Desde el perreo underground de la Ciudad de México hasta el descenso sagrado al Mictlán, el infierno mexica. Alejandro Carrillo ha escrito una novela que huele a calle, suena a dembow y desafía a quienes creen que la literatura solo pertenece a las clases acomodadas. Su protagonista es una chica de 16 años criada entre puestos de discos piratas, sin estudios ni futuro aparente, que se convierte en la improbable elegida de los dioses. Hoy conversamos con Alejandro sobre su viaje hacia lo femenino y la búsqueda de la belleza en los lugares donde nadie suele mirar, los prejuicios de clase y por qué la literatura también se puede perrear. Todo esto, claro, a ritmo de cumbiatón y con la bendición de San Judas Tadeo.
Para quien no te conozca, ¿quién es Alejandro Carrillo?
Soy un morrito de 44 años con dos hijos, dos gatos y una nutria por compañera, y me dedico a escribir. Escribo, escribo, escribo. Soy reggaetonero por afición, bellaco onírico, punk imaginal. Ando haciendo de todo para sacar para la papa, pero todo relacionado con la escritura.
Tu segundo libro se titula La bellakita. Si tuvieras que definir tu novela en apenas cuatro o cinco palabras, ¿qué dirías?
Qué chida pregunta. Yo diría: “Un viaje sagrado hacia lo femenino”. (Aunque sean seis, espero que valga).
Nada más ojear el libro, lo primero que llama la atención es tu arriesgada apuesta por el lenguaje. ¿Cómo tomaste la decisión de ser tan fiel al habla del personaje?
Siempre me ha interesado el lenguaje oral en la literatura. Mis libros favoritos, las joyas que más atesoro, tienen que ver con el lenguaje que muchos no consideran literario: los dialectos que se crean en el barrio. Más que una apuesta consciente, es simplemente lo que me gusta. El reto fue escribir un dialecto que no existía. La voz de la Bellakita está hecha entre la jerga de los combos reggaetoneros de la Ciudad de México en 2015 y la jerga del reggaetón de Puerto Rico. Solo la Bellakita habla así. La apuesta fue aprender a escuchar su voz.
A raíz de esto, ¿tuviste alguna discusión con tus editores? Sin necesidad de mencionar nombres, sabemos que una importante librería en México dudó sobre si vender o no La bellakita (aunque finalmente sí se puede encontrar allí). ¿Esperabas este tipo de reacciones ante la crudeza o la propuesta del libro?
Sí, para mi sorpresa, me he topado con estas cosas. Esa librería no la quería comprar porque el lenguaje era “muy fuerte”. Recientemente, un maestro quería dejarlo para leer en una prepa; la directora lo leyó, se espantó y dijo que no, por miedo a que “los niños luego quieran hablar así”. En la Feria del Libro del Zócalo también me dijeron que no por el lenguaje.
Lo que imagino que pasa es que, más que las groserías, lo que los espanta es el lenguaje, que para ellos será muy chaca, muy reggaetonero, demasiado “bajo”. Los que tienen el control del capital cultural no creen que los que hablan así, como los morritos de los combos reggaetoneros, puedan tener una voz y puedan hacer literatura.
Tuve la suerte de estar en la presentación y se mencionó algo muy interesante: que la literatura, por lo general, está orientada a las clases medias y se escribe sobre ellas. Tu novela rompe con eso al centrarse en una mujer de un entorno marginal. Durante la escritura, ¿dudaste en algún momento sobre cómo conectar con el lector? ¿Te planteaste que el perfil del personaje pudiera generar rechazo?
Aquellos que tienen el control del capital cultural deciden qué es lo literario, qué se publica, qué se premia. Este poder siempre ha estado en manos de las clases medias altas y altas, y ellos deciden qué es el buen gusto y lo que debe ser leído. Normalmente los protagonistas de la “Gran Literatura” no son como la Bellakita.¿Cómo va a ser ella la protagonista? ¿Cómo es que ella es la elegida de los dioses? ¿Por qué? Es una chica morena, que estudió en el CONALEP y que creció vendiendo discos piratas en el metro. No cumple con los perfiles de los elegidos (que normalmente son hombres blancos, por supuesto). En ese sentido, no me preocupa que haya un rechazo, al contrario. Me dan mucha hueva las historias de autores contemporáneos que hablan de sus realidades blancas, privilegiadas, y la metaficción que intentan hacer sobre ellas. Para mí, la literatura contemporánea tiene la posibilidad de cambiar eso, que las voces sean otras, que se expresen desde otro lado, que se escapen del canon. Emocional y espiritualmente, me interesa muy poco leer sobre los quehaceres y problemas del privilegio. No es una cuestión ideológica, solo de interés.
