A Tina Fey le bastó una controladora Regina George y su séquito de Chicas malas (Mark Water, 2004) para desatar una particular (y eterna) Guerra Fría entre Clueless (Amy Heckerling, 1995), protagonizada por Alicia Silverstone en el papel de Cher, y esta nueva aspirante a mejor teen movie de la década. Desde entonces, miramos dos veces antes de cruzar la calle, bailamos cada Jingle Bell Rock y, por supuesto, sabemos cuándo lloverá gracias a nuestros “poderes extrapectorales”. Cuando hace apenas unos meses que Netflix presentaba Do Revenge de Jennifer Kaytin Robinson y en diciembre pasado se estrenaba la tercera temporada de Emily en París, echamos la vista atrás para hacer un repaso de lo que ha venido siendo el género chick flicks que tantas alegrías nos ha dado. Empezamos.
Del estreno de Chicas malas han pasado ya 18 años y, guste o no, esta sátira social encabezada por Lindsay Lohan, Rachel McAdams, Lacey Chabert y Amanda Seyfried se ha convertido en todo un icono pop de los 2000, aunque lo suyo le ha costado. Entre otras cosas, por sus constantes críticas a la cultura estadounidense del momento y, claro está, por un factor clave e intransigente: estaba hecha por y para mujeres. Un elemento común en otras muchas chick flicks de finales de los 90 y principios de los 2000 como Jóvenes y brujas (1996), Clueless (1995), Jawbreaker (1999), Cruel Intentions (1999) o Bring It On (2000), caracterizadas, principalmente, por sus altas dosis de feminidad, inconcebibles para la industria de Hollywood en un momento en el que las comedias románticas en las que chico rescata a chica eran un mantra. Nada que ver.
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Chicas Malas
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Clueless
Juan Sanguino, periodista especializado en cultura popular y escritor de libros como Generación Titanic (2017), Cómo hemos cambiado (2020) o BRITNEY: One More Time (2022), define las chick flicks como “un género que está íntimamente relacionado con la mujer y cuenta con unos elementos muy reconocibles, como que tienen de personajes principales a una mujer joven, blanca, delgada y que tiene una serie de cualidades que la dibujan como un personaje normal con el que poder identificarse. Con el que la espectadora, evidentemente, pueda identificarse”.
Personajes como Andy Sachs. Preciosa joven inteligentísima, algo hortera, “torpona”, muy despistada, con vocación frustrada de escritora/periodista y que suele caer bien a todo el mundo. Sí, es nuestra talentosa Anne Hathaway siendo la asistente personal de Miranda Priestly (Meryl Streep) en El diablo viste de Prada (David Frankel, 2006). Aunque bien podría tratarse de Lily Collins en Emily in Paris (2020) o de Katie Stevens en The Bold Type (2017). Dos series notablemente influenciadas por la película de Frankel, identificada ya como uno de los estandartes del género, tanto en la asignación de roles en la trama como en la sucesión de experiencias por parte de los personajes principales.
En ambos casos, las protagonistas conservan las cualidades que ya veíamos en el personaje de Andy y en otros como Elle Woods, en Una rubia muy legal (Robert Luketic, 2001). “De repente es como que se tropieza con cosas, es un poco incómoda socialmente… pero de manera siempre muy adorable. Porque no son realmente defectos, no son debilidades o fallos”, señala Sanguino en cuanto a estos rasgos característicos del género. “Aquí hay unos términos femeninos bastante victorianos. Aunque todo esto, por supuesto, adaptado a la cultura de los dosmiles, la del trabajo, la moda, el ocio, la libertad sexual...”. 
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Una rubia muy legal
Y todas ellas, del mismo modo ahora y antes, continúan ese precepto en el que se ha convertido la estructura del viaje del héroe. “Es una chica que empieza con una serie de condicionantes en contra y se impone a ellos. Y la novedad que tienen estas películas respecto a la comedia romántica de los 90 es que antes había siempre una trama sentimental, y en las chick flicks ya dejan de ser la trama principal de la película. Con ellas ya no encontramos los protagonistas chico y chica. Ahora hay una protagonista, y puede haber un chico o dos chicos de fondo, pero la historia de amor ya no es la trama principal”, apunta el periodista en cuanto a la base del género.

