Dos noches con entradas agotadas en Madrid y una noticia que, siendo sinceros, no nos sorprende: WiZink Center 2025, confirmado. Ca7riel y Paco Amoroso no son solo un dúo, son un fenómeno, y la semana pasada Madrid fue testigo de su evangelio musical.
Internet llevaba días volviéndose loco por conseguir un pase para cualquiera de las fechas, pero sin lugar a duda la batalla por conseguir una entrada para el viernes se había transformado en una guerra. La fila comenzó a formarse desde las cuatro de la tarde, como si la ciudad estuviera esperando su dosis de catarsis colectiva. Puchos, mates y conversaciones animadas entre un público mayoritariamente argentino y español decoraban las calles. La expectación se sentía en el aire mientras los fanáticos se acomodaban en una interminable serpiente humana que rodeaba la manzana del recinto. En Madrid hacía frío, pero estaba a punto de entrar en calor.
El escenario arrancó al estilo de su Tiny Desk, que hace poco cambió su juego. Siguiendo este formato íntimo, los artistas, sentados y acompañados por una banda que no solo tocaba, sino que también narraba junto a ellos, dieron inicio a la noche. Comenzaron con una introducción instrumental que generó expectativa y dio paso a un Ca7riel y un Paco con una actitud tan serena y segura como si estuvieran cantando frente a sus amigos en el salón de su casa.
De a poco deslizaron temas como Mi diosa y Viuda negra, pasando sutilmente a La que puede, puede, todos reimaginados para ese formato acústico que conectó de inmediato con el público. Cada acorde parecía diseñado para construir un puente directo entre sus corazones y los del público. No era un show, era un ritual: “Esto no es una banda, es un culto”.
La segunda parte cambió completamente la dinámica. Ca7riel y Paco se pusieron de pie, y el ambiente mutó de ceremonia acústica a rave nocturna, llena de luces y flashes que desafiaban a quienes cubríamos el evento con nuestras cámaras, obligándonos a disfrutar del momento sin distracciones. Temas como Sheesh y Polvo rompieron cualquier intento de quedarse quieto. El público formó pogos sincronizados con una energía que parecía infinita, en un espacio donde no había sitio ni para salir del lugar.
Por desgracia, todo lo bueno llega a su final. Con una mezcla entre celebración y despedida, la dupla sacó todo su arsenal. Tuvimos la suerte de abrazarnos con desconocidos, esos ‘amigos de concierto’ que conociste en la fila hace cuatro horas y que, en ese instante, se transforman en tu familia. Canciones como El único y Cono hielo cerraron la noche con un clímax que dejó claro por qué han pasado de llenar salas pequeñas a proyectarse al WiZink.
No es casualidad que Ca7riel y Paco estén agotando entradas dondequiera que van. Su propuesta trasciende géneros, y su capacidad para jugar con los formatos (como ese Tiny Desk que los viralizó) demuestra que no solo entienden a su público, sino que saben transformarlo en comunidad. Se nota que alguien sabe de música cuando logra convocar a un público tan diverso, con edades que van desde los quince hasta los cuarenta años (y más). Es en ese momento cuando te das cuenta de que lo han logrado. Y sí, este par lo logró.
Madrid fue testigo de dos noches irrepetibles, porque cada show fue único: un fragmento de esa marea musical que el Baño María Tour ha desatado. Lo suyo no es un concierto, es una experiencia, un viaje, un baño de emociones al que todos queremos volver. El próximo año, en el WiZink, seguro lo harán todavía más grande, y qué suerte estar aquí para presenciarlo.
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