El próximo estreno de la serie basada en el caso de Amanda Knox (Amanda Knox: una historia retorcida) nos confirma, una vez más, que el auge del true crime continúa imparable. Esta producción original de Disney+, que se estrena el 20 de agosto con dos episodios iniciales y el resto emitidos semanalmente, está protagonizada por Grace Van Patten y cuenta con Amanda Knox como productora ejecutiva, junto a su pareja, Chris Robinsonbn y, sorprendentemente, también con Monica Lewinsky, en lo que algunos medios han llamado una “hermandad de mujeres objeto de escarnio público”.
La serie, creada por K.J. Steinberg (This Is Us), busca reconstruir el caso desde la perspectiva de Knox, mostrando cómo la presión mediática, el prejuicio institucional y los errores judiciales la condenaron por un crimen que no cometió. Todo apunta a que será uno de los lanzamientos más comentados del verano, pero más allá de su éxito previsto, en ACERO nos queremos preguntar por qué existe una relación tan estrecha entre el true crime y el éxito comercial.
Lo realmente llamativo del género es su capacidad adictiva. Cada vez que se estrena una nueva serie, rápidamente se cuela entre los títulos más vistos. Historias como la de Jeffrey Dahmer no tardan en encontrar a su público cuando se adaptan para plataformas como Netflix. Esto nos lleva a plantearnos: ¿por qué este tipo de relatos tiene tanto tirón? ¿Nos hemos vuelto insensibles ante la maldad? ¿Ver algo tan visceral nos hace sentir más seguros? ¿Ha vuelto el voyeurismo?
Uno de los ejemplos más claros es el de Mindhunter, probablemente con uno de los fandoms más entregados y hambrientos por una nueva temporada. Esta serie por entregas, creada por el consagrado David Fincher, aspiraba a ser un retrato en profundidad del crimen desde su raíz. Su cancelación supuso una gran decepción para su base de fans. Lo curioso es que, a pesar de considerarse uno de los true crime más sofisticados de la televisión reciente, no logró conquistar a la audiencia mayoritaria. Aun así, ese fandom sigue activo, migrando a nuevos estrenos como el mencionado caso de Amanda Knox.
La fascinación por el crimen no se limita a las plataformas de streaming. También se extiende a otros medios, como los podcasts. Basta con abrir aplicaciones especializadas como Podimo para encontrar una oferta amplísima de crímenes reales contados con detalle, frialdad y gran narrativa. Y ya que estamos, os recomiendo Mimicidios, ¿por qué no?
Podríamos hablar de infinidad de historias escalofriantes que han triunfado en la gran pantalla. Series como Adolescence, uno de los estrenos recientes que más ha entusiasmado a los fans del género, nos demuestran que el horror puede adoptar nuevas formas y que la maldad puede esconderse incluso en los rostros más inocentes. Es previsible que la serie sobre Amanda Knox nos sitúe en la piel de la víctima: una joven que pasó cuatro años en prisión por un crimen que no cometió. El enfoque de la serie, que incluye testimonios y reconstrucciones que desmontan el relato sensacionalista que se vendió entonces, promete ser un ajuste de cuentas con la cultura del escarnio público y el juicio mediático.
Otro de los aspectos más inquietantes es la creciente romantización de los asesinos, especialmente en redes sociales. Casos como el de Luigi Mangione, cuya detención desató una oleada de seguidores, lo ilustran con claridad. En cuestión de horas, ya se debatía en internet quién debería interpretarlo en una posible adaptación televisiva. Comentarios como “Netflix se está frotando las manos” o los inevitables "hear me out" acompañando su mugshot solo contribuyen a banalizar algunos de los crímenes más atroces.
En cualquier caso, el true crime no es una moda pasajera. Es un fenómeno que dice más sobre nosotros como espectadores que sobre los propios asesinos. Así como Truman Capote fue absorbido por la historia brutal y emocional que dio lugar a A sangre fría, nosotros también nos dejamos fascinar por relatos que muestran hasta dónde puede llegar el ser humano cuando cae en sus rincones más oscuros. 
Me gustaría imaginar un mundo sin crímenes, pero sospecho que seguiría necesitando entretenerme mirando al abismo, aunque sea desde la comodidad del sofá, con unas palomitas y viendo a Paul Mescal interpretando al asesino de turno.
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