No sería atrevido decir que el fin de semana pasado todos los ojos estaban puestos sobre Amaia. La pamplonica celebraba la primera parada de su nueva gira en el Sant Jordi Club de Barcelona durante dos noches, antes de su concierto en el Movistar Arena de Madrid. Tres bolos, todas las entradas agotadas en cuestión de horas — sin haber publicado siquiera el que es su tercer álbum, Si abro los ojos, no es real. Un movimiento arriesgado, sí, pero infalible; esa es su magia: la de hipnotizarnos en un sueño del que, sin saber dónde nos llevará, nunca querríamos despertar.

Nueve de la noche. Amaia nos abre la puerta al primero de los cuatro estadios de una ensoñación perfecta con Visión y Tocotó, los dos temas que abren su último trabajo. “Bona nit, Barcelona!”, gritaba eufórica, su sonrisa irradiando a un público que no dejaría de trotar con ella durante las casi dos horas que duró el viaje onírico. Tras ella, una banda de seis multinstrumentistas en un imponente escenario de dos niveles, compuesto por una pasarela con escaleras laterales y tres cubículos en la base. Es la Amaia de siempre, eternamente agradecida, pizpireta, espontánea. La que, al terminar Quiero pero no, nos confesaba entre risas: “Dios mío, yo ya estoy agotada. ¡Qué pasada!”.
Pero la extenuación no fue freno, sino combustible. Porque si a algo nos tiene acostumbradas es que ella en sí es el espectáculo, sin necesidad de poses grandilocuentes. Giró, saltó y brincó tanto que incluso se le rompió el tacón de una bota. “Me dan asco los pies”, bromeaba mientras pedía al público que le sacara una foto del outfit y sopesaba la idea de seguir descalza.
A fogonazos como Nanai y M.A.P.S., su último single, les siguió la intimidad que solo ella sabe crear. Unas veces, aferrada a su inseparable piano en Fantasma o C’est la vie; otras, alternando entre teclado y guitarra, hasta estrenarse con el arpa en Ya está. Entre canción y canción, Amaia nos regalaba alguna de las bromas que ya nos cautivaron en su paso por OT: “Estos momentos de beber agua son muy incómodos porque se inunda todo de silencio”, comentó, provocando una oleada de aplausos y carcajadas.
Tampoco faltaron guiños a sus discos anteriores, como El relámpago, Nuevo verano o Quiero que vengas, ni a algunos de sus himnos favoritos, que atesora como ases bajo la manga: Me pongo colorada de Papá Levante, el Zorongo gitano de García Lorca y algún que otro fragmento del Ave María de Bisbal y La tarara. A ratos con la banda, a ratos acompañada del coro del Taller de Músics, con aparición estelar de Alizzz en Quiero pero no y de las cuerdas de Víctor Martínez, director musical del concierto, en Yamaguchi, en el momento más esperado de las dos horas de ensoñación.
Para los últimos instantes de la travesía, y no sin ironía, Amaia cerró con Bienvenidos al show. La sorpresa fue que abrimos los ojos… y sí, fue real.





