Para muchos, el anime de animes, ese que después de verlo eleva tanto los estándares que es posible que nada nunca se llegue a comparar, el que lleva acompañando las vidas de millones de seguidores por más de una década, por fin, ha enseñado el temido ‘The End’ en su último (y ahora sí de verdad) episodio. Una historia que trasciende su género, una que es tan relevante ahora como lo fue hace catorce años cuando vio la luz por primera vez. En estos últimos minutos con ella hemos pasado por todo el espectro de emociones posibles, y ha quedado demostrado el porqué es una de las mejores ficciones de todos los tiempos.
Existen ciertas piezas dentro del mundo audiovisual que pueden ser consideradas hitos culturales de una generación. Este estatus no se confiere con ánimo pretencioso, tampoco se le puede otorgar a cualquiera. Es una categoría que refleja el impacto que una historia llega a tener en la sociedad a la que está dirigida, donde no solo el entretenimiento es el objetivo final, sino donde, a lo largo de su recorrido, se da una exploración de conceptos y dinámicas mucho más complejas de las que se perciben desde fuera, unas que pueden llegar a ser incluso el fiel reflejo, e incluso crítica del mundo en el que vivimos. Attack on Titan se sitúa, y con soltura, en este nivel.
Una historia concebida por Hajime Isayama que vio la luz en el 2009, año de la primera publicación del manga, y que tras una exitosísima y excelente adaptación de exactamente diez años a las pantallas gracias a los estudios Wit y Mappa, respiró por última vez, nunca mejor dicho, el pasado 4 de noviembre con un episodio de ochenta y cinco minutos de duración. Tras ser elongado en varias ocasiones, donde la parte final fue dividida en más partes finales que a su vez fueron divididas en más partes, millones de ojos han visto por fin el desenlace de una de las mejores historias de las últimas décadas. Varios cambios respecto a su versión en papel, realizados por el mismo creador, aprovechando la adaptación para mejorar y pulir ciertos aspectos con los que no quedó completamente satisfecho en su obra original, se traducen en el mejor resultado posible, no solo a nuestros ojos, sino a los del que ideó todo.
Era difícil llegar a este desenlace libre de spoilers. Tras la publicación del último capítulo del manga en 2021, era una misión prácticamente imposible escapar de ciertos paneles que, con razón, traumatizaron a los lectores hace más de dos años y que con solo una imagen confirmaban el destino final de Eren Yeager y todo lo que esto implica en la trama. Sin embargo, aun con plena consciencia del mental breakdown que se aproximaba, este último episodio pasará a la historia. Visuales en los que aguantar la respiración no era una opción, banda sonora tan épica como la que acompañó a toda la serie (shoutout Barricades) y el trágico, pero inevitable y apropiado, desenlace de nuestro adorado protagonista y el grupo de personajes con quienes empatizamos tanto que ya los sentimos parte de nuestra vida. Es la completa definición de peak anime.
Para no pasar de víctima a victimario, trataré de ser lo más vaga posible en cuanto a explicaciones, pero la forma en la que Isayama ha cerrado cada una de las historias que conforman este universo ha sido impecable. En un mundo donde las constantes guerras y luchas motivadas por el odio y el temor a lo desconocido y a lo diferente, donde la búsqueda de libertad resulta ser el motor y la condena de un alma a la que finalmente se demuestra que la mueve el amor, amor que lo impulsa a cometer crímenes que parecen injustificables, pero que tan solo con una conversación entre nuestros protagonistas parecen de repente tomar sentido, Attack on Titan se consolida como una historia de la raza humana, más allá de lo que el título pueda sugerir. 
Con unos últimos minutos donde cuando todo parece estar solucionado, donde ya no hay motivo para más destrucción y odio, se ve cómo el hombre vuelve a destruir lo ya reconstruido, la naturaleza cíclica de la vida es confirmada y así como el mismo final de la historia de Eren se une con su inicio, donde él mismo resulta ser la causa de todos sus problemas, no por elección, sino por destino, el hombre está destinado a repetir su historia y así mismo, sus errores. Es difícil resumir una historia tan compleja y extensa en pocas palabras, y para eso ya existen incontable análisis y breakdowns, pero la existencia de una pieza tan completa y compleja como Attack on Titan es testimonio de la calidad y el nivel de consciencia social de creativos como Isayama y los increíbles (y polémicos) estándares de perfección y atención al detalle que los estudios japoneses de animación transfieren a sus obras.  
Es siempre una lástima cuando factores tan banales y triviales como el formato, la procedencia o el lenguaje en el que una pieza es concebida previenen a millones de individuos de experimentar las infinitas emociones que una creación de tal magnitud llegan a evocar. No es menos cool ver algo que no está en Netflix o que no está en inglés, no por ser animación carece de importancia o profundidad. Y no, no es una lucha contra seres gigantes sin más. Diez años en los que tuvimos la suerte de crecer con la motivación de siempre tener domingos de Shingeki no Kyojin pendientes han llegado a su fin, pero la obra, tanto en papel como en pantalla, se quedará por siempre en los corazones que ya una vez entregamos a la causa.
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