Eneko Sagardoy es uno de los rostros más singulares del cine español de la última década. Con una carrera marcada por papeles de gran intensidad emocional y una interesante presencia en pantalla, el actor vasco se ha consolidado como una de las voces más comprometidas de su generación. Tras ganar el Goya al Mejor Actor Revelación por Handia (2017), su trayectoria ha seguido un camino coherente y arriesgado, siempre en diálogo con la memoria, la identidad y las heridas colectivas que atraviesan nuestra historia reciente.
En Karmele, dirigida por Asier Altuna y basada en la novela La hora de despertarnos juntos, de Kirmen Uribe, Sagardoy encarna a Txomin Letamendi, trompetista y militante que, junto a su esposa Karmele Urresti, se ve obligado a exiliarse tras la Guerra Civil. La película recupera la historia real de una pareja que resistió desde el arte y la política, llevando la cultura vasca por Europa a través del grupo Eresoinka y enfrentándose a las contradicciones de un tiempo marcado por el dolor, la esperanza y la lucha por la dignidad.
Conversamos con Eneko sobre el reto de dar vida a un personaje histórico, la vigencia del exilio y la memoria, y su mirada íntima sobre el oficio de actor.
Karmele cuenta una historia profundamente ligada a la identidad y al compromiso político. ¿Qué fue lo que más te atrajo del proyecto cuando te lo propusieron?
Asier me presentó la película con un referente claro, Cold War de Pawel Pawlikowski. Eso ya me atrapó. Que la dirigiera Asier Altuna, que me había fascinado con Amama, y que supiera que iba a tratar el folclore vasco y nuestra memoria histórica con respeto y riesgo, fue decisivo. Su impulso claro de rodar una historia de amor y de dignidad me convenció por completo.
¿Cómo describirías a tu personaje y qué papel juega dentro del relato?
Txomin Letamendi es, y fue, un trompetista fascinante y un militante a favor de la libertad y la dignidad hasta sus últimos días. En la película se involucra en Eresoinka, un grupo artístico y político que recorría Europa para dar a conocer al pueblo vasco. Es un hombre testarudo, con ganas de resistir y de cambiar las cosas, mediante el arte y también la política, como informador del Lehendakari Aguirre. Y, al mismo tiempo, es un hombre profundamente enamorado de su mujer, Karmele. Alguien que no calcula las consecuencias de una lucha descarnada.
La película está basada en una historia real. ¿Tuviste contacto con materiales históricos o personas vinculadas a la figura de Karmele Urresti para preparar el papel?
Leímos mucho sobre la época, incluso reseñas de la gira que realizaron por toda Europa. Asier ya había hecho un trabajo de documentación muy extenso. También contamos con el libro original de Kirmen Uribe, La hora de despertarnos juntos. A mí me impresionaba profundamente pensar cómo se atrevieron a expandir la cultura vasca en aquellos años tan opresivos. Pero, sobre todo, me preguntaba cómo mantuvieron la esperanza.
¿Qué retos te planteó interpretar este personaje en cuanto a emoción, lenguaje o contexto histórico?
Saber que interpretas personas reales siempre trae consigo una gran responsabilidad, pero también te carga de emoción. Como actor, intento rescatar ideas y acontecimientos clave de la época: costumbres, pensamientos, estética. Aunque, poco a poco, lo que sobresale es la historia de amor entre dos personas, y en eso me enfoqué.
“Saber que interpretas personas reales siempre trae consigo una gran responsabilidad, pero también te carga de emoción.”
La cinta transcurre en diferentes países y momentos históricos. ¿Cómo influyó eso en tu forma de abordar el personaje y la narrativa?
Intentas diferenciar en tu mente las distintas etapas que vivieron: donde son padres por primera vez, cuando se casan, cuanto tardan en viajar hasta Caracas, como les cambia la vida y la cultura allí, etc. Todo eso lo tienes presente en la preparación. Luego, en rodaje, es como si lo recordaras y lo olvidaras al mismo tiempo.
¿Cómo ha sido trabajar con Asier Altuna y qué destacarías de su mirada como cineasta?
Es un director que se divierte haciendo lo que hace. Es alegre, y no es fácil serlo en un rodaje. Es muy sensible y apasionado, y está claro que vive lo que cuenta de una manera excepcional: lleva el arte, la danza, la música, muy dentro de sí.
Karmele habla también del exilio, de la lucha y del amor. ¿Hubo alguna escena que te conmoviera especialmente como actor o espectador?
La escena en la que Txomin se niega a tocar la trompeta fue delicada de trabajar por todo lo que significaba.
¿Qué conversación crees que puede abrir esta película en el momento actual, tanto en Euskadi como fuera?
