Internet. Pero desde antes de la llegada de las redes sociales. Los blogs, Tumblr… Por eso he podido tener la ventaja de poder trabajar en otros países. Ahora es distinto, te notas más expuesto que antes. Y Network Mirror es una pieza que habla sobre cómo mirando en el espejo estás viendo caer la bomba desde arriba; ese reflejo con el espejo lo necesitas, pero a la vez te está generando heridas. Esa bomba representa precisamente el mundo digital. Te planteas también si tiene sentido seguir generando imágenes en un mundo extremadamente saturado.
En esta última edición de ARCO hemos podido ver una escultura De máscara a placebo insomne (2024). Me ha llamado mucho la atención que en tu statement de artista explicas que desde tu infancia has tenido una obsesión con el cabello y con los caballos.
Lo del cabello viene de pasarme horas en la barbería, recuerdo ver cabello cayéndose en el suelo, y en las formas que hacía empecé a ver caras y rostros de diferentes colores. Lo primero que empecé a dibujar de forma vital eran pelos, como en línea, al estilo del cómic. Y por otro lado, el animal que desde pequeño siempre me ha dejado paralizado es el caballo, por la fuerza que tiene, la velocidad, la libertad… pero que también es un animal maniatado y controlado por el hombre. Me he sentido siempre muy identificado. Aunque mi trabajo evolucione y se deconstruya, aparecen ahí estos elementos, son vitales.
Otra de las cosas más curiosas que he leído en tu biografía es la siguiente: “David Oliver, sin embargo, conoce lo sustancial y lo sagrado: preservar la intimidad y proteger la sensibilidad”. Me parece muy interesante la dualidad entre la protección y la despreocupación por mostrar vulnerabilidad.
En este aspecto a la sociedad le sigue pareciendo muy raro un chico heterosexual y sensible. He sufrido en mi infancia, y en el arte he encontrado ayuda. Todos los elementos de mi trabajo son de protección, de disfraz o armadura; el concepto de esconder mi rostro ante un mundo hostil tiene un aire político y una filosofía detrás, no es baladí.
¿Cómo vive un artista contemporáneo de treinta y cinco años en 2025 en España? En tu caso hay mucho trabajo internacional, pero a nivel de sostenibilidad, ¿cómo se desarrolla esta profesión en este sistema cada vez más difícil?
Pues es difícil sí, porque si no viviera de las ventas internacionales y de proyectos de fuera sería muy difícil poder vivir del trabajo en España. A veces parece que las cosas han mejorado pero es muy difícil. En ocasiones parece que la cultura simplemente no interesa… y cuesta muchísimo llegar a final de mes o poder pagarte tu estudio mínimamente, o tu vivienda. Yo vivo en Madrid y, claro, aunque sea de las ciudades más baratas de Europa, aquí los sueldos no tienen nada que ver. Tengo muchos amigos artistas que lo están teniendo muy, muy complicado. No hay facilidades, es muy complicado vivir del arte sin trabas, sobre todo en España. Aquí los sueldos no tienen nada que ver con lo que hay fuera, yo he vivido en Holanda y en Viena, y allí es más fácil para el artista, hay más flexibilidad, hay muchas ayudas, unos mínimos para que la cultura pueda sobrevivir con mayor facilidad, y no sea solo para unos pocos. Y ya si hablamos de alguien que se dedique al cine, por ejemplo, entonces ni te cuento.
Finalmente, ¿qué podremos ver en tu próximo solo show, Utopía del lodo y sashimi de Bruma que llega a la Fundación Miró de Mallorca en septiembre?
Se trata de una pieza antibélica que habla mucho del momento de guerras en el que nos situamos actualmente. Estoy muy contento de que sea con esta gran fundación y en mi tierra. El concepto ‘sashimi’ lo utilizo mucho, al ser un corte crudo de carne japonés para mí es una representación muy visceral y poética. Yo siempre he sido idealista y he pensado que hay que cambiar el mundo, generar otra sociedad nueva, y estamos viendo cómo esa utopía se ha caído a pedazos. Entonces volvemos al lodo, volvemos a las guerras y volvemos a tragar barro. Es una instalación de doce esculturas colgadas en columpios, pero a la vez son las doce estrellas de Europa colocadas desde ocho metros de altura. Habla sobre cómo en Europa se supone que somos antibélicos, pero existe una gran hipocresía con todo lo que está pasando, se está haciendo un gran lavado de cara.





