Hay películas que no se conforman con contar una historia, sino que se adentran en las cavernas de lo humano. Subsuelo, la nueva película de Fernando Franco, es una de ellas. Oscura, inquietante y profundamente emocional, explora lo que se esconde bajo la superficie: los impulsos que reprimimos, las heridas que no cicatrizan, los vínculos que se deforman cuando la culpa y el deseo se mezclan. En ese territorio de sombras se mueve Diego Garisa, un actor que ha dado un salto mortal al introducirse en una historia impactante y no apta para todos los públicos. Su personaje no busca la redención ni ofrece consuelo; existe entre la angustia y la necesidad, entre la ternura y el daño.
Garisa se sumerge en esa profundidad con gran desenvoltura, atrapado en una red de mentiras y dobles caras, y se enfrenta al vértigo que provoca lo incómodo, a la desazón como motor creativo y a la necesidad de mirar hacia dentro, aunque lo que aparezca no siempre sea luminoso. En esta conversación, el actor reflexiona sobre su proceso artístico, su relación con el silencio y la duda, y el aprendizaje que le deja un proyecto tan visceral como Subsuelo: una película que no se mira sino que se siente desde dentro, desde aquellos rincones que preferimos olvidar que existen.
¿Dónde empieza tu historia? No me refiero a la biografía, sino al momento en que algo dentro de ti empezó a moverse hacia la interpretación.
Es curioso, lo mío con la interpretación fue, al principio, una historia de amor-odio. Me apunté en el instituto al grupo de teatro y tuve un par de malas experiencias de pánico escénico que dejaron en mí un pequeño trauma que no logré desbloquear hasta casi acabar bachillerato. En medio de la típica crisis vital que pasamos todos los que no sabemos muy bien a qué queremos dedicarnos ni qué carrera elegir, le di una nueva oportunidad a las artes escénicas y disfruté muchísimo. Tuve una especie de epifanía: sentí que ese era mi sitio.
¿Qué aprendiste de tus primeros años o de tu entorno que aún hoy influye en tu forma de mirar y de actuar?
De mis compañeros y de mis profesores de la Escuela Municipal de Teatro de Zaragoza, donde empecé a estudiar, aprendí la artesanía del oficio, la importancia del juego y del ensayo y error, el cuidado y el mimo por el detalle. Pero, sobre todo, aprendí a atesorar lo que uno trae de fábrica: tu intuición, tu verdad, tu yo más honesto, genuino y auténtico. Y a tomarlo siempre como base para empezar a construir los personajes.
¿Cuándo sentiste por primera vez que actuar no era solo un oficio, sino una manera de habitar el mundo?
Personalmente, en lo ‘espiritual’ no siento que habite el mundo de forma distinta por ser actor, aunque sí creo que, en lo práctico, nuestro oficio se aleja mucho de lo que entendemos por un trabajo ‘normal’. Y eso conlleva una serie de sacrificios: vivir lejos de los tuyos, verlos poco, no tener una rutina definida y tener que gestionar a veces el no tener tiempo libre y, otras, tener demasiado. También la gestión emocional que implica estar expuesto continuamente al rechazo, a la opinión externa, a la mirada de los demás.
¿Qué te atrae de los personajes que se mueven en la sombra, en la duda, en la contradicción?
Son los que más me interesan porque suelen entrañar conflictos más complejos de abordar y encarnar. Cuanto más alejados de mí y de mi vida cotidiana estén, y cuanto más me cueste entender cómo se sienten o por qué toman ciertas decisiones, más estimulante me resulta el trabajo. Va a implicar un proceso de búsqueda más largo y, seguramente, más tortuoso, hasta dar con la tecla.
Subsuelo parece hablar de lo que permanece bajo la superficie: emociones, miedos, recuerdos. ¿Qué significó para ti sumergirte en esa historia?
Sobre todo, una oportunidad muy grande de entrar en el cine de autor, algo con lo que llevaba soñando mucho tiempo. Hacerlo además de la mano de Fernando Franco, a quien admiraba y seguía desde hace años, fue un privilegio y una fortuna enormes. El guion me interesó muchísimo desde el principio, especialmente por lo bien construidas que estaban las relaciones entre los personajes y el perfil psicológico de cada uno.
¿Qué encontraste en tu personaje que te resultó familiar o incluso incómodo?
Cuando leí el guion completo me dio un poco de vértigo porque la temática principal del personaje es bastante delicada y merecía que la representáramos con toda la veracidad y el compromiso posibles. Al principio me costó dejar a un lado el juicio y entender sus motivaciones. Aunque creo que nunca las entenderé del todo, buceando en su oscuridad y tratando de identificar su herida pude encontrar dolor, carencias afectivas, necesidad de ser visto, admirado, cuidado. Mucha angustia y algunos miedos con los que sí pude identificarme, salvando las distancias. Eso me dio un material sensible muy concreto desde el que poder construirlo y humanizarlo.
¿Cómo trabajas cuando un personaje te obliga a mirar partes de ti que normalmente evitas?