Hablando de la presentación, fue toda una declaración de intenciones: en un club, a ritmo de dembow, muy alejada de los eventos literarios tradicionales. Tú has venido aquí a provocar.
No puedo negar que la provocación es parte de mí. Disfruto cuando la gente se escandaliza. Sin embargo, no escribo para provocar. Mi escritura es una exploración personal del mundo y de mí mismo. Nunca escribí La bellakita con intenciones de provocar ni desafiar a nadie. Pero una vez que ya está escrita, me digo, ah, esto además puede provocar. Y me froto las manos con malicia, listo para enfrentar a la literatura estirada, de hueva, alejada de la cultura popular, pedante. Me entusiasman las caras de los que se escandalizan por estas cosas. ¿Cómo? ¿Reggaetón? ¡Dios mío! ¿Cómo? ¿Perreo? Estamos hablando de algo serio, de literatura. ¿No?
Quienes te conocemos de antes sabemos que el reggaetón no era precisamente tu género favorito. ¿Qué te llamó la atención de este sonido y su cultura para decidir sumergirte en ellos en este libro?
Antes de escribir La bellakita, no me gustaba y tenía muchos prejuicios clasistas. Yo también repetía no es música, no hay armonía, es un ritmo básico, bla bla bla. Solía decir estupideces como que hasta yo podría escribir un hit de reggaetón en cinco minutos. Y la neta es que no: si no amas y entiendes el género y captas el lenguaje, dudo que puedas.
Para mí la llamada de lo literario es lo otro. En mi caso fue un llamado místico del dembow: acércate, conoce esto, atáscate de esto. El viaje ha sido maravilloso, intenso. Sin duda le estoy muy agradecido al reggaetón y soy un fan más.
La banda reggaetonera que ha leído la novela me dice que el libro ayudará a fijar y reivindicar la cultura. Pero el reggaetón no necesita ser reivindicado por nada ni por nadie, y menos por la literatura. Al contrario, espero que sus fans reivindiquen y le den validez a esta historia. Eso me haría sentir muy orgulloso.
“Los que tienen el control del capital cultural no creen que los que hablan así, como los morritos de los combos reggaetoneros, puedan tener una voz y puedan hacer literatura.”
Háblame un poco de cómo surge esta novela. ¿Cuándo empezaste a trabajar en ella? ¿En qué momento se te ocurrió que querías contar esta historia?
Surgió después de terminar de escribir Adiós a Dylan (el protagonista era un fan de Bob Dylan, la cosa más blanca e intelectual). Creo que eso me llevó al otro lado. Todo empezó por una imagen que me brotó en la imaginación: una morrita reggaetonera cargando una bocina en el metro y vendiendo discos piratas. Todo el proceso de la novela fue expandir esa imagen y conocerla. Empecé a escribir en diciembre de 2015 y acabé la historia seis años después.
¿Cómo fue el proceso de documentación? ¿Combinaste la investigación de campo recorriendo los barrios y hablando con la gente con la búsqueda en redes sociales?
Pareciera que no, pero soy bastante tímido: el trabajo de campo fue de lo que más me costó, aunque sí lo hice. El resto lo mezclé con redes, música y libros: fue delicioso.
Me atasqué de videos de los combos reggaetoneros. Leí sobre catolicismo y la historia de San Judas Tadeo, y muchísimo sobre los mexicas (cosmovisión, lenguaje, cadencia, poesía, ritmo, sexualidad) —me eché a López Austin y a Patrick Johansson completos, entre muchos otros. El reggaetón de Puerto Rico, el cumbiatón de la Ciudad de México, las correccionales... también me clavé ahí.
