En los barrios de Madrid, su nombre es sinónimo de estilo, de tetas y culos, de poder y de perras. ¿Pruebas? En las calles hay decenas. “A mi lado una bad bitch como las que hace Rucka”, rapea Ergo Pro en Social Drive. Si la conoces probablemente sea del grafiti, aunque puede ser que no. Y en ese puede que no residen las otras mil aristas de Didi Leona, cuyo arte ha recorrido desde el muro hasta la ilustración, las portadas de discos, los tatuajes y ahora las galerías.
Entrevista extraída de ACERO vol. 10, publicada en mayo de 2025. Hazte con tu copia aquí.
Didi presentó su primera muestra monográfica hace unos meses en Factory of Dreams, una cita obligatoria. Nada más entrar al espacio expositivo, una habitación rosa a reventar de pequeños muñecos y peluchitos te daba la bienvenida: cientos de Hello Kittys, todo tipo de Kuromis y fauna Sanrio, Osos Amorosos, un Shin-Chan y un par de Doraemons. Ahí reside gran parte del marco contextual de su obra, que nos habla de la influencia del Kawaii, de las sukeban, del decora style y del horror vacui.
Rosa violencia (así ha llamado a la exposición) es una reflexión sobre la intimidad, la sexualidad, y lo oscuro que puede encerrar la aparente feminidad del rosa. No en vano hay un subgénero cinematográfico japonés también con este nombre, aunque de esto último no nos enteramos hasta charlar con Didi. Y aunque no podáis verla del todo en las fotos, es exactamente como la imagináis: un mujerón que viste con colores pastel, cuelga charms de su bolso, y con un cadenón de plata al cuello con el nombre de su crew, Todos Presos.
Las perras de Rucka siempre se han diferenciado por ser irreverentes, sexis y divertidas; y por eso han conseguido colarse en el brazo de Albany, en la espalda de Kaydy Cain o en portadas de Pedro Ladroga. Pero sobre el acrílico adquieren una nueva dimensión, más profunda e intimista, que también las vuelve vulnerables. Todo una gozada para esa audiencia que lleva muchos años pendiente de los cierres y de los trenes de esta referente madrileña. Las bad bitches también lloran.

¿Cuál es tu barrio?
Usera. Y no era como Carabanchel o Móstoles, era un barrio envejecido con pocos jóvenes. Los que había eran kinkis o fachas.
¿Cómo accediste a toda esta cultura entonces?
No existía Internet como ahora. Así que iba a salas de conciertos con los únicos otros veinte chavales que eran como yo. A mí ya me empezaba a llamar el grafiti, pero soy una persona superinsegura. Y eso que hacía baile.
¿Qué baile?
Ballet y flamenco. En sí dibujar me ha flipado siempre, pero solamente tenía referencias masculinas alrededor. Y era como, ¿a mí se me permite estar aquí?
Ya, y que no sabes ni qué lenguaje usar al principio.
Claro. Pero coincidió que en mi clase apareció el Bnom, un chaval de toda la vida de los DKB de Villaverde. Yo le veía bocetear y era como, uf, tengo que hacer esto como sea. Empecé con firmas, guarreando autobuses, en la calle, en las paredes. El cambio llegó cuando ya me fui de mi casa para vivir en Alcorcón.
Bon Calso me habló hace no mucho también sobre la cultura de Alcorcón.
Sería como 2003. Allí coincidí con gente del skate, del rap, y me solté totalmente. Pero tenía dieciocho o diecinueve años, y la mayoría de gente que conocía había empezado a los catorce. Ellos llevaban seis años y tú llegabas nueva. Ahora está muy guay porque precisamente en Madrid ha habido un boom de mujeres que pintan. Me parece la hostia, pero también es cierto que cuando yo empecé en todo esto éramos tres. ¡Y tres en España! Te quiero decir, ni siquiera en Madrid, éramos tres en España.