Siempre que no me haga daño, intento aprovechar la oportunidad para hacerme preguntas y arrojar un poco de luz sobre esas partes de mí que me da miedo mirar. Aunque intento evitar, en la medida de lo posible, usar recuerdos o vivencias personales que aún son dolorosas. Prefiero trabajar desde la imaginación.
¿Qué tipo de verdad buscas cuando actúas?
Intento ser fiel a la mía, a mi propio radar que me dice cuándo me creo las cosas y cuándo no. No hay una fórmula mágica, supongo, pero a mí personalmente me ayuda estar muy en el presente, en la escucha, en la acción (interna y externa) y en ese conflicto y contradicción constantes que sostienen la vida.
¿Eres un actor que necesita entenderlo todo antes de lanzarse o confías más en la intuición y el cuerpo?
Depende mucho del personaje y del tono o la temática del proyecto. Cuando recibo un guion, suelo ser bastante práctico al principio: me pregunto cuál es mi función en esa historia y qué herramientas necesito para ayudar a contarla. A partir de ahí decido cómo voy a trabajar.
En Subsuelo, el silencio y la contención parecen tener un papel esencial. ¿Qué te enseña el silencio como intérprete y como persona?
El silencio, en mi vida personal, me cuesta bastante porque suele llevarme a dialogar internamente con mi cabeza, que es experta en encontrar problemas, miedos y angustias donde no los hay. Me juega muy malas pasadas, pero estoy aprendiendo a reconciliarme con él poco a poco. Como intérprete, creo que el silencio es una forma de expresión más casi tan importante como la palabra. Son oportunidades increíbles para contar cosas que los personajes sienten o piensan sin decir nada; para escuchar, generar atmósferas y recibir las emociones de los otros.
“Los personajes que se mueven en la duda y en la contradicción son los que más me interesan porque suelen entrañar conflictos más complejos de abordar y encarnar.”
¿Cómo proteges tu mundo interior en un oficio tan expuesto, donde a menudo se confunde la vulnerabilidad con la debilidad?
Exponiendo poco mi vida personal en redes sociales, volviendo mucho a Zaragoza, a mi casa, y refugiándome en los míos, en los de siempre. Y recordándome constantemente que este es un oficio como cualquier otro y que nada es tan importante.
¿Qué te da miedo perder si te muestras completamente?
Supongo que me da miedo perder el foco, que se coloque en un lugar que no tenga tanto que ver con la parte artística y creativa del oficio, y más con la parte vanidosa y superficial.
¿Qué papel tienen el error, la fragilidad y la duda dentro de tu proceso creativo?
Sigo teniendo mucho miedo a fallar pero he aprendido a permitírmelo, sobre todo en las primeras fases de los procesos creativos. Ir directamente al resultado casi siempre te hace perder opciones menos obvias y más interesantes.
¿Tienes algún ritual o método personal para conectar con los personajes?
No, la verdad es que no soy muy de rituales, y tampoco creo en métodos fijos e inamovibles. Siento que este es un trabajo en el que hay que estar siempre abierto a aprender y a actualizarse, tener una caja de herramientas grande y variada. Luego, cuando llegan los proyectos, decides cuáles necesitas para abordar cada uno.
¿Qué te ha enseñado Subsuelo sobre ti mismo o sobre tu manera de mirar el mundo?
Me ha ayudado a perderle el miedo a mirar mis propias oscuridades, a aceptarlas y darles su lugar. También a deconstruir y desidealizar la idea de la familia como institución sagrada e irrompible.
Si tuvieras que definir Subsuelo con una palabra que no fuera literal, ¿cuál sería?
Abismo.
¿Qué queda en ti después de terminar una película tan intensa emocionalmente?
Queda un orgullo enorme por el trabajo realizado, un aprendizaje vital y profesional impagable, y unos compañeros y un director con los que no quiero dejar nunca de hacer proyectos… ni de tomar vinos.
¿Qué te inspira o te alimenta fuera del cine?
Muchísimas cosas. Soy muy curioso, cada año me apunto a aprender cuatrocientas cosas nuevas y termino siempre sobrepasado porque quiero profundizar en todas y acabo no haciéndolo en ninguna.
Ahora mismo, por decirte algo concreto: bailar, viajar, escribir, tocar un instrumento. Y mis amigos, que son mi gasolina vital.
¿Qué te hace sentir vivo hoy?
Mi profesión, sin duda. Mi curiosidad por todo lo que no tiene que ver con ella, y las personas que quiero, claro.
¿Hacia dónde te gustaría moverte ahora como actor, pero también como persona?
Me gustaría seguir trabajando con cineastas a los que admiro, en proyectos que me inspiren y supongan un reto. También hacer mucho teatro y escribir alguna pieza propia. Como persona, le pido a la vida que todo siga como está: tener a mi familia y amigos sanos y cerca, no perder la curiosidad, seguir alimentándola y encontrar el equilibrio entre el adulto que me mantiene con los pies en el suelo y el niño que sueña y vuela altísimo.

