¿Estamos seguros de que vale más una imagen que mil palabras? A pesar del refrán, quizá no sea suficiente con la primera impresión. Tras los flashes, las publicaciones y los likes, cada uno de nosotros esconde a su particular monstruo interior. Un monstruo imperfecto que no responde a filtros pero que, al menos, es honestamente imperfecto. En un universo visual regido por la belleza, ¿queda lugar para las bestias?
Entrevista extraída ACERO vol. 2. Adaptada a la versión online. Hazte con tu copia aquí.
Ana Rujas cree que sí. Así lo ha demostrado en Cardo, la serie de la que es creadora junto a Claudia Costafreda, producida por Los Javis y galardonada con dos premios Feroz. A través de ella nos narra el crimen cometido por María, un pecado tan depravado como humano. Una historia de culpa y compasión donde no apiadarse del verdugo sería demasiado cruel.
Cardo llega justo después de La Mujer más fea del mundo, la pieza de teatro que dirigió al volver de Nueva York en 2018. Es su propia cara la que protagoniza el cartel de la obra, pero nadie se atrevería a decir que Ana Rujas pudiera ser fea. Nadie, excepto ella. Por eso crea La Otra Bestia, la cuenta de Instagram donde comparte estos pensamientos por escrito. La calidad de esos textos es lo que la ha llevado a querer publicar un libro homónimo para el que recopila algunas de estas reflexiones, y otras tantas inéditas.
Porque si algo destaca a Ana es la valentía con la que se enfrenta a su oscuridad, a su monstruo. Pero es que la honestidad, hacia una misma y hacia el mundo, implica aceptar también esa imperfección interior. Entender que la belleza y la fealdad son, como la propia Ana dice, “dos polos inseparables”.
Cardo llega justo después de La Mujer más fea del mundo, la pieza de teatro que dirigió al volver de Nueva York en 2018. Es su propia cara la que protagoniza el cartel de la obra, pero nadie se atrevería a decir que Ana Rujas pudiera ser fea. Nadie, excepto ella. Por eso crea La Otra Bestia, la cuenta de Instagram donde comparte estos pensamientos por escrito. La calidad de esos textos es lo que la ha llevado a querer publicar un libro homónimo para el que recopila algunas de estas reflexiones, y otras tantas inéditas.
Porque si algo destaca a Ana es la valentía con la que se enfrenta a su oscuridad, a su monstruo. Pero es que la honestidad, hacia una misma y hacia el mundo, implica aceptar también esa imperfección interior. Entender que la belleza y la fealdad son, como la propia Ana dice, “dos polos inseparables”.
Cardo habla mucho de la realidad del barrio y en concreto del tuyo, Carabanchel. ¿Cómo te ha marcado a ti crecer allí?
Por supuesto que me siento orgullosa de donde vengo, pero creo que el estereotipo de ser de barrio no se aplica conmigo. Para mí, la adecuación a diferentes tipos de entornos depende más de la personalidad que de los orígenes. Al menos en mi caso. La vida es la que te toca, juegas las cartas que tienes.
Comenzaste a trabajar de modelo en una época de extremo culto a la delgadez. ¿Qué piensas de que actualmente se romantice la estética de los 2000?
Yo creo que mientras hablemos de estética está bien, porque hoy en día existe una pluralidad de cuerpos que no existió en ese momento. Lo tóxico radicaba en la normalización e incluso el culto a la anorexia. Las referentes que nos llegaban estaban muy delgadas: Nicole Richie, las hermanas Olsen... ¿Recuerdas que las modelos incluso se desmayaban en las pasarelas? Menos mal que ahora hay más diversidad.
Pero a la vez, que sean las mismas imágenes de esos referentes de antaño las que sirvan como inspiración, no deja de tener un trasfondo peligroso, ¿no? Por ejemplo, los trastornos de alimentación se diagnostican cada vez a una edad más temprana.
Para mí, el problema actual se encuentra en las profundidades de las redes sociales. Yo creo que las chicas adolescentes lo tienen que pasar muy muy mal. También existe mucho más auge de trastornos psicológicos, pero al mismo tiempo se visibilizan más de lo que se hacían antes... Es la doble cara de la moneda. Estamos en una sociedad de mucha libertad aparente, pero solo en apariencia. En realidad, estamos muy restringidos moralmente. Es difícil de analizar.
En 2018 te vas a Nueva York queriendo escapar, ¿de qué?