Creo que estamos en un momento clave para recordar toda la emigración y el exilio que provocó una dictadura tan brutal como la que vivió España. Familias que quedaron destrozadas y amputadas… son heridas que traspasan generaciones. Es algo que sigue ocurriendo hoy, de una manera más sistematizada y brutal si cabe.
La sociedad española sigue necesitando reparación y dignidad por todos los cuerpos que siguen desaparecidos y por todas las violencias que se ampararon en un régimen criminal. El mismo Txomin Letamendi murió por torturas todavía no reconocidas oficialmente. Es la memoria histórica la que está en juego, una vez más.
¿Qué tipo de preparación física o mental realizaste antes y durante el rodaje?
La preparación más exigente fue la de aprender a tocar la trompeta. Digitar y estudiar las respiraciones se convirtió en algo obsesivo para mí. También estuve a dieta para adelgazar lo máximo posible, ya que la película transcurre en una época de miseria y negrura general. Eso, curiosamente, me costó menos.
¿Cómo ha sido la recepción del público en los primeros pases o festivales? ¿Algún comentario te ha tocado especialmente?
Me encontré con el hijo de Txomin, que también se llama Txomin. Me abrazó y me susurró “Txomin…” con los ojos llenos de lágrimas. Fue un momento que nunca olvidaré.
Tu carrera ha estado muy marcada por personajes con una gran carga emocional e histórica. ¿Qué buscas en los papeles que aceptas?
Que conecten de alguna manera conmigo. Con algo que quizá no sea lo que le ocurre al personaje en sí, pero que resuene en mí. Que contenga algo familiar, algo misterioso. A veces se dan esos dos rasgos a la vez.
¿Sientes que hay un hilo conductor entre los personajes que has interpretado hasta ahora?
Entiendo que mi cuerpo es el que los transita. Creo que todos pasan por mis memorias y mis experiencias propias. Trabajo el físico, la respiración, la forma, pero no me transformo químicamente cuando actúo: soy yo y otro a la vez.
¿Cuál ha sido, hasta ahora, el personaje que más te ha transformado personalmente?
Una obra de teatro titulada La clausura del amor. La estrenamos en euskera bajo la dirección del autor, Pascal Rambert. Sentí que algo cambió para siempre en como afronto el trabajo. Me liberé de algo y confié en lo que iba a pasar. Fue extraño e importante.
¿Cómo fue tu primer contacto con el mundo de la interpretación? ¿Recuerdas ese momento en el que dijiste: esto es lo mío?
No ha existido ese momento. Es algo que ha ido ocurriendo poco a poco, he tenido esa suerte. En un momento la formación y el trabajo me engulleron; hice una apuesta muy fuerte, pero no fue una revelación.
“La sociedad española sigue necesitando reparación y dignidad por todos los cuerpos que siguen desaparecidos y por todas las violencias que se ampararon en un régimen criminal.”
¿Cómo gestionas emocionalmente los rodajes más exigentes? ¿Tienes alguna rutina para desconectar después de un día intenso?
Intento estar al aire libre, pasear, tomar algo con los compañeros, etc. Una ducha caliente y dormir todas las horas que pueda. Ir al cine siempre me ayuda, aunque durante el rodaje no paro de pensar en qué hay en esa película que pueda aplicarse a la que estoy rodando.
¿Qué papel juega la cultura vasca en tu vida diaria, más allá de tu carrera como actor?
Es la cultura en la que he crecido, de la que más he bebido. Me fascina ver cómo va mutando, reinterpretándose. Mis primeros libros, mis primeros dibujos animados, teatros, etc. los disfruté en euskera. Eso cala.
En redes y entrevistas se te ve como alguien muy conectado con la literatura. ¿Qué estás leyendo últimamente y qué autor te acompaña siempre?
Ahora mismo estoy leyendo el diario de Iván Zulueta en Nueva York. ¡Es una barbaridad la de adjetivos tristes que contiene! Pero me hace mucha gracia. Y también Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enríquez: cuentos brillantes y muy divertidos.
Cuando no estás actuando, ¿cómo te gusta pasar el tiempo? ¿Tienes aficiones que te ayuden a recargar energías?
Tomando algo, yendo al cine. Últimamente le estoy cogiendo el gusto a andar en bici por la ciudad y, si ando un poco agobiado, alargo innecesariamente los recorridos. Bilbao está muy bonita.
¿Qué lugar, real o imaginario, consideras tu refugio personal?
Mi cuarto de infancia con el piano.
Si pudieras dirigir una película tú mismo, ¿qué historia te gustaría contar y con qué tono?
Buf, muchas. Hace poco vi por primera vez la precuela de la serie Twin Peaks, la película Fire Walk with Me. Me pareció enigmática. Algo así, pero llevado al tema de OnlyFans o de las relaciones de esclavos y amos sexuales. No sé, me dejó atrapado.
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