¿Tú crees que se puede saber si un grafiti en la calle lo ha pintado una mujer?
No lo sé, depende. Claro que hay pibas que pintan de puta madre pero la presión influye a la hora de que te mantengas con ello. También hay tíos que son mancos y se llevan una fama injusta por ser amiguitos de alguien. A una chavala siempre se le pide mucho más. Y ya si te dedicas a algo que se sale un poco de lo que es de la comunidad del grafiti…
¿Algo como pintar cuadros para una exposición como esta? (Risas).
Justo. Está muy bien que robes y pintes, que seas camarero y pintes, que tu vida sea una mierda. Que seas un pobre desgraciado está bien visto. ¿Pero que te forres de pasta porque tienes talento? No, eso no. Yo no le debo nada a nadie. No vivo del underground, a mí no me pagan las facturas el mejor grafitero de España ni el peor. El grafiti no aporta ningún beneficio económico en absoluto, así que es algo que realmente haces solo porque te gusta. Al final te traslada a esa juventud, a esa niñez. No se busca nada a cambio, es muy romántico.
Algo que me rompió la cabeza del grafiti es la idea de que el lienzo es ilimitado. El espacio urbanístico es abierto, libre, pero a la vez, supercensurado. ¿Cómo lo ves tú?
En alguna ocasión me han dicho de hacer street art, pero yo ahí todavía tengo contradicciones. En el momento en el que tú cobras y es legal para mí no es grafiti. Máximo respeto y tengo amigos haciendo muros así, quizá hasta mañana yo pinte uno, pero he rechazado muchas ofertas del estilo. No me sucede lo mismo con llevar un cuadro a una galería.
Es un lenguaje contracultural. Si se inserta en el sistema pierde mucha carga simbólica.
En un mundo perfecto el grafiti quizá no existiría. Es decir, nace en las ciudades de Estados Unidos, ¡más capitalista y peor sistema que ese no creo que exista! Es una respuesta a la sociedad en la que estamos, no a la selva amazónica (risas).
Y es justo en las ciudades también donde la publicidad y sus marcas nos invaden. Sé que tienes una historia que salió publicada en prensa sobre esto, ¿nos la cuentas?
Lo de la publicidad fue justo el argumento que yo usé en el plano para defenderme en el juicio. La historia es que unos amigos me pidieron pintar el cierre de su local de O’Donnell, y a los días, les llegó la policía a pedir que lo quitaran. Me denunciaron los del PSOE y los del PP, todos.
¿Te pueden pedir que no pintes en un espacio privado? Es su cierre.
Según ellos era vía pública. Alegaban que eran pintadas pornográficas, agresivas, y que estaban al lado de un colegio. Y sí, ponía cosas como bitch, puta o dirty; pero vaya. Además, en ese mismo sitio puedes encontrar cientos de flyers con publicidad de prostitutas. Y los niños en mi barrio, por ejemplo, los van coleccionando, porque en Usera salen dibujadas. De hecho tengo una colección de flyers en casa. ¿Un anuncio de Victoria's Secret? Eso no es perjudicial para el niño. Pero si yo uso el cuerpo femenino como algo subversivo, como lucha femenina, eso está mal.
Los cuerpos de los anuncios muchas veces son más menuditos, correctos, ¿sabes? Lo tuyo son mujeronas, invasivas. Se les hace incómodo.
Yo hablo desde una sexualidad aceptada, poderosa. Para mí puedes enseñar las tetas y ser una mujer inteligente, trabajadora, responsable, ¡o no! ¿Pero por qué tengo que dibujar la imagen que tú crees que debo de dar? ¿Tengo que dibujar a una mujer sin pecho, lánguida? ¿Tengo que pedir perdón por tener tetas?
Y que hay un punto claro de visión femenina en cómo transmiten su sexualidad tus personajes.
Sí. Hay muchísimos ilustradores que pintan chavalas super, supersexualizadas. Se les nota que consumen mucho porno, vaya (risas). ¿Y no lo voy a poder hacer yo? Venga.