Más que escapar, queriendo encontrar: otros artistas, otras voces, otros lugares... Quería dejar Madrid, perderme para poder ubicarme y construirme de nuevo a partir de ahí. Si buscas acabas encontrando algo, siempre. Y sobre todo tenía mucha hambre que saciar. Sin ella no habría llegado a ningún lugar, pero hay que atreverse.
De esa experiencia americana surge La Mujer más fea del mundo... ¿Cómo supiste con exactitud cuándo te topaste con eso que tenías que encontrar?
Porque sentí que estaba donde tenía que estar. Algo interno. Sin ningún tipo de pretensión de escalada ni de acercarme a nadie profesionalmente. No fue ni por hacer teatro para mí misma, ni por necesidad de que alguien me llamara; era lo que quería hacer y ya. Fue como enterarme por fin de lo que tenía dentro, y sentir una paz interior que llamó sola al resto de oportunidades. Pero fue sin querer. Como Claudia, que también llegó sin querer. Y todo lo hicimos y lo hago siempre desde el amor, que es una luz muy potente.
¿Te gustaría volver a vivir en el extranjero? Porque tú has vivido en muchos sitios.
Vivir, vivir realmente solo he vivido en Nueva York, Estambul y Milán. Sí me gustaría volver a vivir una experiencia así porque me encanta viajar, incluso aún si implicara volver a Nueva York. Pero ahora mismo estoy tan centrada en lo mío que no lo veo viable.
¿Tuviste algún momento de autorrevelación en el que te vieras con más intenciones de realizar papeles para teatro que para televisión?
No. No tengo una predilección hacia ningún campo. Para mí tiene más que ver con ser intérprete y artista que con una elección. Lo que ocurre es que levantar una obra era más factible que organizar una producción tan grande como la que necesita una serie. Al final son tus manos, tus compañeros, tus cuerpos, una sala... Es más fácil. Seguro que volveré a hacer teatro, pero no tengo tiempo ni de pensarlo.
La belleza y la fealdad son dos caras de la misma moneda, algo que desarrollas en La mujer más fea del mundo al exponer lo estético de la decadencia y el vacío. También Cardo implica una antonimia frente a la arquetípica hermosura de la flor. ¿Qué te inquieta tanto de esta oposición?
Efectivamente son dos polos inseparables e interdependientes. El tema de la belleza en contraposición con la fealdad me ha apasionado mucho, y diría que incluso me ha ayudado, aunque ahora lo siento menos fuerte. Quizá porque ya lo he trillado y trabajado todo lo que necesitaba. Ha sido un proceso orgánico, tampoco en mis escritos ha vuelto a aparecer nada al respecto.
Vas a sacar un libro que titularás La otra bestia... Ahora que hablas de tus escritos, ¿cómo te sientes recopilando los textos para el libro?
¡Me leo y me impresiona! Porque parece otra persona, otra Ana. Refleja esa hambre de la que hablábamos antes que se apoderó de mí en Nueva York, y a pesar de haberlo experimentado todo en mis carnes, no dejo de sorprenderme a mí misma. Me gusta, se me hace muy bonito contar la historia que plasmé en ese momento.
¿Te asustaba la idea de publicarlo? Porque tú, además, estás muy acostumbrada a trabajar en equipo y esto es un trabajo que implica mucha labor individual.
La verdad es que sí fui reticente al inicio y tuve mis dudas. Es muy personal. Tanto Cardo como La mujer más fea el mundo y en general todo lo que he creado hasta ahora ha sido, como tú dices, desde el equipo. Me siento muy cómoda en ese formato, ¡siempre tengo un equipo para todo! (Risas). Me gusta que todo el mundo pueda aportar algo al producto final. Aquí estoy yo sola frente a un desafío muy grande... Pero pienso que, en el fondo, nada es tan importante como pueda parecernos. Nadie lo somos. Aún así, Carlos Bergara, Borja Patrols y mi hermana también me están echando un cable.
¿Has descubierto algún aspecto de ti misma releyéndote a posteriori?
Muchísimos. Porque nunca pensé que eso fuera a ser publicado, y menos mientras lo escribía. He descubierto una voz interior de la que no era tan consciente: una manera de hablar, una forma de ver el mundo diferente a lo que yo pensaba. Es como, ¡ostras! Si esta persona que escribe lo tiene aún más claro que yo. Y va esa voz, y se planta frente al mundo sin miedo, y parece que está absolutamente segura de todo lo que dice. Yo sin embargo siento que no tengo nada tan claro.