Algo pasa con ellas
En los últimos cinco años, esta corriente ha resurgido pero en un formato distinto e invadiendo rápidamente todas las plataformas de streaming. Sin embargo, esta nueva era postfeminista gobernada por la Gen Z pretende reinventar las chick flicks a base de bien. El ejemplo perfecto es Booksmart (Súper Empollonas) (Olivia Wilde, 2019). Con las adolescentes Molly (Beanie Feldstein) y Amy (Kaitlyn Denver), atrás quedaron las protagonistas ‘perfectas’ de cuerpos de infarto que acaban siendo reinas del baile. Booksmart va más allá y destripa el género arrojando luz a los dramas reales de instituto (con divas populares incluidas). Eso sí, siempre en clave de humor. Un humor que, en ocasiones, se convierte en parodia e ironía (pero en el mejor de los sentidos).
Esta carga de comedia en ciertas chick flicks, que ya de por sí tratan temas de muy poco interés para crítica y productoras, en ocasiones ha pasado factura relegándolas a los márgenes de la industria (más aún). A ojos de Juan Sanguino, este género “está infravalorado en cuanto a que tiene muchísimos elementos que prácticamente la cultura ha despreciado. Porque son comedias, son películas hechas para el gran público y que, además, calculan mucho lo que quiere el gran público. Están concebidas para las masas y especialmente dirigidas a mujeres, que siempre se han considerado un espectador menor, con menos sentido del gusto que los hombres, y protagonizadas por mujeres, cuyas historias siempre se han considerado menos legítimas que las de los hombres”.
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Booksmart (Súper Empollonas)
Uno de los primeros largometrajes en experimentar este desprecio de manera directa fue Clueless, una adaptación moderna de Emma, de Jane Austen, y que a duras penas vio la luz. Esta película de los 90 contaba con varios factores en contra en aquel momento: que no era una teen movie al uso y que estaba dirigida, escrita y protagonizada por mujeres. Unas condiciones casi mitológicas en el cine de Hollywood de aquel momento, y que le llevaron a ser rechazada por 20th Century Fox. Su directora, Amy Heckerling, contaba en Clueless: Creative Writing, un corto documental sobre la creación de la película, cómo la productora rechazó el proyecto por tener demasiada presencia femenina. Finalmente, acabó estrenándose, y el resto es historia. Clueless fue una de las pioneras y abrió el camino de muchas otras, aunque con unos parámetros mucho más marcados, como Chicas malas, convertida prácticamente en un icono generacional.
Ahora, en pleno 2022 y tras la ruptura de ‘Brangelina’, el reencuentro de Friends, la secuela de Sexo en Nueva York, el regreso de Lindsay Lohan y el remember de JLo y Ben Affleck, los millennials más nostálgicos necesitaban más que nunca unas nuevas Chicas malas en las que delegar el peso de toda una era. Y nacieron Maya Hawke, Camila Mendes y Do Revenge.

La nueva ola chick flick
Do Revenge (Jennifer Kaytin Robinson, 2022) es la típica historia adolescente de instituto, solo que no es, para nada, la típica historia adolescente de instituto. La chica popular, exitosa y temida por todos a la que tan acostumbrados estábamos a ver como antagonista total, no es ninguna niña bien con casa en los Hamptons como ocurría antes –véase en personajes como Cher Horowitz en Clueless, Regina George en Chicas malas, o Kathryn Merteuil (guiño, guiño) en Crueles intenciones (Roger Kumble, 1999). Esta vez, Drea (una estupenda Camila Mendes), la antagónica protagonista, es una chica latina, de clase trabajadora y estudiante becada en un reputado instituto privado donde el status lo es todo, que, de manera aparentemente fortuita, une fuerzas con Eleanor (Maya Hawke), una chica bohemia de oscuro pasado, para vengarse de quienes las humillaron.
