Una de las maravillas del cine fantástico es que logra familiarizarnos con lo impensable: fantasmas, maldiciones, monstruos, alienígenas, dimensiones desconocidas, etc. Son elementos a los que el cine nos acerca y que asumimos con total normalidad. Siempre estamos dispuestos a sumergirnos en ese tipo de historias, y la razón es simple: nos encanta hacerlo. El subidón que nos ofrece lo fantástico, lo terrorífico, no se consigue de ninguna otra manera.
Por eso, jamás dejaremos de consumir productos como Presence, que acaba de llegar a nuestras pantallas, más aún cuando el cine de terror ha evolucionado hacia vertientes muy distintas, que van desde las más toscas pero igualmente increíbles, como la saga Terrifier, hasta las más profundas e incluso con implicaciones sociales, como Talk to Me. No es de extrañar, entonces, que un virtuoso del séptimo arte como Steven Soderbergh se encuentre detrás de un proyecto etiquetado como cine de terror, aunque en realidad es mucho más que eso. Su nueva película, protagonizada por un icono como Lucy Liu, nos ofrece una perspectiva interesante y una historia que equilibra el drama cotidiano con una clásica trama de casas encantadas.
A lo largo de los años, hemos sido testigos de míticas casas encantadas en infinidad de películas, desde Hill House hasta Rose Red. No hay nada como una noche de luna llena atrapados entre los muros de un edificio con un pasado tenebroso y bañado en sangre. Tal vez intentar desentrañar los misterios que se esconden en los pasillos y habitaciones de un lugar así nos hace olvidar nuestros problemas cotidianos para enfrentarnos a un mal mucho mayor que nuestras preocupaciones diarias. 
Hay algo vigorizante en batallar con lo místico y lo sobrenatural, algo que hace sentirnos como héroes elegidos por el cosmos o por un ser superior. Pero, ¿y si eso no se quedara en la pantalla? ¿Y si tu casa estuviera realmente encantada? ¡Para eso estamos aquí! En ACERO desglosamos los esquemas del cine de terror para darte las claves de tu propia aventura. ¡Allá vamos!
Tu casa
Empezamos por lo evidente, aunque no tanto. A ningún fantasma le interesa atormentar a los inquilinos de un piso compartido por ocho personas con un calendario de limpieza sujeto con imán en la nevera. Los fantasmas prefieren lugares más sugerentes, como un encantador barrio residencial, donde en el sótano de una de las casas un vecino ejemplar torturaba y enterraba a sus víctimas (Disturbia, D.J. Caruso, 2007), o un viejo edificio en el centro donde se practicaba magia negra para atrapar a una terrible y sanguinaria criatura como el Lushman Arms. ¡Qué sufrimiento le hizo pasar Coffin Baby a la pobre Angela Bettis en La masacre de Toolbox (Tobe Hooper, 2004)!
Los padres
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos pensado que nuestros padres no estaban del todo en sus cabales, ¿habría algo más detrás? ¿No recuerdas la carita de Bryan Madorsky cuando descubrió que sus padres eran, nada más y nada menos, que implacables caníbales? (Parents, Bob Balaban, 1989). O cómo olvidar a Nicole Kidman paseando como loca por ese caserón nebuloso, gritando a diestro y siniestro y pegando collejas a sus pobres hijos. Un cuadro. (Los otros, Alejandro Amenábar, 2001). Y a todos nos aterra ver perecer a nuestros padres. Por eso, si ves que repentinamente empiezan a comportes de manera enrabietada (El grito, Takashi Shimizu, 2004) o a hablar con amigos imaginarios o antiguos fallecidos (Nunca apagues la luz, David F. Sandberg, 2016), es hora de preguntarse si lo sobrenatural ha invadido tu retrato familiar.
Los niños
No hay nada que dé más miedo que un niño fantasma. Siempre pálidos, con los cabellos o muy peinados (La maldición de Rookford, Nick Murphy, 2011) o larguísimos, cubriendo su rostro (Ringu, Hideo Nakata, 1998), o incluso quemados y con un saco en la cabeza, como el pobre Tomás (El orfanato, J.A. Bayona, 2007). Suelen vestir ropa antigua, estilo Cuéntame, o batas de hospital psiquiátrico, y o no dicen nada, o susurran de manera siniestra, pequeñas pistas sobre la desgracia que está por venir. Algunos incluso juegan con pelotas o a la comba, canturreando algo como “Uno, dos, canta a viva voz, tres, cuatro, el hombre del saco…” (Pesadilla en Elm Street, Wes Craven, 1984).
Tu pareja
Randy Meeks lo decía una y otra vez: cuando te conviertes en el protagonista de una historia de terror, sea la que sea, tu pareja es siempre sospechosa y, a menudo, peligrosa. Una red flag importante es cuando proviene de una rica y próspera familia que te invita a pasar un fin de semana en su gran mansión, solo para ser brutalmente atacado por enmascarados (Tú eres el siguiente, Adam Wingard, 2011), o, peor aún, cuando ellos mismos están detrás de tu muerte, debido a un pacto con el diablo (Noche de bodas, Matt Bettinelli-Olpin & Tyler Gillett, 2019). En resumen, sigue la filosofía de Cher: las parejas son como los postres, apetecen, pero puedes vivir sin ellas… ¡Y más aún cuando tu vida está en peligro! Y si no, acuérdate de estas dos palabras: Allison Williams (Get Out, Jordan Peele, 2017).
Tu mascota
Sobran explicaciones, ¿verdad? Las mascotas siempre tienen un papel crucial, y son indicadoras de que una presencia sobrenatural se está acercando. ¿Cómo lo hacen? Muriendo, claro. O, si tienes aún peor suerte, puede que regresen como zombies agresivos, sucios y apestosos (Cementerio de animales, Mary Lambert, 1989).
Tú mismo
¿A quién no le gusta un buen giro de guion? A mí, no tanto, pero si hasta Martin Scorsese (Shutter Island, 2010) lo usó en una de sus mejores películas, la veda está abierta. Es muy importante tener claro que la casa encantada te poseerá si tiene ocasión, y serás tú quien cause todas las calamidades que ocurran, hasta que sea demasiado tarde.
En resumen, si tienes casa, padres, niños pequeños rondando, mascotas o simplemente eres un ser humano, ¡enhorabuena! Tu vida es una historia de fantasmas.