¿Y qué? ¿Y cómo se resolvió lo del juicio?
Explicando justo esto, y también cómo se resignifican las palabras. Hasta la palabra feminista, antes, tenía un carácter más violento y se podía usar para estigmatizar. Ahora es como decir que tienes el pelo liso, ya da igual.
Oye, Didi, ¿me cuentas de las expos que habías hecho antes de esta?
Estaba en un proceso de crecimiento personal, había pasado muchas cosas. Hice una en Osaka, en Japón. También, algunas colectivas hace muchísimo tiempo en Montana. En La Panartería hice otra común, no sé si me dejo algo.
Pero esta es tu primera monográfica, personal.
Sí. Y además muy pensada, muy trabajada, con mucha investigación detrás. Me he tirado dos años preparándola. El imaginario nace de la cultura japonesa. He viajado varias veces y soy una friki de esto.
¿Rollo Harajuku y así?
También, pero más las gyarus.
¿Qué es?
Una moda contracultural que surgió allá en los 2000. En vez de la típica piel blanca que es sinónimo de belleza allí, las chicas iban super bronceadas, con extensiones y marcas como Angel Blue o Mezzo Piano.
¡Ya sé qué rollo son! Que lucen tipo Snooki de Jersey Shore meets Tokyo.
Exacto (risas). Esa estética me ultraflipa. Imagínate que seas una mujer adulta, no sé, oficinista por ejemplo, y los fines de semana te casques tu bolso de Angel Blue petado de charms. Esa dualidad me parece muy divertida, me encanta. Empecé a tirar de ese hilo y encontré revistas enteras dedicadas a documentar las habitaciones de las adolescentes. Y siguiendo por ahí, por foros, encontré paraísos. En algunas publicaciones sale el adolescente en su habitación tal cual, vaya. Era lo que yo quería representar, pero lo fuerte es que ya existía en la realidad. La habitación es el espacio más íntimo de una persona, tú construyes con total autoridad ahí.

Ya lo decía Virginia Woolf. Es verdad que cuando vi la instalación de la habitación que tenías en la galería, me quedé pensando en si era tuya.
No, para nada, ¡no tiene nada que ver! Tiene más que ver con mi interior. Como el cuadro mío de las cucarachas, que a primera vista no las detectas pero si te fijas, todos tenemos esa oscuridad. Intento no encerrarme en hacer iconografía demasiado básica, y aunque me flipan las perras, la habitación me dejaba darle una pincelada más detallista a mi idea del ser humano.
Espectacular, Didi. Además porque el espectador está también dentro de la habitación, es genial. Me encanta. Me llama la atención mucho de tus cuadros el uso del trazo. El grafiti tiene esta tendencia a delinearlo todo, y tú alternas esos trazos con momentos de técnica más hiperrealista. Coincide muchas veces con que son justo las perras las que no están contorneadas.
En parte sí, y en parte no. Muchas veces lo que delimito son elementos que quiero que se entiendan que no sean reales, tipo, porque pertenecen a ese espacio imaginario. Otras veces es por una cuestión evolutiva en mi propio trabajo. Cuando empecé a ilustrar, a tatuar, a tomármelo más en serio, siempre tenía trazo. Por el grafiti, yo que sé, pero sentía que me alejaba de mi esencia si dejaba de trazar. Me daba miedo, pero yo misma me he dado esa licencia. No tengo que recordar todo el tiempo que soy grafitera.
Y que es una conversación contigo misma en tu cabeza, en realidad. El resto lo tenemos muy claro. ¿Cuál fue el primer cuadro que hiciste?
El de Magic Girl.
Justo es el que más trazo tiene de todos.
Sí. Y que tiene la ventana abierta, un charco de sangre. Es como una mujer misteriosa, cute, pero que tiene también esa doble lectura. Y a partir de ahí creo que se va entendiendo todo un poco más.