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Do Revenge
Aterrizó ruidosamente en Netflix el pasado 16 de septiembre. Casi cuatro meses después de que Rebel Wilson diera tanto de qué hablar tras el estreno de Senior Year (Alex Hardcastle, 2022), una de las primeras chick flicks que abrió esta nueva temporada Z. Y Wilson lo hizo, por supuesto, a lo grande: no sin su humor negro, muchas veces criticado, ni sin su personaje casi paródico de reina del baile fracasada. En esta película encontramos, pretendiéndolo o no, una fusión perfecta entre Si tuviera 30 (Gary Winick, 2004) y Clueless (y dejando muy claro lo de Clueless con el efímero cameo sorpresa de una conductora de Uber bastante familiar), haciendo así honor a las viejas glorias de un género injustamente pasado por alto.
Sin embargo, y ofreciendo cordura y un SOS mayúsculo, Do Revenge cayó en nuestras manos (y pantallas) casi sin darnos cuenta. Era justo el rescate que necesitábamos tras un largo verano de escasez en las plataformas. En ella vemos de todo, una Sophie Turner totalmente desconocida para nosotras, y a una Sarah Michelle Gellar que nos suena un poco más. Mucha moda, mucha bitch, mucha mentira, mucho gymbro, y mucha referencia que va desde 10 razones para odiarte (Gil Junger, 1999) hasta Extraños en un tren (Alfred Hitchcock, 1951). Influencias casi obligadas y que están presentes desde el minuto uno, según explicaba en una entrevista la propia directora, Jennifer Kayton Robinson, responsable también de otros filmes muy en la línea como Unpregnant (2020) o Alguien especial (2019).

Scream ¿queers?
“La evolución de estas películas es realmente un reflejo de la evolución de la sociedad, porque el cine mainstream, al final, es un reflejo de la cultura que lo ha creado. Algo que, a veces, solamente podíamos ver a posteriori, pero que ahora estamos viendo en tiempo real”, dice Juan Sanguino, hablando sobre la transformación de este tipo de películas de un tiempo a este, y de todo lo que eso conlleva. “Las películas ahora son muy conscientes de la causa feminista, de los tipos de hombres que hay, de las relaciones abusivas y desequilibradas, de los privilegios de poder. Incluso cuando lo hacen en clave cómica o ligera, lo tienen muy presente, y eso es algo que ya estaba en las anteriores, pero ahora más implícito que explícito”.
No fueron solo Emma Roberts y Aesa bigail Breslin en Scream Queens (Ryan Murphy, 2015) siendo las chicas malas del terror quienes refrendaron el impulso. Girls (Lena Dunham, 2012) y La boda de mi mejor amiga (Paul Feig, 2011) también contribuyeron a reanimar esta conversión del género chick flick, que empezó mucho antes de lo que pensamos y se manifiesta actualmente con más descaro de lo que parece.
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Scream Queens
La serie de Ryan Murphy tiene un punto de partida similar al de Chicas malas, pero en este caso rozando el terror de lo absurdo, y provocando más carcajadas que sustos. Una historia tradicional de drama adolescente entre asesinatos y mucha venganza, este último, al parecer, un ingrediente clave en la ya estereotipada y forzada enemistad entre mujeres en las películas. En el caso de Scream Queens, este enfrentamiento importa bien poco. Casi tanto o menos que en la nueva joya de HBO: La vida sexual de las universitarias (Mindy Kaling, 2021).
Una de las mentes que más ha hecho por la comedia en los últimos tiempos, escribió una vez en The New Yorker una columna bajo el nombre de Chick Flicks: Una guía para las mujeres en el cine en la que, entre broma y broma, criticaba a Hollywood y a su naif creencia sobre lo que el público realmente quiere. Y, como le sobraban aún caracteres, hizo lo propio con las chick flicks, a su manera: “Lo que realmente me gustaría escribir es una comedia romántica. Es mi tipo de película favorito. Me siento casi avergonzada al revelar esto, porque el género se ha degradado tanto en los últimos 20 años que decir que te gustan las comedias románticas es esencialmente una admisión de leve estupidez. Pero eso no me ha impedido disfrutar de ellas”. Esto, amigas, lo escribió Mindy Kaling.