La novela no solo es arriesgada por su realismo crudo al retratar los barrios marginados de Ciudad de México, sino que además introduces un elemento fantástico llevando a la protagonista al Mictlán. ¿De dónde nace la idea de fusionar estos dos mundos, el real y el mitológico? Es imposible no pensar en la Divina comedia.
Me gusta mucho la mitología y lo fantástico; es la literatura que más quiero. Yo siempre me vi escribiendo literatura fantástica y ciencia ficción, pero aterrizada a mi realidad y a la oralidad. No me gustan los autores latinoamericanos que escriben ciencia ficción que ocurre en occidente, con personajes con nombres gringos. Me interesaba más una literatura fantástica anclada en el realismo, en lo visceral, en lo emocional, que no pierde lo personal. Siempre oral.
Sobre la Divina comedia: sí, a huevo. Esa fue otra de las partes que investigué muchísimo. No solo la Divina comedia, sino todos los viajes catábicos y anábicos en la literatura (descensos al inframundo donde el protagonista sale transformado, o no). Leí un montón sobre cómo era concebido el más allá en muchas culturas; desde el viaje de Inana, Gilgamesh, el Popol Vuh, hasta el Libro tibetano de los muertos y el Libro egipcio de los muertos. También historias de gente que ha regresado de la muerte.
En tu primer libro, Adiós a Dylan, la música también era un pilar fundamental. ¿Es la música tu principal motor de inspiración o es una coincidencia que tus dos novelas estén impulsadas por un sonido concreto?
Sí, carnal, la música es mi inspiración para escribir, para todo. En Adiós a Dylan era el rock, en el audiolibro Amor tumbado, los corridos tumbados, y ahora en La bellakita, el reggaetón. Tengo otra novela planeada que tiene que ver con los sonideros. Y la novela en la que estoy ahora, aunque no tiene que ver con la música directamente, la escribo escuchando canciones de la época en la que ocurre. Acostumbro a hacer playlists sobre lo que oyen los personajes, todo me ayuda a ampliar más el mundo del libro y a conocerlo.
La bellakita no solo se lee, también se escucha gracias al audiolibro. ¿Participaste activamente en su producción? ¿Cómo vives el proceso de soltar tu obra y verla transformarse en otro formato?
Yo lo dirigí. Fue bien chido dirigir a la maestra narradora Tefa Cruz, que es un hallazgo: la verdadera bellakita. Fue apasionante ver lo que ella creaba con la novela y cómo se transformaba. Cosas que yo no había percibido sobre el libro y ella sí. Cosas en las que ella me corregía porque es una bellakita total y conocía la cultura y el mundo. Por ejemplo, me decía: “Ah, la porra no acaba así, sino que sigue esto…”, y yo decía: “Va, méteselo”. O frases que le salían más naturales a ella, yo le decía: “Te salió mejor a ti, déjalo así”. Es una novela para ser oída, y Tefa retrató la voz de la Bellakita de forma muy cabrona. Los audiolibros le están dando otra dimensión a las obras literarias.
Esta no es tu primera incursión en el formato de audio. Hace poco lanzaste una narco-versión de Romeo y Julieta. ¿Nos puedes contar un poco más sobre ese proyecto?
Amor tumbado fue mi primer audiolibro. Lo escribí junto a César Gándara. Nos embarcamos en la tarea de actualizar Romeo y Julieta en los tiempos actuales en México, específicamente en el norte del país, a ritmo de corridos tumbados. En esta historia, la protagonista es Julieta, una youtuber que tiene su canal sobre la cultura tumbada. Romeo es un chavito que quiere ser compositor. Y ya se la saben: se enamoran, sus familias se odian y… El audiolibro se sustenta en la jerga de los corridos tumbados, el idiolecto de Sinaloa, de Sonora. Fue superchingón.
¿Quién te haría especial ilusión que leyera tu libro?
¡Ah, perro! Te voy a dar dos opciones: una imposible y una posible. Imposible (porque ya está muerto) mi ídolo de todos los tiempos, Roberto Arlt, mi escritor favorito. Posible, Bad Bunny y Tego Calderón.