Bueno, y el rosa. Tenemos que hablar del título, Rosa violencia.
Yo siempre lo rechacé de pequeña. Era un verdadero odio a ese color, pero hasta que te haces mayor. Viva nosotras, viva el rosa, y viva todo lo que tiene que ver con ser mujer. El nombre de la misma exposición, Rosa violencia, viene también de un estilo de cine japonés que hubo en los setenta que se llamaba Pinky Violence. Y era un estilo que se aprovechaba de la sexualidad femenina, porque eran tías ultra potentes, pero igual eran sukeban o de la mafia, asesinas, prostitutas. Y eran pivas, pues eso, ¡violentas!

Qué fuerte que fuera hace tanto tiempo.
Sí, coincide con el Blaxploitation en Estados Unidos. Y de hecho, el cine erótico japonés se clasifica con el color rosa, lo pornográfico en general. Era un broche de oro perfecto.
¿Cuándo y cómo surge la vinculación entre conceptos? Porque tú llevas trabajando el rosa en tu obra desde hace un montón.
Durante el camino, tal cual. Tirando del hilo. Pero hasta hace cuatro meses no tenía ni el nombre de la exposición, hasta que en mi cabeza lo vi clarísimo, claro. El día de la inauguración estuvimos de hecho poniendo escenas de Pinky Violence. Y para el cierre vamos a hacer una Ichiban Kuji, que es una lotería japonesa. También va a venir Fat Kingdom a pinchar, va a molar.
Otra cosa que me encanta es la superposición de planos que haces cuando compones. También es algo que me retrotrae al grafiti, que se pinta un poco por capas.
Yo estudié arte aplicado al muro en La Palma. Allí me enseñaron muchas técnicas de dibujo nuevas. En el caso del cuadro en el que piensas, la inspiración viene de un manga de Candy Candy. Luego no se parece a la referencia original, pero sí que lo tomé como idea. Ella tomaba en primer plano a la mujer y luego ponía ese fondo, pero no le quita ninguna importancia a ella sino que le aporta.
Fondos en primer plano, ¿no?
Sí, tía. Le añade valor conceptual. Y es verdad que creo los cuadros haciendo muchas, muchas capas. A veces son veinticinco o treinta capas, encima con agua, para que no se note el trazo. Eso es algo que me obsesiona, que no se note. Entonces voy añadiendo veladuras: unas más claras, otras más oscuras.
Como en la textura de los peluchitos, por ejemplo, ¿no? Yo pensaba que eso era esponja.
No, son capas y capas a pincel. Si tú pintas con un pincel seco queda ese efecto.
Otra pregunta, ¿cómo se trabaja la ambigüedad entre ser artista de galería y también pintar en la calle?
Pues fíjate en Felipe Pantone, por ejemplo, que nunca jamás enseña su cara. Más referencia artística que esa… Para mí es eso también, lo que tiene que importar es lo que yo hago y no cómo soy yo. Luego sé que me van a identificar al 100% porque en mi estilo se ve, pero me mola exponerme así. Y porque viniendo del grafiti, cuanto más difícil se lo pongas a la policía, mejor (risas).
Se ha convertido en el último de los artes anónimos, ¿eh? Especialmente en el terreno de las redes sociales.
Quiero que se tenga en cuenta lo que hago, no quien soy. Estamos dando prioridad al físico cuando son cosas que no duran. La obsesión por la estética, el físico, lo entiendo pero es algo perecedero. A los sesenta años mi obra me va a seguir representando igual. Como no se acepta de la misma manera un Rick Ross gordo, o una Dua Lipa que no esté buenísima, o tampoco se acepta a Mónica Bellucci porque ha envejecido. ¡Y yo no me considero fea para nada! Hay gente que incluso me ha dicho si soy bizca (risas). Mañana, pasado, no voy a ser la de la foto, pero siempre voy a ser mi arte.