Bueno, escribir también nos lleva muchas veces a intensificar nuestras posturas. Las medias tintas no suelen ser tan poéticas ni tan interesantes, ¿no?
Justo. Y por eso a veces no estoy ni segura de que me guste lo que leo, otras sí. Pero por lo menos es interesante esa postura de distancia frente a mí misma. Al leerlo todo en conjunto, yo que soy analítica y muy autocrítica, me choco con una visión que no se identifica del todo con quien creo que soy. Y me acabo leyendo como si se tratara de otro personaje más. Con Cardo también me ocurría. Cuando trabajábamos la serie en postproducción hablaba de mí en las escenas, pero como una actriz que hace cosas. No me refiero a María, sino a ‘la intérprete’. Aunque hayan insistido mucho en ello, Cardo no es una serie autobiográfica. Cuando yo actuaba me veía hablando de ‘la actriz’ en tercera persona, como experimentado cierta disociación. No obstante, me gusta poder separar, es curioso.
Mencionas con asiduidad en entrevistas la inspiración que ha supuesto para ti Angélica Liddell. Recientemente ella estrenó Una costilla sobre la mesa: padre, donde apela fuertemente a la iconografía religiosa. Del mismo modo lo haces tú con frecuencia en tus textos, así como en Cardo y La mujer más fea del mundo. ¿Has crecido en un entorno creyente?
Sí. He nacido en un entorno creyente, aunque considero que desde una perspectiva más hippie. Tanto mis padres como sus amigos han sido religiosos, pero de la parte más de los misioneros y así. Mi madre es educadora social así que son valores con los que he crecido día a día. Por otro lado, Angélica, que me ha influenciado mucho y la he leído desde pequeña, efectivamente reflexiona mucho sobre la religión. Para mí sus textos me cuentan algo más elevado, superior a mí, que incluso me ha salvado en varios momentos.
¿Qué entiendes por ‘hippie’ en términos cristianos?
Bueno, pues que no es lo típicamente secular, sino que trabajan más en las calles, apoyando a los necesitados. No el típico discursito moralizante de Iglesia. Algunos buenos amigos de mis padres incluso son curas, pero de nuevo lo llevan con mucha cercanía. Esa espiritualidad de la que hablamos, tanto para mí como para mi hermana, ha sido algo muy presente siempre en nuestra crianza.
¿Y tu relación actual con la religión parte de ese agradecimiento?
No sé si diría que es tanto un agradecimiento sino más bien como una conexión hacia una fuerza súper poderosa, sagrada. Lo que hago y lo que entrego me parece importante que responda a esos valores y conecte con una dimensión divina. Un cierto componente trascendental. El resto del mundo que lo haga como quiera, pero yo lo quiero hacer así. Por ejemplo, cuando vas a ver a un intérprete al teatro, es un ritual. Al menos para mí es un ritual, y quiero que así lo sea. Mientras yo pueda ofrecer eso, porque no sé hacerlo de otra manera, seguiré pretendiendo que el público conecte con algo más allá que lo terrenal al experimentar mi arte. Es una necesidad y al mismo tiempo una forma innata de llevar a cabo las cosas.
¿Algún episodio bíblico o referencia artística que tenga que ver con esto y te toque de cerca?
El color de la granada de Parajanov me voló la cabeza la primera vez que la vi. Lo mismo con Saló o los 120 días de Sodoma de Pasolini. Y La casa de la fuerza de Angélica Liddell, claro.
¿Y algún episodio religioso tuyo en particular que te apetezca contarnos?
De nuevo en Nueva York, en ese episodio más oscuro de desconcierto que viví. Me tatué la palabra ‘Fe’. Supongo que me lo tatué para recordármelo, y conecté mucho con una espiritualidad, pero no sé ni de dónde la saqué. Ciertamente no la tenía de antes. Aun así, también me ayudó mucho ir a museos, el arte... O hacer cosas más mundanas también como tomarme copas (risas). Por un momento ha sonado todo demasiado intelectual, ¡qué pereza!
Diana, XXX, María, o la protagonista de La mujer... Todas esas mujeres tienen puntos en común. Y del mismo modo, en casi todas coexiste una indagación hacia el sentimiento de culpa y la amoralidad. Se trata de un terreno que tú exploras mucho también en tu obra, ¿qué piensas de esto?