10 años más tarde, veíamos en nuestras televisiones, de la mano de Kaling, a Kimberly, Leighton, Bela y Whitney odiarse entre ellas, quererse mucho, emborracharse y cagarla más todavía, y explorar y abrirse a su sexualidad por primera vez. Recientemente, estas cuatro estudiantes regresaban en una segunda temporada de La vida sexual de las universitarias. Y, con ellas, viejos recuerdos de lo que fueron las chicas de Girls que tantas alegrías (y premios) nos dieron. “Ahora se ve normal que en el cine y las series se trate el placer femenino como algo válido e importante. A su vez, las chick flicks dan visibilidad y normalizan los problemas o retos a los que antes teníamos que hacer frente de forma silenciosa”, considera, por su parte, Ana López, filóloga inglesa y doctora por la Universidad de Minnesota. Así que, bueno, es oficial: las de Essex se han convertido en las nuevas Girls de la Generación Z. Y sin enfrentamientos entre Cadys, Reginas y compañía. Y es que, a pesar de que el origen de todas las Reginas, Dreas y Chers del mundo se remonte muchas décadas atrás con películas como The Women, en 1939, o Heathers, en el 1996, la verdadera responsable de marcar culturalmente el movimiento chick flick no es otra que Bridget.
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Girls
El diario de Bridget Jones (Sharon Maguire, 2001) está dirigida por una mujer. Y se nota. Una protagonista con treintaytantos, soltera, con un trabajo mediocre relacionado, cómo no, con el apasionante mundo de las letras, adicta al vino y con un físico poco normativo para la época (o eso nos hicieron creer). El momento clave del largometraje, adaptación de un libro, como en la mayoría de chick flicks de los 90 y 2000, arranca con Bridget sola en casa, viendo una rom-com cualquiera, helado en mano y con All by Myself de fondo. No puede haber mejor plan para un viernes noche. Es así. O, por lo menos, es así ahora. En 2001 quedarte en casa un viernes noche sola comiendo helado era bastante deprimente y antimorbo. Pero la magia de Bridget Jones es que cambió eso, comenzó una nueva saga de mujeres normales poco o nada exitosas y bendijo al género a golpe de realidad.
Pero todo pasa, también (y a más velocidad) lo bueno. Por eso las de la Z han tenido que crear una nueva Bridget Jones que comparta con nosotras la mediocre crónica de su vida, amorosa o no. La elegida queda un poco alejada de la original, aunque realmente, si observamos bien, se trata de la misma persona. Solo que es morena y su eterno galán no es, para nada, ningún Colin Firth ni ningún Hugh Grant, sino un cura. Fleabag (Phoebe Waller-Bridge, 2016) se ha convertido en la nueva Bridget, una a la que adoramos. Y, a pesar de ser una serie de comedia, también es, ciertamente, una chick flick en toda regla, pero adaptada a otros tiempos, a otras mentes y a otra generación mucho menos rosa que antes. Para López, El diario de Bridget Jones es la película chick flick por antonomasia que “sabe mostrar desde dentro las vicisitudes reales que nos podemos encontrar las mujeres”. Y esas vicisitudes, claro, evolucionan con la sociedad. “Yo crecí con películas como Pretty Woman que nos hacían creer que necesitábamos un príncipe azul para que nos cuidara y poder ser felices, pero también nos han enseñado que no es eso lo que realmente necesitamos las mujeres de esta época. Ahora, somos mujeres independientes que tomamos nuestras propias decisiones y no queremos ser salvadas o que nos cuiden”. En esta serie, Waller-Bridge lo trata todo de una manera tan remota como familiar, y resulta familiar, precisamente, por lo paradójicamente común de los temas que vemos en cada capítulo. En todos ellos y en ninguno.
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El diario de Bridget Jones
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Fleabag
Lo chick flick no es que esté de moda, es que nunca ha dejado de estarlo. Y cada vez lo estará más. Eso sí, quizá no sepas reconocerla, pero seguro disfrutarás con ella. Sola o en compañía, un viernes noche, helado en mano y con All by Myself de fondo. O con Rosalía.