Quizá no conociste a Ana Isabel García Llorente, pero como dice la editora Mónica Adán, por suerte, sí que conocimos a Gata Cattana. Ana Isabel García Llorente (Córdoba, 1991) es una autora con una obra demasiado breve y a la vez inabarcable. Demasiado porque su vida se paró en seco un día de repente en 2017, cuando ella solo tenía veinticinco años, y nos arrebató a una autora rabiosamente joven con demasiadas cosas que decir.
Poesía completa es, junto a sus canciones, un legado de cientos de páginas que revisitar una y otra vez para que Ana Isabel García Llorente siga siempre cerca de nosotros. Leía en un comentario de un blog sobre sus versos: “Dicen que murió, está viva en sus textos”. Como ella misma dice en uno de sus poemas, “se puede estar, aunque no se esté”.
Este volumen es una antología con todos sus poemas y relatos; los poemarios ya publicados No vine a ser carne (2016) y La escala de Mohs (2017), y dos perlas inéditas junto con algunos poemas manuscritos que nos confiesan algo de la poeta, de la Ana adolescente, de la Ana que soñaba y pensaba y luchaba. De la mujer activista a quien no le tiembla el pulso. Hay algo en esos versos manuscritos que me hacen pensar en la artesanía de la poesía, con sus tachones y sus renglones torcidos. 
“La vida es tensar una cuerda hasta que al final se rompe”, escribió ella en un folio en blanco que ahora tengo entre mis manos. Y al leer estas líneas es difícil no sentir en la boca el sabor amargo de la injusticia. Por esa cuerda tensa que acabó rompiéndose. Otra vez, demasiado pronto. Demasiado para una poeta.
Y no es casualidad que aquí salte la palabra “injusticia”, tan recurrente en sus canciones y también en estos poemas. A veces implícita, como ese relato que habla del reencuentro con un antiguo compañero de la escuela. Un muchacho hijo de jornaleros que sufría bullying; “se notaba que papá llegaba tarde y en aquellas condiciones, y que mamá bastante tenía con lo suyo. Llegaba a clase siempre tarde y desaliñado, vestido con las ropas heredadas de su hermano que alguna vez fueron heredadas de su primo y así sucesivamente hasta los años de la posguerra”. El reencuentro desencadena la culpa de la poeta por el silencio cómplice de ver a sus compañeros maltratar a este chaval y no hacer nada. “Callé cobardemente, como el que se olvida; callé tan fuerte que aquel silencio punzante, el pasado viernes a las 22.00 se hizo como un grito esclarecedor que, paradójicamente, me vino a enturbiar la conciencia”.
Uno de los poemas inéditos que recoge Poesía completa es Una mujer, que apareció cobijado como las buenas historias, esas que pasan inadvertidas hasta que un día alguien las encuentra por casualidad. En una libretilla, en una estantería, hace pocos meses, la madre de Ana, o Gata Cattana, se encontró con unos versos que decían así: “Ella es así. De esas. (…) Es como la sensibilidad / espontánea de la poesía / como ese papel en blanco / que calla / pero te conoce y te guarda”.
Ana era así, sensible. Supongo. Yo tampoco la conocí. He escuchado sus canciones una y otra vez, he visto su película, leído sus poemas y solo puedo alegrarme de haber conocido a Gata Cattana. Cuando me ahoga la nostalgia me dejó caer por sus temas en YouTube y leo los comentarios de la gente. 
Un sentimiento compartido: llegamos demasiado tarde. Ahora solo nos queda imaginárnosla, leerla y hacer que no se olvide.
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