¡No me había fijado! Sí, tengo muy presente la culpa asociada al cristianismo. Estarás de acuerdo conmigo en que el sistema está preparado y diseñado para hacernos sentir culpa, así que es inevitable hablar de ella. Nos persigue desde pequeñas. Supongo que es inevitable, son personajes del siglo XXI. Aunque vaya, mi abuela también sentía culpa y no pertenecía a esta época... ¿Será algo religioso entonces? No sé.
¿Cuándo ha sido la última vez que te has sentido culpable?
Creo que me siento culpable muchas veces a lo largo del día, no podría señalar una. Dentro de una lógica, ¿no? Tampoco diría que es una culpa profunda, pero sí un sentimiento de consciencia de haberla liado. Desde luego, responde a esa personalidad tan autocrítica mía.
¿Y cómo te liberas de ese sentimiento de culpa?
Aprendiendo a soltar mucho y a no darle tanta importancia. Seguir con mi vida: ver una película o una serie, algo así. Relativizar las cosas y de nuevo, hay que recordar que nadie es tan importante.
En una entrevista anterior para METAL, reconocías que el cine quinqui y las películas de Eloy de la Iglesia estuvieron siempre muy presentes en tu trayectoria cinematográfica. También podemos apreciar la presencia de algunos de estos elementos en Cardo, ¿no?
¡Podría aplicarse esa lectura, sí! Pero ha sido totalmente inconsciente. Vaya, es que nunca lo había pensado. Supongo que es lógico que se reflejen algunas referencias si mi imaginario parte de ahí, lo mismo que en el caso de Claudia y Lluís Sellarès. Algunas escenas, como las de los bares, el sexo o las drogas, sí que coinciden con el tipo de narrativas habituales de esas películas. Pero ya te digo que no ha sido para nada un ejercicio de imitación a propósito.
Cuando leí esa declaración tuya, pensé que ese gusto también se refleja en el teatro que disfrutas. La misma Angélica de la que tanto hemos hablado, o, por ejemplo, Rodrigo García. Ambos dramaturgos tienden a partir desde un punto de ira y enfado, que rompe todo tipo de tabús y muestra lo feo de la sociedad. ¿Qué piensas?
¡Me gusta que saques a Rodrigo García! Un genio. No se me habría ocurrido asociar ese teatro con lo quinqui, pero sí que me gusta como concepto: Teatro de lo quinqui. Podría
ser. Es verdad que La mujer más fea del mundo responde perfectamente con esa intención de mostrar la fealdad y la cara B de lo que se suele enseñar, y también podría encajarse mi otra obra ¿Qué sabes tú de mis tristezas? en esa ecuación.
Te defines como una ávida lectora. Pura curiosidad, ¿disfrutas más escribiendo o leyendo?
Sólo me gusta leer las cosas que me gustan mucho. Soy muy mala lectora: empiezo por los finales, y en general, hago cosas rarísimas. Me gusta leer cuando encuentro autores que me hablan de una manera que me engancha. Y como tampoco encuentro tantos, tengo muchísimos libros, pero no a todos les hago caso... Pero tampoco te diría que me gusta más escribir. Me gusta más leer, pero sólo lo que me apasiona, si no lo abandono.
¿Qué estas leyendo ahora mismo?
Estoy leyendo Yoga, de Emmanuel Carrère. Y los libros de poesía de Bukoswski, que me los ha recomendado mi editor. Había leído cosas de él antes pero no los textos cortos, sólo Cartero y las novelas. Me está inspirando mucho. Y recién he descubierto al poeta Roger Wolfe, que no sé cómo no lo he podido conocer antes porque me recuerda mucho también a cómo escribo.
¿Te apetecería en algún momento trabajar como creadora fuera de la primera persona? ¿O es sencillamente inevitable plasmarnos a nosotros mismos?
¡Sí! Claro que sí. Vaya, es que no puedo ya más con la primera persona. Por eso nosotras insistimos mucho en que Cardo no es una serie biográfica. Es algo que nos molestaba bastante, sobre todo porque los periodistas asumen encima que es mi vida. Y claro que tiene muchos elementos de mi vida, pero no soy yo. Ni yo pretendo hacer un retrato de mí misma. Ni me interesaba a mí ni a Claudia, ¡qué pereza! Es mucho más divertida María que yo. De hecho, la segunda temporada dista bastante de la primera en ese aspecto. Y me apetece un montón. Ya veréis.